Las políticas de lo coreográfico
“… Bailar juntos es unirnos para promulgar una comunidad, pero también para expresar y divulgar el marco ideológico que esa comunidad necesita para persistir. Se trata de crear colectividad, entendida esta como acción y como ideología.” [1]
El ámbito de la coreografía ha estado restringido históricamente al campo de las artes escénicas, si bien recientemente también se acepta su influencia en el terreno de las artes visuales en su concepción más amplia, la acción política elude constantemente el valor coreográfico intrínseco a su propia naturaleza. Sin embargo, su potencial muestra una correspondencia constante entre sus manifestaciones y las implicaciones políticas que ejercita. Aún cuando parece incuestionable que la organización de movimientos, la coordinación entre individuos, y la constitución de secuencias y pautas tiene una clara correspondencia política, apenas se ha prestado atención a este vínculo, ya sea desde una perspectiva histórica o en relación a los acontecimientos socio-políticos más recientes.
Debido a su condición transitoria, lo coreográfico a menudo se inserta dentro de nociones más amplias, tendiendo a la banalización de sus características propias. No obstante, tanto en el desarrollo de congregaciones públicas como en el ejercicio de las distintas culturas del baile —especialmente de aquellas nacidas en contextos suburbanos— se evidencian actitudes heterogéneas de disenso. Desde esta aproximación a lo coreográfico se señala una deriva específica en el interés relacional del arte, así como en el potencial político que estas experiencias colectivas suponen, las cuales muestran de forma clara como lo coreográfico adopta un rol de influencia entre lo reformista y lo revolucionario.
Desde el campo de acción de ciertas minorías asociadas a las culturas suburbanas del baile se desarrolla un tejido de identidades comunitarias alternativas, las cuales activan posiciones de resistencia cultural, social y política, así como nuevas fórmulas de respuesta crítica ante lo establecido. De una forma muy distinta, el desarrollo de distintos modos de agrupación pública fomenta la interacción no solo entre un individuo y su entorno, sino también entre distintos grupos de personas. Como señala Howard Rheingold en Smart Mobs: The Next Social Revolution [2], a través del desarrollo de las tecnologías de la comunicación se llegará a revolucionar la capacidad de auto-organización y, en consecuencia, nuestro grado de intervención sociopolítico. Por ello, es especialmente interesante prestar atención al surgimiento de fenómenos de implicación coreográfica como el flashmob o los recientes movimientos de manifestación ciudadana. De algún modo, en estos acontecimientos se observa una serie de transferencias constantes entre las cualidades propias de una coreografía y sus correspondencias políticas, originando actitudes de resistencia tanto individuales como colectivas.
Estas transferencias se manifiestan en la práctica de varios artistas que han encontrado en esta asociación un singular leitmotiv. Exposiciones como Yvonne Rainer: Dance Works, la retrospectiva que Raven Row le dedicó el pasado verano a la bailarina y coreógrafa neoyorquina; la futura muestra de Patrick Staff en Chisenhale o el proyecto Social Choreography –Anecology of Collective Experience,una serie de proyecciones que podrán verse en Tenderpixel entre el 5 y el 7 de marzo, centran su atención en cómo el movimiento, la coordinación, el desarrollo de una corporalidad crítica y la consciencia del cuerpo como agente político son valores fundamentales de ciertas prácticas artísticas que desencadenan una actitud de connivencia.
La exposición que Raven Row le dedicó a la bailarina y coreógrafa neoyorquina Yvonne Rainer recogía una serie de documentación centrada en su producción artística desde principios de los años sesenta. Sin embargo, la clave de la muestra fue su articulación en torno a una serie de coreografías de entre 1960 y 1970 que volvieron a interpretarse bajo la dirección de Rainer en colaboración con Pat Catterson. Mediante ambos formatos se examinaba lo coreográfico como terreno de mediación insistiendo en sus dinámicas transformativas y en sus códigos de participación activa. Tanto a través de las imágenes originales como de los trabajos en vivo se insistía en la idea del movimiento como material, desde el de un peatón al de cualquier gesto cotidiano. Aunque de una manera menos obvia, el proyecto también planteaba el interés de Rainer por indagar en cómo a través de la intervención en estos movimientos se producía una reestructuración de ciertos patrones en las relaciones sociales, buscando lograr una atmósfera de cooperación democrática. La exposición resultaba una suerte de desafío festivo a las normas coreográficas y sociales, con un claro rechazo a comunicar sus intenciones de forma directa.
Desde una perspectiva muy específica y haciendo uso de lenguajes tan diversos como el vídeo, la performance o el baile, Patrick Staff presenta el 20 de febrero en Chisenhale el proyecto The Foundation. Una investigación en torno a la fundación iniciada por el ilustrador e icono de la cultura gay Touko Laaksonen (Tom of Finland) sirve a Staff como punto de partida para cuestionar la forma en la que la propia identidad se gestiona a través de sistemas colectivos y materiales de archivo. El film, que alterna escenas tomadas en la Fundación Tom of Finland y secuencias de coreografías grabadas dentro de un conjunto escénico construido para el proyecto, aborda la noción de coreografía como intercambio constante dentro de una organización. Se trata del proyecto más ambicioso de Patrick Staff hasta el momento, en el que el artista explora el cuerpo como “archivo político viviente”. A través del cuestionamiento de conceptos de propiedad, responsabilidad, deseo y autoría, The Foundation analiza las estructuras culturales y su relación con identidades colectivas.
También a través del vídeo Tenderpixel presenta un programa de proyecciones en el que podrá verse el trabajo de las artistas Julie Born Schwartz, Priscila Fernandes, Adelita Husni-Bey, Rosalind Nashashibi y Katarina Zdjelarque, todas ellas interesadas en el rol del artista como instigador o coreógrafo social. Durante estas sesiones, concebidas a la manera de un club de cine, se exploran las relaciones sociales a través de un análisis sobre el uso del movimiento y el gesto en el terreno público. Los artistas, que utilizan el formato vídeo como documento de sus intervenciones y acciones, han colaborado previamente con diversos grupos sociales en diferentes escenarios, orquestando situaciones y produciendo enfoques transdisciplinarios. En cada pieza, tanto los artistas como los participantes en ella expanden las posibilidades de nuevas formas de colectividad. Estas formas de realidades aparentemente imaginarias actúan como una apertura al desacuerdo entre las estructuras de lo predeterminado y otros diálogos potenciales.
Cada uno de estos proyectos aborda lo coreográfico desde aproximaciones tangencialmente distintas, entendiendo lo coreográfico bien como cualidad, bien como disciplina. Sin embargo, todos ellos anhelan realidades imaginadas y sociedades ficticias que actúen como una epistemología mutante, aspirando a un porvenir hipotético en el que se use el movimiento colectivo para disentir ante las estructuras de lo predeterminado.
Notas bibliográficas:
[1] POHLIG, BENJAMIN: On Social Choreography. choreohraph.net LINK EXACTO, 7 de agosto, 2014. En línea: http://choreograph.net/articles/lead-article-on-social-choreography.
[2] RHEINGOLD, HOWARD: Smart Mobs: The Next Social Revolution. Basic Books. New York, 2003.