Leonora Carrington y la libertad
Qué clase de impulso o motor, convicción en ejercicio, se requiere para hacer y ser en el mundo libremente. Por supuesto, no debemos evadir, al preguntar esto, la constricción material. Todo comienza con el pan y el techo. Y sin embargo, es inevitable, al ver las pinturas, dibujos, objetos hechos por Leonora Carrington (Clayton-le-Woods, Reino Unido, 1917–Ciudad de México, 2011) a lo largo de su vida, no preguntarse por lo demás. Es decir, lo que sigue a este pan y a este techo, lo que constituye estar vivas «del todo». Para Carrington, este motor se parece al brío de los caballos que en tantos lugares retrata. Son caballos rojos, negros o blancos, caballos moteados, caballos-perro y caballos-hiena, caballos-mujer diminutos, imponentes, deshilachados. Estos animales significan deseo de libertad, y así los cita en su trabajo desde el principio.
Por eso se representa a sí misma como un caballo en la puerta de su casa en Saint-Martin d’Ardèche, Francia, primer refugio en su huida de una familia tiránica y una Europa convulsa. Es 1938 y cultiva su obra al lado de su pareja, el artista Max Ernst, entonces un anciano. Por eso también un caballo ofrece el hilo o lana para aquel vestido rojo en proceso de tejerse en Artes, 110 (1944), escogida como imagen de la muestra. Se trata de una prenda que promete futuros a través de lo que intuimos como el cuerpo de una mujer embarazada. Es 1944 y Carrington acaba de llegar a México, una tierra para la que todavía no tiene imágenes —inimaginada todavía—, donde encuentra el espacio y el tiempo para terminar de hacer de su vida lo que desea. Dice la mexicana Elena Poniatowska, quien publicó una novela sobre Carrington un año después de su muerte, que la artista buscaba crear «algo más real que la realidad misma, ir más allá de la realidad cotidiana»[1]. Esta es una realidad aterradora por la herida ineludible de la injusticia, la violencia que articula nuestras sociedades. Y el compromiso de la artista no fue otro que modelar una o muchas posibilidades, abocada su vida a poner en el mundo estos sueños hechos con fuentes aparentemente distantes (mitología celta, maya, Carl Jung, Quattrocento, Madame Blavatsky, hermanos Andersen, Giorgio de Chirico).
La libertad es algo que Carrington anhela o intuye desde el principio, mientras crece en la mansión familiar de Crookhey Hall. Es lo que la impulsa a todo ese viaje, desplazamiento y desarraigo que fue su vida hasta por fin llegar a México. Se trata de la huida de una Europa en guerra, pero también de una norma que pesa, asfixiante, sobre una mujer joven que rechaza el matrimonio y el dogma familiar, que no quiere ser embalsamada en las salas níveas de un palacete inglés, que desea estudiar, comprender, crear. Envestida de ese brío o impulso sorprendente que muchas veces actuó como tijera, amputando todo aquello que no podía ser más que lastre para este deseo, solo continuará viendo esporádicamente a su madre tras dejar Europa. Una vez más, las figuras del dibujo Brothers and Sisters Have I None (Hermanos y hermanas no tengo) ven transformados sus pies en caballos.
Son precisamente su madre, Maureen Moorhead, y su niñera, Mary Kavanagh, ambas irlandesas, las que siembran en ella la posibilidad de la ficción. De algún modo, le regalan una estrategia o tipo de magia: ficcionar para vivir del todo. Sobrevolar, transformarse, devenir, bucear mientras existimos. Es la ficción de la que está hecha la máscara que Carrington se quita y pone a voluntad, aquella que funciona como «escudo contra la hostilidad del Conformismo»[2]. Ficción que posibilita la emergencia de aquellos cien rostros de la artista, todos síntoma de posibilidades de ser-vivir-devenir [3]. La literatura y la pintura serán formas de liberarse, y el arte lo entenderá como la conjunción de ambas prácticas. En el mundo de Carrington se hilvanan los cuentos populares irlandeses, los universos de Jonathan Swift, los Grimm, Lewis Carroll. Es una capacidad —la de narrar e inventar— que ella misma traslada a sus hijos, y aquí evocamos la Leche del sueño, aquella colección de cuentos que pinta para Pablo y Gaby en las paredes de su casa, en la que vemos ya esa mirada propia de la artista, articulada en torno a la transformación, la hibridación humana-animal, la infancia.
La infancia es más que un estadio vital para ella: es una predisposición hacia las cosas, casi una manera de vivir, que practica una relación orgánica con la ficción o fantasía. En la exposición también entrevemos esta predisposición infantil de Carrington, derramada en los objetos y juguetes realizados junto a José Horna, compañero de la fotógrafa Kati Horna, muy cercana a la artista durante la época mexicana. Encontramos la pequeña cuna que hacen juntos para Nora, hija de la pareja Horna, en la que Carrington despliega una procesión de animales fantásticos, de nuevo caballos, que alientan y cuidan el sueño de la niña.
Quizás en la infancia también se condensen las posibilidades de lo que es una metamorfosis en curso, otro de los motivos que obsesionan a Carrington. Así lo recoge la célebre pintura Green Tea (Té verde), realizada a su paso por Nueva York (1942), en la que vemos una figura enfundada en piel de caballo, imitando a una crisálida. Se trata de una transformación vestida de libertad, la que ella experimenta tras abandonar Europa. Acaba de escapar del hospital psiquiátrico del doctor Morales, donde fue ingresada a la fuerza por su padre y donde ha comprendido definitivamente el horror que rige el mundo. Gracias a las investigaciones que acompañaron la preparación de la muestra, se ha descubierto que el título de esta pintura se remonta a un relato homónimo del irlandés J. Sheridan Le Fanu, en el que narra cómo el consumo de esta bebida (el té verde) altera los estados de conciencia. Conciencia con la que Carrington crea y propone, puesto que asume que no solo es pan y techo lo que nos conforma.
