Dale una vuelta a ver si así nos entendemos
Dice Boris Groys que “solo en un mundo sin subjetividad podría uno sentirse protegido y a salvo”. Y continúa: “Como dice Sartre, ‘el infierno son los otros’. Y nosotros somos también, en la medida en que nos observamos, un infierno para nosotros mismos”. Virginia de Medeiros, testigo de una realidad bastante distinta, representada en su trabajo, afirma que “el otro no es solo el diferente —el extranjero, el marginal, el excluido—, es también una sensación de inacabamiento que nos mantiene en suspenso, en espera de nosotros mismos”.
Quizás la posibilidad de someterlo todo a un debate que nos empuje sistemáticamente a dudar de aquellas convicciones que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida, pase por convertirse en una labor agotadora a la que no siempre estemos dispuestos a enfrentarnos. Revisitar nuestra verdad, ponerla a disposición de la duda y descubrir otras verdades igualmente falsas o certeras que completen o incluso nieguen la nuestra, nos empuja a un estado de incertidumbre que ocupa una vida.
Atesoramos discursos triunfales, frases lapidarias que nos sacan del apuro e incluso nos sitúan como caballos ganadores. El tono convierte en irrebatibles nuestras afirmaciones cuando en realidad ni nosotros mismos sabríamos defenderlas si por un instante alguien nos apartase del sendero que transitamos.
“En el momento en que escribo, reconozco la verdad del mundo que me contiene, pero la gravedad de la existencia que me pertenece no puede evadirse de sus leyes: ¡esta verdad no es más que un espectáculo exterior!” [1]
GeorgesBataille
No es entonces de extrañar que descontextualizado, todo se nos antoje ajeno, incluso el lugar más común que recorremos a diario. Joaquín Jordá echó mano del tema de las agnosias en su documental Más allá del espejo. En él presenta a la niña Esther Chumillas, que afirma: “Sé que estoy en mi calle porque leo el nombre en la placa, pero no porque la reconozca. Sé que es mi casa porque leo el número en la entrada, pero no puedo describir el portal”. Una serie de extrañezas paralelas son las que plantea Sunah Choi en su intervención para La réplica infiel, en ella modifica la escala y convierte en elementos abstractos una serie de objetos de uso común que se presentan desposeídos de los matices que los caracterizan en su cotidianeidad.
Mladen Stilinović define la pereza como “ausencia de acción y pensamiento, un momento mudo, una amnesia completa. También es indiferencia quedarse mirando al vacío, falta de actividad, impotencia”. Pienso en el parche que cubría el cristal derecho de las gafas de uno de mis amigos de infancia. Su madre se afanaba en pegar cada cierto tiempo un cromo adhesivo que diese un aspecto más jovial a la ambliopía que afectaba a uno de sus ojos. El cromo, generalmente extraído del taco de repetidos que manoseábamos en el patio del colegio, iba destinado al espectador y se convertía en una inserción de lo privado en lo público, o quizás al revés. Podría recordar incluso la relación entre aquellas imágenes y lo pronunciado en un momento concreto, del mismo modo que Xisco Mensua lo hace, de un modo casi obsesivo, dando lugar a una suerte de ejercicio nemotécnico. Se producen conexiones aparentemente arbitrarias como las que Anna Oppermann o Inmaculada Salinas plantean, una mediante la acumulación no reglada en sus ensembles, la otra por medio de la puesta a disposición del público de un ejercicio rutinario, que presenta a una artista que trabaja y que pone en evidencia la falta de consenso entre lo perteneciente al dominio público y lo relativo al ámbito privado.
“—Adiós— farfulló Alduccio, y siguió andando hacia su casa, un poco más allá, por la calle desierta; pero aunque hubiera estado llena de gente él no habría visto a nadie” [2].
Pier Paolo Pasolini
Así entiendo La Réplica Infiel, una exposición que busca establecer conexiones entre lo que cruza nuestra retina, lo que en lenguaje audiovisual se conoce como brutos, y lo que filtra el artista cuando esa percepción total es analizada. Creo entenderlo a la perfección en esas gafas de Stilinović que ocupan un espacio no protagonista dentro de las salas del CA2M, y que llenan la portada de un catálogo que comienza con una alusión directa al diálogo como modo de componer el discurso. Un diálogo mantenido por Nuria Enguita, Nacho París y Xisco Mensua, pero con constantes invitaciones y alusiones a lo que cada agente implicado en el proyecto tenía que decir. Valiente manera de arrancar, dejando a la duda y al reposo las premisas que han posibilitado tan inusual reunión.
También subyace un interés por reconstruir el lenguaje, por ponerlo todo patas arriba y a ver si de una vez por todas somos capaces de que alguien lo entienda. De que nosotros mismos nos entendamos variando el código, como Julio Jara planteaba con el infrapayo, Carla Filipe con sus desajustes entre palabra e imagen o Saskia Calderón convirtiendo en melodía las fórmulas del petróleo, idiomas sin aparente curso válido, que sirven para centrar la atención en el significante, esperando ir más allá, que no es poco. Se produce una oda al silencio, a centrar la atención en lo que se plantea para de ese modo ser más conscientes de lo que lo rodea —algo así como una vuelta a Cage, al que por supuesto se cita nada más comenzar el diálogo—. Se plantea una repetición al más puro estilo Oteiza, que se refería a la inserción de trece figuras distintas en su apostolario de Aranzazu destacando en primer lugar que eran tantas porque no habían podido ser más y, a continuación, apostillaba asegurando que no eran trece, sino más bien la misma repetida trece veces, que nunca era excesivo repetir las cosas para ver si de una vez por todas se entendían. Y así fotografía y reescribe Teresa Lanceta su paso semanal por el escenario de la Batalla del Ebro, echando mano también del objeto de uso cotidiano para tejer una cartografía del conflicto y el hambre o Isaías Griñolo en un escenario más cercano, de redes sociales en las que se vuelca una ira vacua, una disidencia desmovilizada, tan asumida por el poder como la aceptación de las normas. Y frente a ella, un enfrentamiento activo, que lo desestabiliza todo. De nuevo la necesidad de la duda y el debate. De nuevo no dar nada por sentado.
En esa misma dirección, Anna Boghiguian repasa una serie de escenarios, pero quizás los suyos se alejen de lo común. Su práctica narra vivencias personales y las convierte en instalaciones que lejos de plantear una revisión histórica, sugieren una fractura entre la realidad sociopolítica y el modo en que la artista la cuenta; repitiéndolo una y otra vez, a ver si de una vez por todas se entiende.
Así he recorrido La réplica infiel, descubriéndola como un todo perfectamente divisible. Con reflexiones que destacan, más que el operar formal del artista, su operar vital, el de su día a día. Por eso, es aconsejable entenderla no como exposición al uso, sino casi como herramienta que obliga a preguntarse el papel de cada uno en todo esto.
Notas:
[1] BATAILLE, GEORGES: El límite de lo útil, Losada, Buenos Aires, 2005.
[2] PASOLINI, PIER PAOLO: Chavales del arroyo, Nórdica, Madrid, 2008.