Medianoche, una bienal en Coimbra para enfrentarse a los fantasmas
En 2016 la investigadora cubana Tamara Díaz Bringas curó la Décima Bienal Centroamericana en Costa Rica y, en su texto introductorio, recordaba un grafiti visto en la ciudad de Panamá que rezaba: No puedo prescindir de esta memoria. Aquel alegato sirvió a Díaz Bringas para establecer sus pautas de pesquisa: Revisamos qué historias necesitan ser contadas de nuevo, qué memorias debemos reinventar, qué luchas necesitamos recordar. Años después, en una conversación que ella y yo mantuvimos para el libro Desde lo curatorial: Conversaciones, experiencias y afectos, al interesarme por su opinión con relación a cómo debería entenderse una bienal hoy, Díaz Bringas señalaba que sólo podría abordar esa pregunta si fuese formulada desde un contexto específico, y entonces comenzó a responderla desde el que ella conocía. Afirmaba que las visitas con su equipo a los diferentes países que participaban en la organización de aquella Décima se centraron en un diálogo colectivo con artistas, lanzando la preguntas de para qué serviría aquella bienal y cómo podría ser útil allí. De aquellas respuestas surgió un programa ingente y reparador, que desbordó absolutamente las ediciones anteriores.
Cristiana Tejo, curadora e investigadora brasileña, analizó en 2019 de qué manera, cuando en 1978 tuvo lugar en São Paulo la primera y última edición de la Bienal Latinoamericana, por vez primera un evento de esas características era organizado en base a un tema, en vez de a partir de representaciones nacionales, como había ocurrido hasta aquel momento en todas las citas semejantes a nivel internacional. Se deseaba evitar el concepto geopolítico de la división por países y conseguir una visión más completa y orgánica del arte del continente. Aquellos deseos de cohesión, señalaba Tejo, chocaron de frente con los planes foráneos para el continente. Nunca se habían planteado políticas de fomento en el intercambio entre los países latinoamericanos y la situación política del período -marcada por las dictaduras financiadas por los Estados Unidos- no facilitaba en ningún caso cualquier evento que pusiese sobre la mesa el tema de la integración.
Volviendo a Tamara Díaz Bringas, al inicio de la respuesta mencionada, citando ella a Ursula K. Le Guin, y refiriéndose esta al ámbito de las narraciones, decía que el modelo aristotélico de principio, desarrollo y final puede describir con solvencia muchas historias de la tradición europea, pero no funciona para todas las historias. Y añadía: es una receta para un bistec, no para tamales.
Es interesante ver de qué manera las bienales han reformulado en las últimas décadas sus temas desde la crisis del propio formato. No importan las razones que las originen, ni la pertinencia de los asuntos a tratar. Cita Peio Aguirre, en la introducción al libro de Mark Fischer Realismo capitalista. ¿No hay alterativa?, una célebre frase que Fredric Jameson escribió en su obra Las semillas del tiempo: Parece que hoy día nos resulta más fácil imaginar el total deterioro de la Tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo. Y yo me pregunto si alguien se ha imaginado alguna vez que la crisis del bienalismo consiga ocasionar al fin la cancelación de citas como Venecia, São Paulo, Berlín, Sidney o Lyon, entre otras. La respuesta la sabemos todas. Lo que sí podríamos valorar, al hilo de lo comentado hasta ahora, es si todas las bienales deberían ser analizadas desde la misma óptica, y si esa proclamada crisis del formato les afecta por igual.
Viajé a Coimbra el pasado 23 de junio, no visitaba esa ciudad portuguesa desde 2017. Recuerdo que en las vísperas de la Nochebuena de aquel año decidí acercarme desde Galicia para ver in extremis la segunda edición de la Bienal Anozero. Era la primera noticia que tenía de aquel evento, y me había llegado de la mano del artista brasileño Rubens Mano. Aquella edición, curada por Delfim Sardo y Luiza Teixeira de Freitas, incluía un plantel de artistas abrumador para una bienal que podríamos catalogar de pequeña. Efectivamente la presencia de algunos de aquellos grandes nombres era meramente testimonial, pero la cita dejaba imponentes trabajos específicos, especialmente en la sede central, el Mosteiro de Santa Clara-a-Nova, un monasterio de dimensiones colosales, fundado en el siglo XIV y ahora en estado de semiabandono, pero que hasta hace quince años funcionó como cuartel del ejército portugués.
La 4ª edición de Anozero, la que he podido ver hace unas semanas, se adentra en territorios diversos a través de un relato que da cuenta de la colonia de murciélagos que habitan la Biblioteca Joanina -joya del Barroco perteneciente a la Universidad de Coimbra- y que ayudan desde hace dos siglos y medio al control de plagas de insectos que de otro modo terminaría por destruir los más de cincuenta y cinco mil volúmenes alojados. Las comisarias Elfi Turpin y Filipa Oliveira son las encargadas de convertir ese relato en Meia Noite, título de esta edición, y además un señuelo que permite difuminar su tema, aludiendo al período nocturno en que eso ocurre y que ellas señalan como espacio de fluidez, de ruptura de normas, lugar abierto a otras posibilidades de visión, de conocimientos, de interacción, abierto a otros cuerpos.
