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Ella Littwitz. Un elefante en la habitación

Un Elefant a l’Habitació Ella Littwitz Centre d’Art la Panera, Lleida Febrer 2019

Ella Littwitz. Un elefante en la habitación

Vive y trabaja en Barcelona. Curador independiente y crítico. Es…

La construcción original del edificio que acoge el Centre d´Art La Panera data de los siglos XII y XIII, uno de los momentos más prósperos de la economía medieval de Lleida. Se conocía como El Almodí, vocablo de origen árabe que definía la lonja de contratación de la ciudad y el centro de transacciones de cereales, aceite o uva. En lugar de grano, una extraña forma orgánica se extiende ahora entre las columnas de la sala hipóstila, generando una suerte de relieve montañoso a partir de materiales industriales elegidos cuidadosamente. El reconocible e intenso olor a goma que inunda la gran habitación ayuda a percatarse de que bajo una especie de red plástica se apilan un montón de neumáticos. Las sinuosas formas bien podrían recordar a las colinas con densa vegetación baja pálida y salvaje típicas de Galilea, la tierra donde creció Ella Littwitz (Haifa, Israel, 1982). Cuna del cristianismo y el lugar donde se desarrollo el misticismo judío durante la edad media, es un territorio cargado de connotaciones religiosas y culturales en el cual las comunidades árabes, judías y cristianas coexistían en un complejo equilibrio inestable con anterioridad incluso al establecimiento del estado de Israel en 1948 —hecho al que los palestinos aluden como la Nakba que significa “catástrofe” o “desastre”—.

Pero las formas que se esparcen entre las columnas no son montañas, sino el fondo del Mediterráneo, un mar precario en su naturaleza e inestable en lo meteorológico, pero cuyas agrestes orillas han sido testigos del desarrollo e intercambio de las que se ha querido narrar como las primeras civilizaciones humanas. Un mar dado la vuelta que nos muestra los accidentes geográficos que normalmente quedan escondidos bajo las aguas. Los neumáticos que dan forma a la instalación aluden a soluciones precarias de navegación como las balsas neumáticas o las boyas utilizadas por los pescadores, apuntando a otra de las mayores catástrofes que enfrentamos como sociedad: la crisis humanitaria desencadenada a partir de las migraciones masivas desde las costas del norte de África y de Oriente Medio. Las fronteras de Europa se fortifican, los países limítrofes acogen campos de refugiados financiados por la Unión Europea y el Mediterráneo, ese mar testigo del nacimiento, movimiento y colapso de tantas civilizaciones, se convierte en la tumba de miles y miles de personas.

Los neumáticos aparecen cubiertos con geoceldas: una red de polietileno que se utiliza como sistema de confinamiento, ya que crea una barrera que previene los desprendimientos de terrenos acuosos o inestables. Debido a su bajo coste este material es utilizado en distintos territorios de África, Oriente Medio o el Pacífico para la construcción de carreteras en zonas rurales deprimidas económicamente. Un material con una gran capacidad de conectividad, pero que mantiene las sustancias confinadas. Algo así como lo que sucede con el Mediterráneo, ese mar en el que podemos trazar las vías de comunicación entre comunidades a uno y otro lado durante siglos, pero que es también obstáculo y un elemento diferenciador entre unos y otros.

Alguno de aquellos granos, almacenados en el Almodí en una época en la que árabes, judíos y cristianos convivían también en la península Ibérica, quizá fueron cargados en algún barco y siguieron las rutas comerciales a través del mar hasta llegar a las zonas de Galilea. Adentrarse en aquellas colinas frente al Mediterráneo en lo que hoy se conoce como Estado de Israel y cruzar a los Territorios Palestinos nos enfrenta de un modo evidente y desgarrador a los poderes de los males no redimidos del colonialismo y al monstruo neoextractivista y asesino en su versión más cruenta, despiadada e implacable. El mar desecado de Littwitz esparcido entre las grandes columnas de piedra de La Panera —una propuesta comisariada por Oriol Fontdevila—, nos muestra el negativo de sus cuencas evidenciando a la vez desastres ecológicos y humanitarios y ahondando en la complejidad civilizatoria de las orillas mediterráneas. ¿Cuál es la relación entre el desastre medioambiental y las urgencias sociopolíticas que nos rodean? El mar une y el mar separa, pero urge una mirada alejada de las dualidades del pensamiento occidental, entender que el mundo está compuesto por hechos, momentos, temporalidades e incluso ontologías que se superponen. Es inevitable revisar las respuestas del pasado, superar la vieja división Oriente-Occidente, pero también reconocer la persistencia de las luchas, y eso significa también aceptar y defender la complejidad. Necesitamos nuevos relatos que esbocen cómo llegamos a lo que somos hoy, y que produzcan nuevas formas de dar sentido a nuestra situación y a los dramas sociales, humanitarios y naturales que afrontamos.