Fuentesal Arenillas y sus entidades afectivas
Casapuerta da título al tercer proyecto de Fuentesal Arenillas en la galería Luis Adelantado, Valencia: una poblada escenificación de sus últimos trabajos desplegados a lo largo del singular espacio de la galería. Las piezas organizadas en cada piso configuran los diferentes capítulos de un relato común sobre la idea de umbral, esa zona poco atendida de la casa, pero plena de peculiaridades cuando decidimos observarla, escucharla y sentirla. Así nos lo dice Selina Blasco, autora del extraordinario texto que acompaña al proyecto y en el que llega a hablar incluso de una temperatura propia para este lugar liminal. Un texto que nos guía tan solo (y nada menos que) por el lugar que da acogida a los objetos, poniendo el énfasis en su circunstancia espacial, emocional y cultural. Conviene leer atentamente este breve y delicioso escrito antes de lanzarnos al recorrido de la exposición, ascendiendo piso tras piso, dejándonos conmover por cada una de las configuraciones que los habitan.
El trabajo de Fuentesal Arenillas ha ido haciéndose más complejo y elaborado en los últimos años, al igual que el discurso que los artistas han construido para armar su práctica y que, con motivo de esta exposición, se han permitido formalizar en el conjunto de collages que conforman la pieza Un collar de ventanas: (2022) anotaciones, dibujos, fotografías y citas atesoradas a lo largo de estos años como una especie de manifiesto artístico y vital. Ahí encontramos un ideario plagado de referencias y afectos, un catecismo ilustrado que nos habla directamente sobre las herencias asumidas e incorporadas honestamente en su práctica «escultórica». Entrecomillamos tal categoría desde un entendimiento no ya tan solo expandido —lo cual resultaría casi obsoleto—, sino asumiendo un lugar poroso conceptualmente que atiende otros registros alrededor del espacio físico y mental en el que se instalan sus ejercicios tridimensionales. Desde esta perspectiva, sus piezas atienden tanto al movimiento del cuerpo como a la energía que emana de su escenificación, de su condición situada en esos espacios poco atendidos a los que Selina Blasco hace referencia en su texto.
En efecto, cada una de las obras que componen Casapuerta juegan al (des)equilibrio y plantean toda una serie de retos que debemos asumir cuando las contemplamos en el espacio de la galería, inevitablemente impositivo y ficcional. Aún así, estas esculturas nos hablan siempre de un «antes», de un lugar y de una lógica anterior en el tiempo y en el espacio, ciertamente diverso al escenario atenuado y calmado de, en este caso, la galería. Ese tiempo que precede a cada pieza nos remite al taller en el que estas obras se levantan y ensayan a partir de los propios cuerpos de los artistas, pero que, aún más allá, han tenido otra vida más antigua, fundadora, y que ellos (ella y él) se afanan en extraer desde un sentir profundo y enraizado. El trabajo de Fuentesal Arenillas se nutre de ese devenir cultural y vernáculo atravesado por ciertas revelaciones muy precisas sobre las poéticas tridimensionales del arte europeo de los años sesenta y setenta.
Sin embargo, además de estos principios fundadores, la obra de Fuentesal Arenillas está principalmente determinada por una cualidad afectiva sobre las materialidades que configuran cada una de sus piezas (algo sobre lo que hemos insistido en otras ocasiones y que, al margen de las diversas formalizaciones por las que ha transcurrido su trabajo, siempre ha constituido una pulsión irrenunciable). La humildad material es el punto de partida para este repertorio de esculturas cada vez más sofisticadas formalmente en su ejecución, de manera que cada una de ellas se transforma en un acto de repentino florecimiento a partir de su énfasis constructivo o simplemente de una manualidad esmerada que apela al viejo oficio de esculpir, ensamblar o coser. La querencia por la artesanía y por ciertos modos culturales pertenecientes al ámbito popular de los retablos, teatrillos o guiñoles coexiste con la solemnidad y el rigor de la escultura moderna, con su exigencia de autonomía y su capacidad de transmitir elevadas formulaciones físicas y mentales. Y ahí, en ese espacio de intersección, las piezas de Fuentesal Arenillas se hacen visibles y táctiles con una energía liberadora.