La muestra —y así lo señala el título— se presenta como revelación de la figura de Carrington. Esto no solo significa captar su biografía, sino también un contexto histórico, social, creativo, y el movimiento que traza su obra hacia la emancipación de lo íntimo para lo colectivo. Pautada en diez secciones, conjuga la pauta cronológica con la temática, recorriendo distintos hitos de la trayectoria de la artista: sus inicios en Inglaterra, su formación en Florencia y Londres, el paso por Saint-Martin d’Ardèche y el hospital de Santander, el exilio en América, la elaboración del trauma, la centralidad de la magia, la ficción, el mundo animal y el feminismo. Esta exposición recoge algunas de sus primeras piezas, como la serie de acuarelas Sisters of the Moon (1932-1933), hasta una de sus últimas obras, El mundo mágico de los mayas (2008), pintura inabarcable que se presenta rodeada de bocetos. También recoge obras de Max Ernst, Leonor Fini, José y Kati Horna, Lee Miller o Remedios Varo, desplegando así un leve repertorio del contexto que construye a Carrington.
Es la primera retrospectiva en España de esta artista, y llega en un momento de renovado interés hacia su figura que permea en la escala. Comisariada por Tere Arcq, Carlos Martín y Stefan van Raay, e impulsada por la Fundación MAPFRE y el ARKEN Museum of Modern Art de Dinamarca, la exposición se sostiene en un significativo esfuerzo internacional. En ella han participado más de sesenta instituciones prestadoras, entre ellas la Tate de Londres, el MoMA de Nueva York o el Museo Nacional de Antropología de México, así como innumerables colecciones privadas. En su preparación han colaborado sus hijos, Gabriel y Daniel Weisz, además de la historiadora Susan Aberth, autora del primer estudio sobre la artista, Leonora Carrington. Surrealism, Alchemy and Art (2004). Esta labor ha sido enorme, cuidadosa y necesaria, permitiendo conocer obra inédita, información hasta ahora ignorada, piezas extraviadas en la opacidad de colecciones particulares.
Tres años antes se había celebrado su primera gran exposición monográfica, Leonora Carrington. Cuentos mágicos (2018), en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, que sin duda ha marcado un hito a la hora de reconocer a la artista anglomexicana. Ese mismo año se inauguró también el Museo Leonora Carrington en el Centro de las Artes de San Luis de Potosí (México), impulsado por su hijo Pablo. Igualmente, no podemos dejar de señalar el protagonismo de Carrington en la última edición de la Bienal de Venecia, que ya en su propio título, Leche del sueño / Milk of Dreams, evocaba el citado libro de cuentos dedicado a sus hijos. Cecilia Alemani, curadora de la Bienal, se había propuesto reunir una constelación de miradas, lugares y prácticas que activaran nuestra imaginación frente al colapso del presente. Allí, el surrealismo, la ficción o capacidad narrativa y el ecofeminismo tuvieron un papel destacado, aspectos que se trenzan inevitables en la figura de Carrington y que también quedan reflejados en la exposición de Madrid.
En último término, cabe apuntar que hallamos en Carrington una genealogía. En un fragmento de la película Leonora Carrington. El juego surrealista (Javier Martín-Domínguez, 2012), también presente en la muestra, ella misma afirma que ser mujer es extremadamente difícil, y que cuanto más mayor te haces, más difícil se vuelve. Su mirada es triste al decir esto, y me confunden las carcajadas que escucho entonces a mi alrededor. Es una anciana de casi cien años que habla desde un lugar apenas aprehensible para nosotras. Un lugar marcado por el exilio, la vejez, la muerte alrededor, la locura, el ingreso psiquiátrico. Pero también por la liberación, el deseo puesto en el mundo, la transformación sin límite. Entonces, seguido a esas palabras, la artista anuncia que quiere usar una expresión mexicana que descoloque a su entrevistador, y sentencia que ser mujer solo es posible «con mucho cabrón trabajo». Mucho trabajo es el que hizo ella —dentro, fuera y alrededor— para legarnos este lugar de posibilidad, imaginación y encuentro que es su obra, y fue su vida, desde ella y para nosotras, para la historia, en un momento de urgencia e inflexión como el nuestro. Gracias, Leonora, por practicar tu libertad.
Leonora Carrington. Revelación
Fundación Mapfre, Sala Recoletos
Paseo de Recoletos 23, Madrid
11 febrero 2023 – 7 mayo 2023
Notas bibliográficas:
[1] PONIATOWSKA, ELENA: La última mujer del surrealismo vivió y murió en México, Alpha Decay, Barcelona, 2022, pp. 15-16.
[2] CARRINGTON, LEONORA: Memorias de abajo, Alpha Decay, Barcelona, 2022, p. 19.
[3] Recibe este título el curso de la Universidad Complutense que acompaña la exposición, «Leonora Carrington. La mujer de los cien rostros», dirigido por la historiadora del arte, curadora y escritora Estrella de Diego, y que tendrá lugar durante la segunda mitad de abril.