Cecilia Vicuña y el socialismo erótico
Asesinaron una frase que no sé si ustedes han oído. La frase decía: “ahora somos nosotros”. Ese nosotros ha renacido. [1]
Las revueltas que atraviesan Chile desde octubre de 2019 entregaron un verbo nuevo. O así lo percibió Cecilia Vicuña, artista poeta, cuando tres meses después propuso el “veroír” para nombrar el acto de comprensión-comunicación-comunión practicado en las protestas. El veroír podría ser una mirada honda y compartida, enraizada en el pasado para el presente; la alianza colectiva que se cose a la historia o vida del mundo. El veroír podría ser también el sustrato de la revuelta en el Chile actual. Un año más tarde del inicio de las protestas, en octubre de 2020, el pueblo chileno apoyó en plebiscito la liquidación y refundación de la Constitución, procurada por la dictadura de Pinochet (1980), que exime al Estado de su responsabilidad social: esta expulsa derechos fundamentales, como la salud o la educación, del marco de las obligaciones públicas. La llamada “Constitución de Pinochet” nos devuelve la imagen de Chile como laboratorio neoliberal, cuna de la perversión contemporánea, de la racionalidad económica y política enemiga de la vida, el bien-estar, el lazo social, la solidaridad.
En la acción que inauguró tal palabra, El veroír comenzó, desarrollada en el Centro Gabriela Mistral de Santiago en diciembre de 2019, Vicuña cantaba que había renacido una frase asesinada, “ahora somos nosotros”, invitando a las participantes a sostenerse la mirada, estrecharse las manos, mirar la realidad con las lentes de la verdad. Una frase asesinada es también un trozo de posibilidad arrebatado, y ya sabemos que aquel momento protagonizado por el pueblo chileno, el breve gobierno de la Unidad Popular, fue amputado por el golpe de Estado en 1973. Recuperar esta frase, modelarla de nuevo, juntarla a otras frases, nombres, verbos, es también retejer el pasado al presente; de algún modo reabrir aquel posible en la vida del hoy, “veroír que ahora somos nosotros, de nuevo”. Esta dimensión del veroír, atravesada por el Chile que lucha entre sus bifurcaciones, se imprime también en la primera exposición dedicada a Vicuña en España, “Veroír el fracaso iluminado”, albergada por el Centro de Arte 2 de Mayo hasta el 11 de julio de 2021.
Es menos interesante involucrarse en la poética de Vicuña desde Vicuña que desde estas encrucijadas, siempre colectivas, de la historia chilena, comprobando cómo han sido catalizadas por la artista. Hablamos de socialismo erótico [2]; es esta una manera de subrayar la vivencia revolucionaria de una Vicuña que a principios de los setenta pintaba murales, escribía manifiestos, componía poemas de amor a la Unidad Popular. Cuando Allende fue elegido presidente el arte fue lo menos interesante que pasaba, decía ella; lo vibrante, lo poético, lo auténticamente bello era la revolución. Decía también que el arte solo podría recuperar su potencia popular en el seno de una sociedad socialista, puesto que la creatividad, el placer y la solidaridad fraterna se ofrecen trenzados en ella, y el humano vino al mundo para experimentar esta vida plena, y no para ser víctima de un sistema social que esclaviza a la mayoría en beneficio de unos pocos. Por otra parte, se pregunta qué clase de perversa alienación subyace al goce estético en un mundo sostenido en la privación del otro, en su explotación o descarne. La belleza debería ser para todas las hermanas, y se imagina la emancipación desde lugares distintos al de aquellos que miran el goce como accesorio o frivolidad, idea tan asentada en otras coordenadas de la izquierda. Ella ensalza el erotismo, o “herotismo” (“el heroísmo de lo erótico”, puntualiza) del socialismo; un erotismo que desborda el sexo para abrir una calidez comunicativa entre los seres hermanados, movidos por una energía común, pero también una creatividad exuberante, íntima y colectiva.
Esta mirada se sostiene en la experiencia, pues el ascenso de la UP en 1970 procuró una efervescencia cultural de la que Vicuña participó. Era el tiempo de “Arte para todos”, un movimiento impulsado por los estudiantes de la Universidad de Chile luego apoyado por el gobierno, que organizaba exposiciones, recitales poéticos y espectáculos escénicos fuera de los circuitos institucionales con el fin de salvar la brecha cultural. Se movilizaron “brigadas” de pintores callejeros en los barrios, grupos de teatro popular y amateur, iniciativas como los Centros de Cultura Popular, donde se proponían talleres de arte o derecho laboral, bibliotecas, cinefórums. Vicuña se entrega a esta alegría creativa y pinta gente pintando, manifestaciones musicadas, líderes revolucionarios. Descubrimos entonces el retrato de Marx en un paraíso (1972), sus diminutos pies sobre una selva de árboles rosados en la que unos cuerpos femeninos se entrelazan; o las figuras de Fidel y Allende (1972), reposados en una guirnalda de flores mientras sostienen una mariposa azul: siempre esta cálida entrevía de revolución, goce y sensualidad.
