Lo que dicta el corazón. Pintura y ciencia ficción en Rosalind Nashashibi
La obra de Rosalind Nashashibi (Croydon, Londres, 1973) se divide en dos partes que conforman una unidad: pintura y audiovisual. Ambas configuran un universo afectuoso y cálido donde cada medio completa al otro. Esta completitud hay que entenderla en tanto constitución de sujeto; como artista, mujer, enunciadora, fabuladora. La exposición en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, titulada Green Hearts, es una magnífica entrada a este mundo donde imagen fija y en movimiento entablan un fructífero diálogo. Esta voluntaria (y paralela) escisión entre medios da como resultado dos líneas separadas, o mejor, bifurcadas, en estilo y contenido.
La pintura es aquí un género inmediato, una superficie material de proyección de lo insatisfecho, el deseo, los estados de ánimo. Desde una figuración evanescente y nada evidente, sin temor al bad painting, esta pintura es levemente narrativa desde la forma y el color; animales, plantas, frutas y siluetas abstractas. El sentimiento ha de expresarse, manifestarse, como dicta el corazón. Esta pintura es una forma de no trabajo, actividad a deshoras, en pequeños formatos, pintura de cocina, de sala de estar o por la noche. Impresiones en las que conviven artificio y naturaleza. Sorprende en Sevilla un conjunto de pinturas que Nashashibi ha realizado espontáneamente sobre papel de estraza: afectada por la visita a la Casa de Pilatos, y recordando su conexión con Andalucía a través de su abuela, judía sefardí cuya primera lengua era el castellano, la artista decidió acometer, primero en la habitación del hotel y después en las salas expositivas, un conjunto de pinturas donde impera el color áureo, dorado. Pilatos’ Bedsheets [Sábanas de Pilatos], o Pilatos’ Hand Towels [Toallas de mano de Pilatos] son los títulos de estas pinturas de una sencillez radical. Importa más la naturalidad con la que la artista decide realizarlos que el resultado final. O cuando el sentimiento genera una forma. Es difícil juzgar estos papeles colgados en términos de “calidad”, sin percatarnos de la espontaneidad del propio gesto de querer pintarlos; un encuentro súbito, una revelación, un impulso o deseo gozoso. Ahora que gran parte del arte contemporáneo participa de la “producción”, esto es, la planificación, usufructo de recursos y energías de colaboradores y proveedores, Nashashibi concibe su arte con muy poco. Le acompaña un sentido del disfrute, de la celebración de la vida. La alegría de la tarea no alienada y genuinamente subjetiva.
Su realización fílmica es harina de otro costal. Sin referirnos a producciones cinematográficas costosas, su itinerario sigue el camino de muchos artistas quienes a principios del milenio comenzaron a recurrir al vídeo por su inmediatez. Aquellas realizaciones, como es el caso de Dahiet Al Bareed, District of the Post Office (2003), dieron paso con el tiempo a producciones más ambiciosas. Después de films que pueden perfectamente convivir en el contexto expositivo como en el circuito de cortometrajes y festivales, como Vivian’s Garden (2017), producido para Documenta 14, Nashashibi presenta ahora su más reciente obra audiovisual. Dividida en dos partes que se enlazan, el largo título funciona como introducción narrativa: Part one: Where there is a joyous mood, there a comrade will appear to share a glass of wine (2018), seguido sin pausa por Part two: The moon nearly at the full. The team horse goes astray (2019). Leído de corrido, como una cita, “siempre que hay un ánimo festivo, aparece un camarada para compartir una copa de vino. La luna está casi llena. Un caballo abandona a sus compañeros”.
Rodado en 16 mm y transferido a vídeo HD, el film se inspira en “La historia de los Shobies” (1990), un cuento o novela corta de Ursula K. Le Guin en donde un grupo de personas se embarcan voluntariamente en una nueva forma de viaje espacial más veloz que la luz. Alistados voluntariamente en la aventura, la tripulación forma una sociedad en miniatura cohesionada en lo narrativo. Cada miembro de la tripulación participa en la creación de una narrativa que altera la naturaleza de la realidad. La adaptación libre del relato se centra en una comunidad afectiva, una familia no nuclear, en la que la propia Rosalind y sus hijos así como amigos y colaboradores de distintas edades, género sexual e idioma simplemente conviven. En el sentido menos estricto del género, la ciencia ficción abandona sus clichés y dispositivos: no hay aquí ninguna creación fantasiosa ni tampoco tecnológica, sino una cotidianeidad y simplicidad de medios y recursos. En la narración, una furgoneta blanca puede ser leída como una astronave lanzadera y una playa un peligroso espacio exterior a la nave.
Hay actualmente una revisión de la ciencia ficción —no por casualidad hecha por mujeres, y pienso en High Life de Claire Denis— donde una querencia por la baja tecnología corrobora las posibilidades críticas del género. En este nuevo film de Nashashibi hay un leve extrañamiento simplemente desde la mera alusión al género. El extrañamiento —aquel efecto de defamiliarización del que hablara Víktor Shklovski— es para esta ciencia ficción un recurso poético para la afirmación de lo distinto y la diferencia. (Otro referente para Nashashibi es el I Ching o Libro de las mutaciones o de los cambios, que tanto inspirara a otro maestro del extrañamiento, Brecht). Así, mientras el espectador trata de ajustar la narración a ese precario dispositivo sci-fi, el tiempo expandido de alguien plácidamente tumbado en un diván leyendo un libro mientras en la otra mano yace una copa de vino, es el contrapunto a una conversación sobre la dilatación gravitacional del tiempo en el espacio exterior. Las dimensiones del tiempo, y las del amor y la amistad son medidas aquí de manera poética. La actualidad de la utopía es, lo sabemos por el curso de los acontecimientos, la anti-utopía o distopia. Contra eso, Rosalind Nashashibi propone una comunidad a venir, una no familia, plurilingüe, multiétnica, apartada del instinto del beneficio en las relaciones humanas. Con todos ellos viajamos al espacio exterior en esta odisea cerca de nuestra casa. Mientras nos dejamos llevar, resuena la frase de la astronauta Amelia Brand (Anne Hathaway) en Interstellar: “el amor es la única cosa que somos capaces de percibir que trasciende el espacio y el tiempo”.
* Rosalind Nashashibi, Green Hearts, Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Sevilla, hasta el 2 de febrero de 2020