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Mirar desde un ángulo chueco: Una conversación con Iñaki Bonillas

Mirar desde un ángulo chueco: Una conversación con Iñaki Bonillas

Desde sus trabajos iniciales ha establecido en su obra una relación con…
Crítica y comisaria independiente, especializada en las relaciones entre…

Después de enseñarnos todos los rincones y matices del archivo familiar, podemos pensar que Iñaki Bonillas no tiene secretos. Pero es que nunca son suyos. Si en el Archivo J. R. Plaza desmenuzó los álbumes y dietarios de su abuelo, esta vez se ha dedicado a explorar todos los rincones de la casa-taller de Luis Barragán (1902-1988). Único arquitecto mexicano con un premio Pritzker, conocido por su austeridad racionalista, sus jardines frondosos y su famoso color rosa, Barragán, según Bonillas, es el mismo y es otro.

Toda la obra de Bonillas es un juego de contradicciones que conviven en harmonía. En su obra encontramos la paradoja intrínseca a la fotografía de mostrar las sombras de la luz, esa impresión efímera para siempre descontextualizada y fijada en la oscuridad del negativo. Y la paradoja, también, de lo que algunos han llamado la posfotografía, ese sentirse cómodo entre las imágenes de los otros, para sacar a relucir la imprecisa identidad del medio sin disparar una sola foto.

En El triunfo de la vida solitaria, la exposición que pudo verse del 28 de septiembre al 16 de noviembre en la galería ProjecteSD de Barcelona, Bonillas ha vuelto a hacerlo. Ha vuelto a recorrer los espacios de la intimidad ajena, pero esta vez sí ha hecho fotos. Quizá por eso no son de fácil acceso. Juegos de espejos, reflejos invertidos, negativos, crucigramas… todo a través de una constelación de referencias, detalles de un imaginario donde no sabes dónde empieza Barragán y dónde acaba Bonillas.

Llevas años explorando todos los rincones de la casa-taller de Luis Barragán. ¿De dónde vino tu interés y cómo llegaste hasta ella?

La arquitectura de Barragán tiene en México un lugar de culto y despierta verdaderas pasiones (de odio y de amor por igual), como pudo verse hace poco con el pintoresco episodio del anillo hecho con las cenizas de Luis Barragán. Yo empecé a pensar en esta casa después de la invitación que me hizo Hans Ulrich Obrist para participar en una intervención colectiva al espacio que se llevó a cabo en el año 2000, El aire es azul. Como ocurre con este tipo de recintos casi sagrados, la invitación era paradójica: debíamos intervenir la casa, pero a la vez no podíamos tocarla. No podía cambiarse ningún color, ni moverse, realmente, ningún objeto de lugar. Tampoco, claro, estaba permitido perforar las paredes, ni hacer, en suma, nada que alterara seriamente la percepción del lugar. De modo que había que ingeniárselas para poder trabajar. Hubo quien decidió, por ejemplo, componer los viejos tocadiscos, para que pudieran volver a tocar los vinilos de la colección de Barragán. Yo fui de los que más tarde llegué a una idea. Y todo comenzó con un clavo. En el famoso vestíbulo de la casa está el rincón del teléfono de Barragán, iluminado a la perfección por la luz que se cuela por la ventana que está medio piso arriba. En ese espacio, donde descansan una pequeña silla y una repisa de madera con el aparato telefónico y un florero, también hay –lo descubrí en aquel momento– un clavo. Se veía que llevaba años sin utilizarse, puesto que estaba vuelto a pintar del mismo color blanco del muro. En un par de fotos de archivo pude observar que, en algún tiempo, en efecto, ese clavo tuvo un uso y que, por momentos, una imagen acompañó esa esquina de la casa. Decidí, entonces, que ahí debía colgar algo. No sabía qué, pero algo. Así que me dispuse a buscarle pareja a ese clavo y finalmente acabé poniendo una fotografía que saqué en un colegio. Aunque no era un edificio de Barragán, bien podría haberlo sido, pues contaba con una de las características esenciales: muros pesados, pintados de colores vistosos; elementos que, desde luego, poseen ya cientos de construcciones pos-Barragán. Además, a la puerta del colegio descansaba una pizarra que, por haber tomado la foto en domingo, estaba completamente vacía, lo cual generó una tensión interesante dentro de la imagen. Esa fue la primera vez que entré al mundo de Barragán, desde mi trabajo.