Me cito en Coimbra con los responsables de Anozero, la pareja de arquitectos y profesores Carlos Antunes y Désirée Pedro. Entiendo entonces que la bienal es un proyecto en el que ponen desde hace cuatro ediciones su máximo empeño, y que el espacio del monasterio resiste en la actualidad bajo la amenaza de ser convertido en un inmenso complejo hotelero de lujo. Antunes recuerda el modo en que Agnaldo Farias, curador de la edición de 2019, se refirió al lugar en que se sitúa el monasterio. Si la ciudad cuenta con dos colinas, decía Farias, y sobre una de ellas se ubican la universidad y el jardín botánico, sobre la otra lo hace el monasterio, sede de una bienal que pretende alzarse como templo de un conocimiento no reglado, y de un jardín salvaje que, en contraposición al orden y la predefinida relación de variedades que alberga el botánico, crece libre, ganando espacios e incorporando especies bastardas en los alrededores del edificio.
Inicio mi visita en la sede del CAPC Circulo Sereia, donde se aloja el proyecto Bibliotera, una biblioteca en construcción cuyo destino será Guinea-Bisau. Al frente de este proyecto se sitúan Filipa César, Marinho de Pina y Marta Lança, y se presenta además Skola di Tarafe, un sugerente filme de Sónia Vaz Borges realizado a partir de un viaje de investigación a las escuelas de guerrilla de ese país. Camino hacia la siguiente sede con Jorge Cabrera, responsable del programa educativo de la bienal. Nos dirigimos al CAPC Círculo Sede, espacio de arte histórico en la ciudad, donde descubro con sorpresa una instalación de la norteamericana Mary Beth Edelson, así como las pinturas de Lastenia Canayo/Pecon Quena, artista perteneciente al pueblo Shipibo, ubicado en la amazonia peruana. De una de las salas cuelga una pequeña acuarela de la artista Aurélia de Souza (1866-1922), figura fundamental en esta bienal, al ser también ella, por medio un retrato fotográfico en el que aparece caracterizada con un hábito de monje, quien nos reciba a nuestra llegada al monasterio. Se trata de un estudio para su retrato de San Antonio (1902) y el efecto de esa poderosa imagen comienza sin embargo a diluirse demasiado pronto, sin llegar a entenderse las razones para ampliar la foto a un tamaño que no le corresponde, y duplicarla en un gesto que resulta redundante.
Los corredores del monasterio recuerdan la imponencia del espacio, y el principal es ocupado por los destellos lumínicos de una delicada intervención de Elisabetta Benassi, en la que dos lámparas se comunican entre sí traduciendo a código morse un diálogo ficticio entre los poetas Sandro Penna y Pier Paolo Pasolini: Quisiera vivir dormido en el interior del dulce ruido de la vida.
Las tres alturas del monasterio van dejando trabajos de más de treinta artistas, piezas que requieren de mayor atención, y otras como los históricos alegatos anticolonialistas de Nelson Pereira dos Santos o Sarah Maldoror, que bastan para entender que existe en esta Meia Noite un deseo por tocar diversos asuntos que para las caducadas potencias imperialistas siguen siendo un hecho al que evitar enfrentarse. Destacaría velozmente la propuesta de Laura Lamiel en uno de los torreones del edificio; la recreación que Yoan Sorin propone del pequeño restaurante de su abuela en Martinica o la instalación de Maja Escher a partir de los márgenes del río Mondego, que atraviesa la ciudad. La visita se debate en una pugna entre la fuerte presencia de la arquitectura y las diferentes artistas, que intentan no ser devoradas por ella.
Recuerdo en 2017 la instalación de Rubens Mano, en ella se realizaba un sutil ejercicio de memoria a través de cinco automóviles pertenecientes al período de la dictadura y olvidados en el garaje del monasterio. Por medio de la inundación de aquel espacio, al que era necesario acceder con botas de agua, en un andar lento y difícil, que era acompañado por la pausada cadencia de una pieza sonora configurada a partir de la canción Tanto mar, de Chico Buarque, Mano componía una escena difícil de olvidar, que evidenciaba las dimensiones ultramarinas de aquel período político que se extienden hasta hoy. En ese mismo espacio, Carlos Bunga presenta en esta edición Mother, una entrevista realizada hace veinte años a su madre y en la que ésta libera los fantasmas de la violencia colonial y la huida a ninguna parte. A escasos metros, en el inmenso depósito del que Mano habría bombeado el agua para su instalación, observamos ahora desde las alturas el mobiliario semihundido de un hogar que ya no es.
Lejos de discrepancias discursivas, volviendo a la introducción de este texto, entiendo que siguen existiendo motivos para sacar adelante proyectos como Anozero, y que estos viven al margen de los conflictos derivados del hastío de las grandes citas. Quizás por eso sea importante reivindicar estas pequeñas citas, sea cual sea su periodicidad, para que permitan poner sobre la mesa cuestiones globales, para analizar de qué manera afectan a lo local, y viceversa.