Es de extrema necesidad… escuchar a los gatos
1.
Una buena amiga tiene dos gatos que se llaman Hache y Bebe. Recuerdo un día en el que estábamos conversando en una terraza en verano y le conté que siempre me habían atraído los rascadores para gatos. Le comenté que me llamaban la atención esas estructuras de geometrías simples, generalmente realizadas de madera y cubiertas de cuerda, para que los felinos puedan disfrutar rasgando toda su superficie. Estas formas me recordaban a las esculturas de Katarzyna Kobro, una artista polaca constructivista, cuyas piezas de finales de los años veinte poseían una factura limpia planteada desde sencillas formas y superficies.
Pude ver una exposición de Kobro no hace mucho tiempo en el Reina Sofía y, sinceramente, me costaba mirar y pensar sus piezas sin imaginar la posible interacción que un gato desplegaría con ellas. También me hizo acordarme de otro artista, el francés Raphaël Zarka, el cual tiene una serie fotográfica en la que diferentes individuos practican skateboard en esculturas públicas de un carácter rigurosamente geométrico. Las fotografías de Zarka me hacían cuestionarme cómo sería patinar esas pequeñas esculturas de Kobro si pudiéramos llevarlas a otra escala diseñada para el cuerpo, deslizarse por ellas. Zarka me ayudaba a repensar esas grandes, pesadas y estáticas esculturas públicas (que a menudo me resultan despreciables y ayudan a estancar y monopolizar el espacio público) como un entorno idóneo para el goce y el disfrute. Dotarlas de una nueva funcionalidad como es la de ser superficie, ser un carril para el flujo y soportar el roce (literal) del público. Resulta interesante desvincular la forma de la función para la que ha sido creada y especular otros usos posibles. Esta es una de las actitudes que, como deriva pragmática, me parece más interesante a la hora de enfrentarse a algunos de los elementos que se instalan, de forma generalmente impositiva, en el espacio público.
Continuando con los rascadores para gatos, le conté a mi amiga mi intención de ofrecerme como diseñador para construir uno de estos elementos, especialmente diseñado para sus gatos. Los rascadores convencionales son muy sencillos, toscos en algunos casos, poseen quizá no más de una o dos tablas ensambladas y, realmente, yo tenía en mente toda una estructura más compleja que incorporara una amalgama experiencial de otro corte, pero sobre todo, una experiencia espacial para los felinos que fuera una ruptura con esa convencionalidad. En cualquier caso, incluso los rascadores corrientes para gatos incorporan ya de por sí una característica que me parece interesante, una faceta que con cierta dosis de humor, quizá sin quererlo, me hace pensar en su vinculación con una deriva utópica, constructivista. Esta situación no ocurre, por ejemplo, al mirar una pecera ya que todos los elementos que suelen acompañar a este tipo de habitáculos, son la mayoría de ellos una referencia mimética del entorno marino: falsas piedras de resina, falsas algas de plástico, oquedades de poliuretano, etc. Toda una colección de elementos que no hacen sino reflejar, a modo de parque temático, un entorno consensuadamente convencional que, por poner un ejemplo, el artista Theo Mercier articula en una instalación reuniendo numerosos de estos elementos y disponiéndolos sobre unas baldas que recuerdan a una colección tradicional de suisekis japoneses donde el espectador puede contemplar esos “paisajes”.
2.
En una película documental de 1936, László Moholy-Nagy [1] plantea como escenario de interés el Zoológico de Londres: un entorno arquitectónico diseñado por Berthold Lubetkin. La película llamó mi atención como un extraño artefacto que en un principio no lograba comprender, así como tampoco entendía cuál había sido la motivación de Nagy para su realización.