Apenas entramos en la exposición El triunfo de la vida solitaria, en la galería ProjecteSD, el diaporama Linterna mágica es una bienvenida a la casa de Barragán desde tu prisma, una mirada enigmática, pues se trata de una proyección de los detalles y recovecos que ha encontrado tu cámara a oscuras, solo con ayuda de una linterna. ¿Por qué ese misterio?

Podría decirse que Linterna mágica surgió de manera muy natural, por el tema que elegí para acercarme nuevamente a este recinto: los secretos. El año pasado preparé una intervención bastante general en los espacios de Casa Barragán, que llevaba por título Secretos –de donde también salieron las series fotográficas que presenté en otoño en ProjecteSD. De Casa Barragán llaman la atención, a primera vista, los colores de los muros, la manera peculiar en que están divididos los espacios, con muros bajos y biombos, la cuidada manipulación de las entradas de luz, en fin, la maestría con la que Barragán trataba los espacios y los volvía cálidos y agradables. Pero en una segunda mirada, más atenta, hay un elemento que empieza a hacerse muy presente, y que es la cantidad casi delirante de puertas (¡más de noventa!) que tiene: puertas que llevan de unos cuartos a otros, puertas de armarios, puertas de baños, puertas de clósets, puertas en el techo, puertas escondidas detrás de cortinas, puertas, pues, de todos tamaños y colores. Además de ellas, o junto a ellas, están los clósets: la otra presencia silenciosa pero asombrosamente constante de la casa. En algún momento me quedó claro que si lo que se busca es crear espacios perfectamente controlados, como es el caso, donde cada elemento cumple una función específica, y donde nada que no armonice o combine puede tener cabida, entonces, forzosamente debía haber por algún lado una suerte de negativo o de doble de Casa Barragán; es decir, una dosis considerable de espacios ocultos a donde podían ir a parar todos los sobrantes, todas las cosas salidas de tono, todo el desorden, todos, finalmente, los secretos. Esta idea me hizo mirar de nuevo la casa con un ánimo casi detectivesco. Lo cual, entre otras cosas, me permitió hacer la conexión con la película The Secret Beyond the Door de Fritz Lang, en la que, curiosamente, aparece un arquitecto que al poco tiempo de casado comienza a comportarse de manera extraña, lo cual hace sospechar a su mujer de que quizás esconda algunos secretos. La película trata, básicamente, de la búsqueda de esos secretos y de la amenaza que representa para ella buscarlos. Y Linterna mágica es, en ese sentido, y en parte, una especie de homenaje a Lang y al cine negro –pues son imágenes de esta casa–, extremadamente fotogénica, y por lo mismo ultrafotografiada, pero vista desde un ángulo extraño, donde las cosas no parecen cosas, sino, tal vez, extraños habitantes de la casa, vacía desde la muerte de Barragán en 1988.

“Extraños habitantes” que dejan Huellas… Háblanos de esta serie.