Nos preguntamos acerca de la naturaleza de estas entidades en la escena donde se representan, tan mobiliar como humanizada. Julia y Pablo, (2022) dos piezas idénticas de madera de sapelly talladas a mano —homenaje no disimulado a las estructuras dobles de Félix González Torres—, responden con sensibilidad amorosa a esta idea: herméticas pero cercanas por la proximidad que las configura como dupla inseparable. Apenas rozan sus cuerpos redondeados, pero podemos sentir su temperatura emocional. Dos pisos más arriba en la galería se vuelven a repetir formas similares en la pieza S.T. (Familia), (2022) una configuración compleja de individuos escultóricos y jerarquizados, como parte del atrezo de una representación dramática o como actores estáticos a punto de pronunciarse colectivamente. En las entrañas al descubierto de cada uno de estos cinco «personajes» aparecen sus esqueletos textiles, contenidos en sus respectivos cuerpos, con sus morfologías singulares, casi orgánicas. Tal es el poder que los artistas otorgan a una materialidad que —aunque cosida y manipulada— toma la palabra por sí misma desde una especie de principio emancipador. En todas estas configuraciones formales subyace felizmente otra cualidad rectora que —aunque no visible— es bien conocida por quienes nos hemos adentrado en el trabajo de Fuentesal Arenillas, y que podría incluso enunciarse como material constitutivo. Se trata de una sustancia «convivencial» que sucede hasta el momento en que sus piezas son presentadas públicamente. Diríamos así: ponerse, vestirse, echarse cada pieza a la espalda, acarrearla, dejarse dominar (o acariciar) por su corporeidad intrínseca. Algo de esta convivencia obsesiva siempre está presente aun cuando los artistas ya no están tutelando sus artefactos.
Podemos detectar esa cualidad ambigua entre materialidad inerte y cuerpo en potencia a través de las posiciones y equilibrios que cada una de estas obras asumen en el espacio que les es dado. En ocasiones, se yerguen en la pared y en el suelo acrobáticamente, de puntillas o ensayando un pequeño salto al vacío. En las dos versiones de Corre, ve y dile (2022) acontece este fenómeno de extraña inestabilidad: cuando está en el suelo, se eleva grácilmente con su cabeza asombrerada, mientras que en la pared —en esta ocasión, como dupla juguetona— se lanzan al espacio como una pareja de funambulistas. En esta condición del «apoyarse» no podemos evitar sentir una cierta pulsión afectiva, casi cómica, sin duda intensificada por sus cabezas-sombrero como única estructura corporal. Así se nos representan también otras esculturas textiles como Guardacantón (2022) o Ellas (2022): cabezas sin rasgos o máscaras sin carne severas, circunspectas, orgullosas, altivas, como las mujeres castellanas de Alberto
Por debajo de esta pieza, Corre, ve y dile, también suceden algunas historias o, mejor dicho, se representa un enigma. Uno ha de tener la curiosidad (o la intuición) para agacharse ligeramente y descubrir así un piccolo teatrillo de secretos —pinceladas redonditas como un sarampión, unas humildes cuñas de madera, una imagen con un rostro iluminado por el sol, un platillo de latón por fin— que, en su conjunto, adquieren un sentido similar al de las marcas de cantero grabadas en los muros de los edificios medievales (símbolos o alegorías abstractas de las que no es menester conocer su significado último). En definitiva, un asunto privado entre la escultura y sus artífices
La exposición comienza y finaliza con dos piezas mas reductivas en cuanto a los elementos que las componen, aunque también se basan en este principio obsesivo en torno a los apoyos. La mesa es el suelo de las manos (2021) remite, en ambos casos, a los juegos infantiles de subibaja, aunque algunos de sus elementos constitutivos (dos planchas circulares de vidrio) impiden que se produzca el previsible balanceo, de modo que esa inestabilidad genera un movimiento detenido. Una de ellas, además, se acomoda en el suelo en uno de sus extremos por medio de un rollo textil de lino cuya vocación precisamente es la de amortiguar su apoyo. Viendo estas esculturas imaginamos otras configuraciones posibles, como si tuviéramos la capacidad de reordenarlas o recomponerlas cambiando sus elementos aquí y allá en pos de un nuevo estado mobiliar, funcional a regañadientes. Ahí radica quizás el sentido ontológico del trabajo de Fuentesal Arenillas, en su virtud para trasladar la realidad y sus objetos culturales a una esfera desconocida, íntima, conmovedora, en expectación.
Actualmente, el trabajo se Fuentesal Arenillas puede verse en La Casa Encendida (Madrid) en el marco de la exposición colectiva Generación 2023, fruto del premio homónimo que reconoce la labor de artistas jóvenes en el territorio español.