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Ciudad y progreso. Alejandro S. Garrido

Ciudad y progreso. Alejandro S. Garrido

Crítico y comisario de arte independiente especializado en arte…

Un negocio cerrado, uno de tantos, cuyo escaparate está tapiado con hojas de periódico. Debe de llevar varios años clausurado. Una de las páginas pertenece a un diario deportivo. Se puede leer, en un enorme titular: “Hay futuro”. Una imagen puede sintetizar el tono, el ritmo y los silencios de una exposición compuesta por cientos de ellas. Esta es capaz de hacerlo con la muestra Ciudad y progreso, del artista Alejandro S. Garrido. Aunque haya más, mucho más que invocar.

En los años cincuenta ocurren dos hechos llamados a ser trascendentales para la España franquista: en 1953 el país firma con Estados Unidos los Pactos de Madrid, acuerdos bilaterales por los que, a cambio de ceder terrenos para bases militares, y de aunar fuerzas para combatir el comunismo, la nación norteamericana dota de presupuesto a la dictadura. El segundo; en 1954 se redactan nuevas ordenanzas que reglamentan cómo han de ser las nuevas viviendas de carácter social: la denominada Obra Sindical del Hogar. Conjuntos de casas situadas de urbanización marginal que acogen a aquellos que abandonan el campo a favor de la vida en la ciudad. Los nombres de las barriadas homenajearán al “Generalísimo” o a vírgenes católicas. Estas viviendas se conocerán popularmente como “Coreas”, su construcción coincide con la Guerra de las dos Coreas en el marco de la Guerra Fría.

En la serie Corea (2016-2017), Garrido fotografía el hoy de esas barriadas, en instantáneas que son capaces, en blanco y negro, en un tamaño pequeño (el de las fotografías analógicas, antes de la desvirtualización del formato con la llegada de lo digital) y con economía de lenguaje: pocos elementos, pero muy efectivos, para lograr transmitir una atmósfera y dotar de herramientas al espectador para interpretar la narrativa oculta. Varias imágenes se constituyen como alegorías de la decadencia de un proyecto y de sus distintas lecturas: la política, la económica, la social. Una sala de estar con una estantería llena de trofeos. El exterior de un edificio con un balcón con balaustrada clásica pintada en trampantojo. Una caravana estacionada al lado de un descampado al lado de un cartel que anuncia una futura infraestructura, subvencionada por el gobierno. Un arbitrario paso de cebra situado entre dos casas precarias, una familia que la cruza y, al fondo, un paisaje de labranza. En total, son 88 fotografías que reflejan el devenir del sueño del progreso en un contexto de regresión, que ilustran relatos de aspiracionismo, que encuadran el origen de la miseria y el segregacionismo en las zonas de periferia de las grandes urbes. A estas se las acompaña con una mesa plagada de documentación: una selección de páginas de un libro clave censurado en su momento: el “Paralelo 40” (1963) de José Luis Castillo-Puche, sobre las bases americanas en territorio patrio. La novela da cuenta del engaño, de la trampa, de las condiciones insalubres de vida de los autóctonos en contraste con la comodidad y el lujo de las bases. En la mesa de apoyo también hay fotografías de prensa. En una de ellas, aparece la primera dama Nancy Reagan aprendiendo bailes españoles durante una visita oficial a España en el año 1985 (una especie de flamenco, o baile del cangrejo momificado). En otra, un niño aparece en medio de un desfile militar. Va acompañada de la siguiente leyenda: “En la base hispano-norteamericana, el jefe de la misma, pasa revista llevando de la mano a un niño zaragozano enfermo de leucemia, a quien habían nombrado jefe de la base durante un día. Los miembros de las Fuerzas Aéreas obsequiaron al niño con un uniforme de oficial norteamericano y le facilitaron medicinas para su tratamiento. Poco después murió el niño, Andrés Cuello”. Dos imágenes que dicen mucho acerca de las relaciones diplomáticas, del modelo neoliberal reaganiano, basado en el concepto de limosna, y en la cultura de la mendicidad a la que nos abocaron décadas de aislamiento. En los recortes de prensa aparecen las necesarias figuras que desaparecen en las fotografías de Garrido, e interrumpen la supuesta neutralidad de sus tomas menos locuaces, pero, quizás, revestidas de una mayor belleza: el muro erosionado por la suciedad de los años, el bodegón con cajas, candelabros y muñecas de madera.