Al igual que Linterna mágica, Huellas es consecuencia del punto de vista detectivesco desde el cual decidí volver a mirar Casa Barragán. En lugar de la mirada del turista o del experto en arquitectura que va al lugar santo a comprobar que las imágenes de los libros se cumplen en la realidad, y que la pared rosa está ahí y la delgada y mítica escalera de madera no se ha movido de lugar, yo intenté verlo todo desde un ángulo chueco, raro, distinto al que estamos habituados. Así descubrí, por ejemplo, que debajo de la mesa del comedor hay varios timbres, para los cuales, me vine a enterar, Barragán diseñó un complicado código de timbrados, donde dos podían significar “traer la champaña” y tres “llamarme con urgencia pues la conversación se está poniendo muy aburrida”. Y una vez a gatas me di cuenta también de que la rigurosidad con que Barragán acomodó cada mesa, cada silla, cada objeto, debía tener alguna consecuencia física, ya que eran años de cosas puestas, al milímetro, en el mismo sitio, inamovible. Y, en efecto, al quitar una silla, vi que la alfombra guardaba la huella de eso que la había pisado durante décadas. Imaginé entonces un especie de plano arquitectónico hecho de huellas de muebles. Como si la vida de la casa hubiera quedado estampada en el piso y pudiera reconstruírsela con solo observar la cuidada coreografía de armarios, sillas y toda clase de enseres que fue teniendo lugar a lo largo de los años –pues aquella mesita tal vez estuvo un par de años en la esquina contraria, por lo cual una huella tenue aparece todavía por allá. Para hacer esta serie tuvimos que, con todo cuidado y ayuda de restauradores, mover todo el mobiliario de la casa, lo cual fue maravilloso: poder visualizar esa casa vacía, como una tabula rasa. Y fue curioso descubrir ahí, a nivel del suelo, y gracias a una cámara superpotente, todo el universo de cosas y habitantes minúsculos que han ido conquistando la planta de esta célebre morada: polvo, desde luego, pero no solo gris, sino de colores increíbles, azules, lilas, en fin, partículas cuya diversidad no había imaginado posible; además, claro, de cadáveres de moscas y otros bicharracos, pedazos de papel, etc. Sin embargo, nada me mostró con más claridad el paso del tiempo que el cambio profundo de tonalidad entre los fragmentos de alfombra que quedaron debajo de los muebles, de un amarillo brillante, un blanco inmaculado, y el resto de los tapetes, desvaídos y, por momentos, casi deshilachados. Esta clase de marcas, desde luego, no se ven únicamente en las casas de personajes tan obsesivos y meticulosos, como lo era Barragán, y, por eso, Huellas es también una metáfora, o yo quiero que sea, de cómo la vida transforma el espacio y va dejando rastros y cicatrices sobre las cosas. Es como si esas formas huecas que dejan las patas de las mesas y los sillones sobre la alfombra no estuvieran vacías, sino llenas de lo que estuvo ahí alguna vez.

Tanto en la exposición de Casa Barragán como en la de ProjecteSD conviven diferentes tiempos. Está el tiempo de la casa, que ha sido detenido para convertirse en un museo (casi un mausoleo…), pero también hay un tiempo vivido, acumulado, que “llena” los espacios y los objetos, como tú dices. En este sentido, se dice que la evocación de recuerdos y emociones pueden alterar las percepciones espaciales. Pero, ¿y al revés? ¿En qué medida crees que el espacio y el saber emocional se ven afectados?

Me queda claro que la vida, por sí misma, crea formas y altera los espacios. Ahora pienso que el único sitio que se mantiene inalterado es una cripta. Fuera de eso, el simple hecho de habitar o transitar un espacio lo transforma. Basta ver esas pesadas escaleras de mármol de los viejos edificios, cuyos escalones se han ido puliendo nada más que por el tránsito diario. Barragán vivió en el mismo lugar durante cuarenta años, y aunque es probable que imaginase que algún día, por tratarse de él, su casa podría adquirir el estatus de museo, para nada la vivió así. Era su vivienda y su taller, así que la usó muy a fondo. Se sabe que hacía cenas y fiestas, que la gente lo visitaba, que el taller era sumamente vital. Es conocido también el hecho de que usó esta casa como su principal espacio de experimentación, ya que ahí pudo probar soluciones arquitectónicas que después empleó en distintas construcciones. De modo que, claro, las capas de recuerdos, así como el polvo, se han ido acumulando sobre el espacio. Y uno ve huellas de eso por todos lados. En las fotografías que hay; en la combinación de objetos (como artefactos rituales africanos junto a reproducciones de Georges Rouault); en la elección del tamaño de las camas (más pequeñas que el tamaño individual estándar, lo cual, para un hombre de 1.90 es una curiosa decisión); en el gran facistol de la sala, que Barragán llenaba de toda clase de imágenes que iba rotando. Imágenes, pienso, que lo inspiraban, que le traían recuerdos y que le despertaban asociaciones diversas; fotografías de la cantante Grace Jones junto a dibujos de su admirado Picasso, o fotos de detalles arquitectónicos al lado de paisajes sacados de revistas. No es que los objetos sean recuerdos en sí mismos, pero sí que los contienen, me parece.