Cuando llega el asesinato de Allende se borra un modo de vida y un sentido común. Escribe Vicuña: “La muerte de Salvador mataba todos mis soles, mis esquinas, mi unión […]. Chile socialista era todo mi esplendor porque no era solo mi esplendor, y yo había dejado de ser mí, para no ser YO, sino ser NOSOTROS por primera vez” [3]. Matar a Allende era matar aquella experiencia, matar con ella una frase, “ahora somos nosotros”, apagando los soles que habían cobijado y nutrido la alianza del pueblo. Vicuña trata de retomarlos, aquellos soles, a través de un juego poético dibujado, a veces convertido en objeto: se trata de una palabra despiezada, como en una mesa de montaje, que nos remite a imágenes-sentidos. Es la “solidaridad”, con la forma de un sol encontrándose con el acto de dar; en último término dos manos que ofrecen, calentadas por su luz. Es también la “solidaridad” como una brújula en la frente, toda ella sol y regalo, que guía a la persona en el encuentro con el mundo. A estos juegos los llamó “palabrarmas”, y se proponían vincular la poesía a la lucha revolucionaria, de algún modo explorar su papel en este horizonte. Realizadas entre 1973 y 1980, a través de estos juegos-poema la artista busca “abrir” palabras cardinales para descubrir sus significados ocultos. De esta forma, la “emancipación” y la “participación” se encuentran en unos labios rojo pasión, y la “verdad” se concreta en el acto de ver y dar –darse al entorno, darse al otro– al mismo tiempo. Esta última, convertida en gafa, fue recuperada en distintas performances, e hizo su más reciente aparición en aquella sobre el veroír celebrada en 2019, a la que aludí al principio de este texto.
Las palabrarmas, por tanto, son formas de continuar la poesía. Para Vicuña, la poesía es el pensamiento-sentimiento elemental, la hilada que sostiene el encuentro comprensivo entre los seres y su entorno, y no tanto un régimen cercado, retenido en espacios, personalidades o soportes especializados. La poesía regala sentidos del mundo en un intento de aferrar su misterio ubicuo, transitando los lugares más insospechados. De esta manera, ya en el exilio (1980), recorre las calles de Bogotá preguntando a personas de toda extracción social qué era para ellas la poesía, lo que posibilita un ejercicio cartográfico sobre la experiencia poética ampliada. Es esta poesía anónima, cotidiana y popular, que fermenta por fuera de los cánones literarios e historiográficos, la que merece ser celebrada. Vicuña ensalza la poesía “otra”, y señala esta subalternidad como fruto del poder colonial: “observé desde un comienzo que la cultura occidental eliminaba la poesía como necesidad en la vida […]. La poesía se divorció del pensamiento siglos atrás [4]. Al tiempo que abraza esta cotidianidad de lo poético, Vicuña descubre una tradición indígena, hoy relegada al cajón de la antropología, que recurre a la poesía como imagen de realidad, canal de comunicación con la verdad del mundo, lo que le lleva a subrayar la centralidad del “pensar poético” como indispensable para lograr la emancipación de América Latina desde significados propios, distintos a los del marco occidental.
Sea religión primigenia, mito o juego, la poesía posibilitaría lazos entre lo distinto: el yo y el otro, el yo y el nosotros, lo humano y lo animal-natural. Regresamos entonces a aquel verbo, “veroír”, regresamos también a esa frase, aquella que decía que era un momento para el “nosotros”, y a los numerosos despuntes que Vicuña infringe en esta trama poética del mundo, sean acciones, pinturas, quipus, poemas. Llega la pregunta sobre qué queda del socialismo arrebatado en todo ello: frente al Chile como “laboratorio neoliberal”, la obra de Vicuña parece enfrentar un “laboratorio de invención”, un “laboratorio poético”, alumbrado por la experiencia calurosa y bullente de la revolución. Queda desgarro por lo perdido, la punción de un fracaso que ella trata de iluminar construyendo objetos que abren realidad. Miramos las obras previas al golpe, cruzadas por la alegría común, para luego reconocer la toma de posición de Vicuña, trágica y hermosa, que se nutre de esa posibilidad arrebatada para proponer esperanza. Leo en la prensa que en marzo volvió a haber disturbios en la plaza Italia de Santiago, hoy renombrada plaza Dignidad; se quemó la estatua de un terrateniente, hubo represión y detenciones masivas. El proceso constituyente produce una grieta fundamental en el Estado posdictatorial chileno pero no concreta un horizonte, todavía en disputa, ni repara el dolor de la injusticia histórica. En medio de este fracaso iluminado, la artista se dirige a nosotras para contarnos un presente cruzado por la violencia, el colapso económico, político y climático, pero también por la transformación colectiva. Esta última se impulsa en el deseo de algo distinto, y Vicuña propone ese socialismo otro, dígase erótico, en comprensión-comunicación-comunión con los seres y el mundo, negándonos la posibilidad de lo que ya pasó y podría volver a pasar sobre suelos nuevos.
Notas bibliográficas:
[1] Cecilia Vicuña, El veroír comenzó, diciembre de 2021.
[2] “La historia despierta, temblando de júbilo por poder aprehender la realidad. Un socialismo cálido, erótico, en oposición a las fantasías antropocéntricas y heteropatriarcales que ungen a los humanos como especie dominante en el planeta. […] La destrucción de la idolatría; una anarquía natural. La pintura que pintó a Cecilia”, Miguel A. López, “La india contaminada”, en Cecilia Vicuña. Veroír el fracaso iluminado, ed. Miguel Á. López (Móstoles: Centro de Arte 2 de Mayo, 2021), 265.
[3] VICUÑA, CECILIA: “Explicación acerca de los cuadros – La muerte de Allende”, en Cecilia Vicuña. Veroír el fracaso iluminado, ed. Miguel Á. López, Centro de Arte 2 de Mayo, Móstoles, 2021, p. 314.
[4] ”VICUÑA, CECILIA: “Escoger la pluma”, en Cecilia Vicuña. Veroír el fracaso iluminado, ed. Miguel Á. López, Centro de Arte 2 de Mayo, Móstoles, 2021, p. 360.