Lubetkin, testigo y amigo de la Revolución, formado en la escuela de arte protorevolucionaria de la Vjutemás, había emigrado a Londres en la década de los treinta y se había establecido formando el grupo Tecton. El zoológico fue uno de sus primeros proyectos en la ciudad y constaba de doce recintos para animales. La construcción fue un ejemplo único del temprano modernismo en el Reino Unido. Todos los recintos originales sobreviven, a excepción de la piscina de pingüinos que fue demolida en 1979. La película de Nagy comienza con un texto previo:
El uso de hormigón armado ha permitido a Tecton, los arquitectos londinenses, una gran libertad en el diseño de formas especialmente adecuadas para el alojamiento de animales, y el resguardo y la regulación de la circulación del público. Por primera vez, los animales ya no se alojan en una reproducción artificial de su entorno natural. Los nuevos edificios proporcionan un entorno orgánico higiénico, la simplicidad de lo que mejor muestra las características naturales de los animales.
El texto apunta a una marcada diferencia, un proceso medular de ruptura: Lubetkin da la espalda a esa tradicional forma de situar a los animales y crea, por primera vez, unos espacios que nada tienen que ver con la imitación de sus entornos naturales.
Todas las propuestas de los habitáculos del zoo tienen una marcada línea constructiva, todos ellos son lugares diáfanos, higiénicos, realizados en cemento y con gran luminosidad. Lubetkin estaba planteando, en el fondo, mejorar la vida de los animales; situar al servicio del uso público la más puntera de la arquitectura de la época.
Este hecho, que a priori pudiera parecer secundario, anecdótico, o un delirio chic del arquitecto, ponía sobre la mesa una aspiración. Pensemos por un momento el clima de la época, pos Revolución Rusa y pre Guerra Mundial, donde las ideas utopistas y las aspiraciones por mejorar la calidad de vida de las mayorías estaban a la orden del día. Desde luego, lo que en principio se veía como un ejercicio delirante de documentación de Nagy, parece tornarse en todo un ejercicio de proclama procesual y política.
El simple planteamiento de que otro modo de vida es posible propone una ruptura: elige el zoológico como lugar para la especulación, ya que se trata de un lugar eminentemente visitado por las clases trabajadoras en sus tiempos de ocio, y conecta con el imaginario público numerosas posibilidades y aspiraciones.
No es casual que, tras la segunda Guerra Mundial, el zoo fuera relegado a un lugar casi olvidado y posteriormente declarado en suspensión de pagos en la década de los setenta. El foco de Nagy sobre Lubetkin subrayaba esa idea de poner en duda los consensos asumidos. Los espacios asumidos, las normas asumidas, los lugares comunes o aquello que simplemente se considera lo “normal”. Si algo delata el proyecto es una querencia aspiracional y utópica por un modo expandido (incluso en el ámbito animal).
En 2012, cuando el francés Pierre Huygue presenta un galgo con una pata policromada de rosa fluor, unas abejas habitando en una escultura semirecostada o un cangrejo que convive en un acuario con la Musa de Brancusi en documenta 13, quizá nos esté recordando, en línea con Lubetkin y Nagy, que todavía hay otros mundos posibles pese a la normatividad que todo lo regula.
3.
Tras escribir estas breves reflexiones, recibí una imagen de mi amiga, en la que Bebe y Hache disfrutaban de su rascador, que no me permitía finalizar el texto donde lo dejé. Ajenos a estas cuestiones, ambos disfrutaban de un rascador convencional con forma de palmera. Quizá tras la propuesta de Lubetkin, y por darle un giro al argumento, se esconde una actitud paternalista y de imposición frente a los animales que, en cualquier caso, no pueden darnos su opinión exacta, o al menos no con palabras. Aquellas propuestas, que son entendidas en el marco de una proposición utópica, para el artista o el contexto de la época, desde la práctica y la habitabilidad, muestran un racionalismo y una falta de carnalidad tangible. Incluso me atrevería a decir que cualquier aspiración a diseñar o rediseñar los espacios da como resultado un entorno dirigido, intruso, molesto e invasivo. Quizá esta cuestión nos sirva también para pensar en el caso del mundo rediseñado para los humanos. A veces las aspiraciones por parte de los artistas, pese a que de forma embrionaria tengan una actitud dadivosa o desprendida, finalmente practican pese a todo una forma impositiva. Quizá sea hora de escuchar a los gatos, de escuchar, al fin y al cabo.
Notas bibliográficas:
[1] El documental se puede consultar en línea en: https://www.ubu.com/film/moholy_zoo.html [Última consulta realizada el 30 de enero de 2021].