En la actualidad, vivimos rodeados de imágenes de lectura rápida, fácil. Con tu obra buscas desacelerar esta velocidad vertiginosa para que nos fijemos en los detalles. ¿Mirar es un trabajo?

Debería serlo. Por lo menos en el arte. No soy para nada un nostálgico del tiempo anterior a las imágenes de consumo masivo y fugaz, pero ciertamente trabajo con imágenes y me gusta que puedan llevar a quien las ve a hacer una pequeña pausa. He trabajado anteriormente con la idea del detalle, y en las series fotográficas que hice a partir de mi investigación en Casa Barragán, en efecto, busqué algo parecido: detenerme en los aspectos menos visibles de la casa. Por eso decidí meter toda la exposición en los armarios, porque precisamente no quería estar negociando constantemente con este espacio tan icónico; me interesaba más que la gente fuese descubriendo poco a poco, y solo en la medida de su curiosidad e interés, las piezas de la exposición. Para algunos seguramente pasó totalmente inadvertida; otros, en cambio, entraron en el juego de detectives y se lanzaron a abrir cajones y puertas tratando de encontrar la siguiente pista. Me queda claro que, de este modo, al menos, tuvieron un acercamiento muy distinto a la casa del que suele tener el visitante regularmente.

Conseguiste lo mismo con los colores. Barragán está asociado al color rosa, pero este acercamiento tuyo a la casa nos descubre otros tonos. ¿Cómo fue tu investigación cromática?

Pues estuvo centrada sobre todo en dos series fotográficas: Huellas e Inversiones. En la primera, como decía, me interesó detenerme a observar el contraste de los colores originales de los tapetes con los que se ven actualmente; los primeros, casi chillones en comparación con los de ahora. Lo cual resultó fascinante, pues Barragán no dejaba nada al azar y aquí, el descubrimiento de amarillos y marrones tan intensos, hacía ver la casa con otros ojos. Casi como ocurrió cuando restauraron los frescos de la Capilla Sixtina y de pronto los colores manieristas de Miguel Ángel resultaron casi chocantes. Solo que aquí, la aparición de una nueva gama de colores se entiende mejor en relación al rosa y al amarillo, también vibrantes, que visten algunos muros. Y en Inversiones también pasó algo curioso, pues el jarrón original que fotografié es verde, pero yo decidí imprimir las fotografías en negativo, y no fue hasta que las tuve en mis manos que pude reconocer un inesperado rosa Barragán, que había surgido como negativo de ese verde. Tendría que haberlo sabido, quizá, pero admito que me sorprendió. Y también trabajé mucho con el blanco y negro, justamente para intentar cancelar la expectativa de los colores de Barragán y poder concentrarme en otros aspectos de la casa, como hice en Linterna mágica.

Ya en tu serie Los ojos, donde seleccionaste aquellos retratados del álbum familiar que tenían los ojos cerrados, señalabas que a veces lo que se vela es el negativo de lo que se quiere ver. ¿Crees que hay cosas que nunca estarán a la vista por mucho que se enseñen?

Creo que la condición de la mirada es cambiante y hay momentos en que, por distintas razones, ciertos aspectos de las cosas permanecen velados, aunque estén a la vista. Me ha interesado trabajar con esas zonas que, si bien están dentro de la imagen, no parecen atañer a la mirada, por no ser suficientemente atractivas o por estar en un segundo plano. Una de las series en las que más claramente expuse esto fue, precisamente, Una tormenta de asuntos secundarios, para la cual elegí un grupo de fotografías del archivo que heredé de mi abuelo y decidí concentrarme en lo que ocurre detrás o a un lado de la escena principal o de los personajes que el fotógrafo tuvo la intención de retratar. Y fue un ejercicio muy interesante, pues realmente cuando uno se fija en lo que no debe fijarse, empiezan a aparecer toda clase de asuntos curiosos y divertidos. Como los mirones que ven pasar a los novios, la bicicleta tirada en el piso, el picnic que está teniendo lugar debajo de la sombrilla detrás de la chica en biquini de la imagen intencional. Secretos también trató un poco de apuntar hacia esas zonas: las huellas debajo de los muebles, los recovecos que solo se observan con luz de linterna, etc.