Pero como decimos, la mayoría de las fotografías hablan desde su enmudecimiento: hay signos, señales. El sello de la Cooperativa 18 de julio (llamada así en honor al Golpe de Estado del 36) en la fachada de una casa. El logo de la CNT. La figurilla de un santo sobre la nevera de Coca-Cola. En Corea los símbolos permanecen, son visibles. No como en las otras dos series presentadas en el Museo Patio Herreriano: The Platform (2019-2020) y City of London (2019). Aquí las huellas del pasado han sido aplastadas por el futuro. El progreso da un salto en Londres, dejando bajo sus pies una historia que se olvida. Las capturas de Alejandro S. Garrido en su recorrido por la megalópolis son elocuentes y, al contrario de en Corea, son escenas urbanas pobladas de gente. Viandantes que no miran a su alrededor, que parecen ajenos al desarrollo urbanístico, que caminan absortos pero decididos; siempre en tránsito. James Clifford ha escrito que “lo normal no sería ya preguntar: ‘¿De dónde es usted?’, sino ‘¿De dónde viene y a dónde va?’”, la información que se revela como la contingente en tiempos del presentismo.

Parecen imágenes de una promotora inmobiliaria, decorada con humanos artificiales insertados para que el cliente tenga una idea de la escala de los edificios. Entre las figuras, quizás alguna de ellas, están los intermediarios: los jinetes del progreso. Lo que está fuera de marco; la periferia, los países explotados, el ámbito rural, no se ve, no se escucha, no se siente. Lo que está debajo, las capas históricas, los hitos del pasado, son el felpudo sobre el que pisan los ciudadanos. Se oculta que Londres era una ciudad proletaria, de fábricas, de vicio en la hora del ocio público (hoy el ocio privado de la clase media es tan blanco que se confunde con el trabajo). Ese estrés de la gran ciudad con hacinamiento de soledades. Garrido me induce a ponerme parabólico: cuando estamos llegando a la tierra (ciudad global) prometida, que hemos buscado desesperados, no guiados por Moisés, sino por políticos miopes y empresarios surfistas, hay quien prefiere salir del rebaño y abandonar la idea. Ya no nos seduce el premier access, el cuero piel anilina, la omnipotencia tecnológica, las facilidades de pago. La serie de fotografías dispuestas como en el caso de Corea, en línea, a la altura de los ojos, no nos solicita un esfuerzo de memoria; representan el hoy de una gran ciudad en crecimiento. Lástima que City of London quede relegada a un menor número de piezas y a un espacio intermedio entre las dos grandes salas donde se exhiben las dos grandes series. Su peso se reduce a residuo, su espacio a antesala.

En Ciudad y progreso se contraponen dos modelos, dos tiempos, dos estilos. Por cercanía, por empatía, o por su exclusividad, Corea resulta una visita más atrayente y sustanciosa. Los solapamientos de la historia, y las capas interpretativas se unen gracias a la habilidad de unas fotografías que emocionan tanto como generan reflexiones: acerca del papel de lo privado y lo público y su influencia en el día a día de los españoles, en el bienestar social, en la lucha y posterior confusión de las diferencias de clase. En definitiva (y aquí si que podemos establecer ese hilo de unión entre uno y otro trabajo), en todo lo que perdemos, lo que olvidamos, lo que sacrificamos, como individuos, en pos del progreso colectivo. La pregunta con la que uno sale del museo sigue siendo la misma que en el 36, la misma que en los años cincuenta, y la misma que en el 2020: ¿Merece la pena?

*Ciudad y progreso. Alejandro S. Garrido, Museo Patio Herreriano, hasta 18 de mayo del 2020.