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Frieze Art Fair: fascinación, oposición y el espectro de la crítica institucional

Frieze Art Fair: fascinación, oposición y el espectro de la crítica institucional

Escritora, crítica de arte y comisaria independiente. Ha relizado el…

Como cada año en Londres a mediados de octubre, Frieze Art Fair arranca y se desata la locura. El número de críticas y comentarios aparecidos en la prensa de arte internacional sigue creciendo con cada edición, junto a la presión de cubrir no solo la feria (dos ferias de hecho, con la reciente adhesión de Frieze Masters) sino también las fiestas y eventos fuera del programa, como los que tienen lugar en las instituciones locales y galerías durante la semana.

Pero, ¿qué es lo que estamos juzgando exactamente cuando consideramos Frieze Art Fair? ¿Es la calidad de la selección de galerías y obras mostradas? ¿El interés de sus programas paralelos de charlas, screenings y proyectos site-specific? ¿Cómo de sólida es la selección curatorial de sus secciones jóvenes Frame and Focus? ¿O son tal vez las cifras de ventas? El hecho es que lo juzgamos todo, a la vez. Y, ¿quién o qué podría soportar el peso de tan frenético y polivalente juicio?

Muchos amigos artistas me hablan del persistente sentimiento de incomodidad que experimentan cuando visitan o muestran obra en una feria. Es una fuente de angustia recurrente e inevitable para los artistas (más atenuada quizá en el caso de críticos y comisarios). Los artistas hablan de la calidad casi pornográfica de las ferias de arte, que muestran sin atisbo de rubor la verdadera cara del sistema en el que trabajan: el mercado del arte. Pero la cuestión es que sin ese mercado el arte no existiría dentro de los parámetros en que lo entendemos. La comercialización, el intercambio y la significación de clase son la verdadera esencia del arte, su raison d’être, incluso tras décadas de desafíos conceptuales y de prácticas de desmaterialización, bien intencionadas pero eventualmente procesadas por el mercado del arte como si de una boa constrictor digiriendo un ratón se tratara. Así pues, aunque el llamado «boom de las ferias de arte» sea algo relativamente reciente —remontándose unos cuatro o cinco años atrás— la compulsión materialista que representa y exacerba comenzó hace mucho mucho tiempo, ya con las primeras manifestaciones artísticas. Aunque los artistas deban de hacer caso omiso del mercado para poder crear una pieza que mantenga un cierto grado de vigencia y autenticidad, las estructuras de financiación e intercambio que permiten la exposición y diseminación de tal trabajo siguen al acecho detrás de cada paso del proceso artístico. Esto es lo que las ferias de arte revelan y lo que los artistas detestan ver.

El hecho, de cualquier manera, es que las ferias sí muestran arte interesante. En esta edición de Frieze London por ejemplo, me llamó la atención una pintura de Pierre Klossowki que fue usada, estilo ready made, en la instalación de Mark Leckey para Cabinet, la cual, qué casualidad, se llevó el premio al mejor stand. La pintura, de delicadas líneas y suaves colores pastel titulada Ogier morigénant le Frére Damiens (1990), muestra a un joven resistiéndose a las insinuaciones de un clérigo que yace sobre una cama. El aura sediciosa de este trabajo está quizá potenciada por su inclusión en un evento tan directamente alineado con las estructuras de poder. La pintura podría haber sido instantáneamente institucionalizada y neutralizada en este contexto, pero consigue retener toda su agencia crítica. Pierre Klossowski —amigo de George Bataille, hermano de Balthus y mentor de Gilles Deleuze, Michel Foucault y Maurice Blanchot—, genera un encuentro tan incómodo como fascinante en una feria de arte y, para mí, representa las grietas subversivas y las potencialidades que pueden surgir en acontecimientos a priori tan negativamente pre-escritos.

Nuestra fascinación con las ferias de arte —y con esta feria de Londres en particular— plantea una serie de contradicciones de gran proliferación entre los artistas y agentes culturales que operan dentro de lo que llamamos «prácticas críticas o políticas». ¿Cómo hacer un trabajo que critique las políticas neoliberales o los peligros del «trabajo inmaterial» por ejemplo, mientras se lucha para formar parte de esta hoguera de las vanidades? La disonancia cognitiva requerida, creo yo, es el activo clave para navegar con éxito entre los endémicos dilemas morales del mundo del arte, para reconciliar la necesidad de atención y apoyo con la distancia necesaria para no caer en sus promesas vacías y cantos de sirena. En este sentido, la ventaja de las ferias Frieze reside posiblemente en su sinergia con Frieze Magazine, que también reparte sus contenidos mensuales entre artistas emergentes, figuras establecidas y tendencias críticas, mientras llena la mitad de su páginas con anuncios en papel couché vendidos a prestigiosas galerías comerciales e instituciones de todas partes del mundo consiguiendo, sin embargo, mantener intacta la credibilidad de su marca.

Finalizaré mis cavilaciones con una idea final: La oposición a las ferias de arte yace, en mi opinión, no muy lejos de los dominios de los principios clásicos de la crítica institucional, tan interesantes y seminales como algunas de las obras de arte que produjeron, aunque finalmente condenados a convertirse en una parodia de sí mismos, exhibidos y capitalizados por las mismas estructuras que buscaron socavar.