En Casa Barragán la gente que venía a ver la exposición tenía que buscarla. En la galería ProjecteSD esta búsqueda se ha trasladado a tu obra. En imágenes como Crucigrama #9 o Telas 1, por ejemplo, la exploración se complica. ¿Cuál es su relación con Barragán?

La serie de crucigramas parte siempre de una plantilla de crucigrama que tomo del diario El País. A partir de ahí lo que hago es mezclar imágenes, estilo collage, que me parezca que, juntas, crean una imagen más interesante que cada una por separado. El Crucigrama #9 es un homenaje a la vida solitaria, a la que alude el título de la exposición en ProjecteSD, en cuanto que se trata de dos imágenes muy evocadoras de la soledad, pero no la soledad que pesa, sino la soledad triunfante, deseable. A este crucigrama lo antecede otro, que coloqué en una de las paredes menos visitadas de Casa Barragán, pues es la de un pasillo que lleva al baño. Lo que hice ahí fue mezclar una imagen típica de Casa Barragán, en este caso, de la terraza de la azotea, con una imagen de mi archivo personal: la de un hombre con el rostro desdibujado por la luz que entra por una de las ventanas de la Alhambra, frente a la cual ha decidido fotografiarse. La elegí por el anonimato del personaje, que bien podría ser el propio Barragán, a quien la Alhambra, y en general el arte mudéjar, lo influyó tremendamente. Me gustó, entonces, combinar ambas cosas, acentuándolas y borrándolas a la vez.

Y el asunto de la serie Telas no es tan distinto: en uno de los clósets de Barragán me asombró encontrar una serie de bolsas de plástico negro que escondían una gran variedad de textiles, ya fueran bordados mexicanos, como el que se ve en Telas 1, que es un tapete bordado a mano, o tejidos de lana para retapizar los sillones o, incluso, telas con estampados vistosos que no me pareció que tuvieran demasiado que ver con el estilo de la casa. De entre los “secretos” de Barragán, este me pareció sumamente misterioso. ¿Por qué guardaría toda esa pedacería de tela? Y decidí cruzar esta idea con otra: la de que los derechos de imagen de Casa Barragán están fuertemente protegidos, lo que hace imposible publicar fotos de la casa sin el permiso debido. Otros han trabajado ya con esta obstrucción, pero a mí me gustó la posibilidad de bloquear las vistas más conocidas de la casa con la propia colección de telas de Barragán. A la vez, también, una manera de homenajear al arquitecto de las capas –sucesiones de muros bajos y de paneles que lo que hacen es impedir la vista total del espacio, que es entregado por tiempos, en un juego de opacidad y transparencia muy interesante y característico de él.

La casa como encrucijada espaciotemporal es algo muy fotográfico. De hecho, como si se tratara una cámara oscura, hay casi un bosque en el patio de la casa que entra a través de los objetos en tus series Inversiones y Jardín. ¿Cómo concebiste ese diálogo con la naturaleza que es tan propio de Barragán?

