La edición como método artístico
La andadura de Index comienza hace más de cuarenta años. Lo que hoy se conoce como una plataforma dedicada al arte contemporáneo en el centro de Estocolmo, fue anteriormente un centro de fotografía y una editorial impulsada por una asociación de artistas. Después de visitar la última exposición que el espacio acoge, quiero pensar que estos comienzos tienen algo que ver con las líneas formales que guían su programa en la actualidad. En Index cada actividad nutre a la siguiente, de tal manera que incluso es posible percibir vestigios físicos de anteriores proyectos, como por ejemplo la permanencia de varios textos expositivos en una de las paredes o la incorporación de cajas de transporte de obra a la exposición. Al hacer visible el archivo y el almacén a través de estos objetos se evidencia el interés por priorizar los procesos, así como el intercambio entre institución, artistas y público. Otra peculiaridad que se ha manifestado recientemente es la fusión del espacio expositivo con la oficina, tanto el director como el equipo de Index trabajan junto a los visitantes. Esta decisión inusual (posiblemente incómoda para ellos) logra modificar la relación del espectador con el lugar, ya que este último deja de ser un santuario de contemplación artística para convertirse en un espacio donde la distensión y la conversación se dan con mayor facilidad.
Editorial Thinking [1] (pensamiento editorial) es la última exposición presentada en Index y en ella se pone de manifiesto lo meticuloso, pausado, e invisible del trabajo editorial, a la vez que se analiza en qué medida estas características son compartidas por el arte contemporáneo. En el espacio se reúnen procesos, obras, y publicaciones experimentales que han hecho de las lógicas editoriales su herramienta de expresión. Una de las intervenciones más llamativas es la que realiza el artista y coreógrafo Pontus Pettersson, quien ha diseñado (o editado) una serie de prendas para que los miembros de Index vistan durante su horario de trabajo. Caminan por el espacio portando un chaleco confeccionado con mantas grises recicladas, tienen su inicial grabada en un pequeño espejo con una peculiar tipografía, y llevan pantalones beige junto con una camisa azul desteñida en varios tonos del mismo color. Es interesante descubrir cómo a este cuidado atuendo se suman una serie de códigos sobre los que el artista ha instruido al equipo y que se manifiestan en gestos, en la elección de pequeños amuletos que les acompañan durante el día, o en la repetición de ciertas palabras. De algún modo estas indicaciones muestran el anhelo de intervenir el tiempo expositivo, de imprimir una huella sobre cada movimiento y, en definitiva, de coreografiar la jornada laboral. La obra de Pettersson actúa como una representación física del texto, una práctica que el artista explora regularmente y dónde la coreografía converge con el lenguaje escrito.
Este tipo de actos dan luz a la labor editorial, que en su forma más ortodoxa (la escritura) es frecuentemente invisibilizada o relegada a un plano íntimo. La invisibilización es también una característica compartida por el trabajo feminizado o de cuidados y por ello es significativo un detalle que se filtra a través del trabajo de David Maroto y Joanna Zielinska en esta exposición, y es que la gran mayoría de mujeres pertenecientes a la corriente Surrealista publicó una novela propia. Esto nos recuerda que la escritura es una herramienta artística y una tarea que requiere de atención, tiempo y meticulosidad, pero que no recibe el mismo reconocimiento que se otorga a la “obra de arte”: entendida esta como un objeto o representación formal. Bajo el pseudónimo de The Book Lovers, Maroto y Zielinska, llevan años reuniendo una biblioteca con novelas de muy distintos artistas. La instalación se extiende por varios puntos del espacio copando paredes y vitrinas, sin embargo, a pesar de su gran presencia física, puede considerarse que esta particular biblioteca es poco accesible al requerir de una gran dedicación por parte del espectador, quien ha de explorar las distintas temáticas, abrir los libros, hojear sus páginas o incluso consultar al personal para comprender las lógicas detrás de los ejemplares. Cada una de las novelas muestra un proyecto e intencionalidad diferente, véase: transcribir el Quijote utilizando un audiolibro en inglés y una aplicación de escritura automática que (en ocasiones) reinterpreta los nombres propios creando nuevas palabras; redactar una novela que describe una fiesta aún por llegar; o escribir un libro en un idioma inexistente, de tal manera que al intuir nombres y estructuras repetidas se tiene la sensación de comprender algunos fragmentos: posiblemente una ilusión compartida por cuantos se inician en el aprendizaje de un idioma. En mi opinión, esta biblioteca es una de las instalaciones que mejor refleja el deseo de Index por mostrarse como un espacio de intercambio y reflexión, donde lo editorial es un prisma a través del cual llevan mirándose ya un tiempo. En ambos casos, la información es casi imposible de abarcar en una sola visita, aunque es fácil encontrar referencias que guíen la búsqueda y a su vez desvelen nuevas opciones comunicativas y estéticas.
Hay otras posiciones que aparecen en esta exposición y que igualmente merecen ser destacadas, por ejemplo, el modo en que el formato tradicional del cine es modificado a través de Printed Cinema, una obra con varias ediciones en la que Rosa Barba dirige películas que se materializan en publicaciones. En cada edición la artista muestra un cine impreso, que se puede leer u hojear como si de un libro se tratara, alterando así nuestra relación con la imagen en movimiento. Por su parte, Alex Reynolds revela por primera vez la documentación y el libro resultante de un antiguo proyecto realizado con MAP (Mobile Art Production) en Estocolmo. Durante este proyecto, varios voluntarios participaron en una encuesta y, posteriormente, recibieron cartas en su domicilio en las que se relataban historias fragmentadas con numerosos detalles sobre su intimidad y la de otros participantes. Finalmente, la revista OEI, liderada por Cecilia Grönberg y Jonas (J) Magnusson, muestra una reflexión visual sobre su extenso trabajo editorial en torno a la poesía experimental. El colectivo explora la publicación como representación estética y en esta ocasión se desvincula de su formalización habitual para desplegar varios mapas con citas e ilustraciones que aluden a la estética del proceso editorial.
Después de este recorrido por una exposición con tanto contenido y material de lectura nos asalta una pregunta: ¿cómo es posible aproximarse a prácticas artísticas que requieren de tanto detenimiento? Podría parecer que la sala de arte, la galería o el museo son espacios en los que las visitas se caracterizan por su brevedad e infrecuencia, y por ello no son demasiado compatibles con la lectura pausada o la investigación. Lo cierto es que en la mayoría de casos esta teoría resulta ser cierta, pues modificar estas inercias requeriría de un cambio estructural que no todas las instituciones pueden permitirse o están dispuestas a realizar. Cómo he apuntado anteriormente, Index lleva tiempo planteándose este giro y lo lleva a la práctica al hacer hincapié en establecer relaciones continuadas con el público y a través de su labor crítica y pedagógica. Es únicamente debido a la gran implicación, disponibilidad y acompañamiento de su equipo que Editorial Thinking funciona más allá de la temporalidad de la exposición. Las conversaciones mantenidas, las herramientas que se van reuniendo y los hilos que se van atando al regresar al espacio son puertas que se abren a nuevas reflexiones y conocimientos compartidos, detalles que quizá pasen desapercibidos para el lector apresurado, pero que son la piedra angular de la buena edición.
Notas bibliográficas:
[1] Más información sobre el proyecto expositivo Editorial Thinking en Index, Estocolmo: http://indexfoundation.se/exhibitions/editorial-thinking