Para Barragán el jardín no era simplemente el traspatio de la casa, era la casa misma. Como también era diseñador de paisajes, entendía el jardín como una continuidad del espacio habitacional, y por eso en su jardín vemos capas de arbustos, como en la casa hay capas hechas con muros bajos. Y solo dejaba entrar la naturaleza en el espacio interior con gran discreción, sobre todo, mediante una serie de floreros que la señora que era como su ama de llaves (y que hasta la fecha sigue viviendo en la casa) adornaba con hojas, flores del jardín y limones (y lo sigue haciendo). Pero también en el alféizar de la ventana del comedor hay un par de jarrones de cristal que Barragán pedía que tuvieran agua hasta la mitad, de modo que se iluminaran con el sol y reflejaran el jardín. Lo que ocurre al mirar a través del agua del jarrón es que el jardín aparece invertido, de cabeza, algo que seguramente el propio Barragán notó. Y esa idea pudo hilarse con todo lo demás, pues lo que traté de hacer con esa investigación fue representar Casa Barragán invertida, de cabeza. De ahí surgió Inversiones. Con la serie Jardín pasó algo parecido: en el tapanco de Casa Barragán encontré un curioso objeto con forma de poliedro hecho de espejos. No se sabe cómo lo obtuvo Barragán, ni por qué le despertaba especial interés, pues lo colocó en una esquina privilegiada, de modo que pudiera reflejar repetidamente el espacio, como le gustaba a él que hicieran los espejos, por ejemplo, de las diversas esferas de vidrio que tenía repartidas por la casa. A mí lo que me gustó de este artefacto fue lo mucho que se sale de tono del resto del decorado, más sobrio y opaco. Pero lo usé para cumplir ese deseo de Barragán, de fundir el jardín con la casa. Y así fue que lo llevé al exterior y realicé una serie de tomas del objeto en medio de la selva barraganesca. En cada una de las imágenes va cambiando el foco de la cámara, de modo que progresivamente se nos va mostrando un detalle distinto del contexto: en una el centro es el objeto mismo, en la otra lo es una pequeña hoja, en la siguiente el fondo y así, distintas profundidades y capas del paisaje.

A pesar de ese diálogo por capas, la casa de Barragán no tiene vistas a la calle. La casa como celda, refugio vital y creativo, ha sido un tema muy tratado en la historia del arte, de Dürer a Louise Bourgeois. Hoy, ¿crees que podemos separar vida privada y esfera pública?

Ese era el sueño de Barragán: aislar a los habitantes de la casa del mundanal ruido. Él odiaba las casas/cajas de cristal modernistas, le parecía que había algo obsceno en esa necesidad de mostrar la intimidad hacia el exterior. Recordemos, además, que era un hombre muy religioso, y para él una casa debía tener algo de claustro. Sin embargo, no eran celdas, sino espacios muy abiertos, pero hacia el jardín. En esto creo que me parezco un poco a él (toda proporción guardada), pues yo también prefiero que la vida privada ocurra puertas adentro. Esta separación es cada vez menos posible: el mundo se nos mete por todos los rincones, digitales y de cualquier índole. Pero intento, en la medida de mis posibilidades, que mi casa, que es también mi estudio, sea eso: un refugio. Y luego me encanta salir a la calle, e ir al cine y a las librerías de viejo. Disfruto muchísimo caminando por las calles de la Ciudad de México. Pero siempre vuelvo a casa con ilusión.

El título de la exposición en ProjecteSD está sacado de un gravado del siglo XVI del pintor y dibujante flamenco Maarten de Vós. En el libro Sobre la idea de una comunidad de solitarios, Pascal Quignard escribe sobre la soledad acompañada del lector o la congregación fraternal y extemporal del religioso. Algo que transmite la casa de Barragán y tu recorrido por ella, llena de referencias suyas (Josef Albers, Max Ernst…) o tuyas (Fritz Lang, Lope de Vega…). Pero Quignard menciona también a Spinoza y su “sueño de una comunidad de raros, de difíciles, de secretos, de ateos, de abiertos, de luminosos (…). Fundar un club antidemocrático cerrado a los sacerdotes, a los magistrados, a los filósofos, a los políticos, a los columnistas, a los profesores, a los galeristas…”. ¿Qué es para Iñaki Bonillas El triunfo de la vida solitaria?

Bueno, no es algo autobiográfico, pues mi vida no es muy solitaria que digamos. Pero ciertamente me interesó ese aspecto de la casa de Luis Barragán, que lo muestra como una persona que, aunque recibía visitas de vez en cuando, tenía todo dispuesto para la perfecta vida en solitario: cada uno de los cuartos de la casa, por ejemplo, cuenta con un tocadiscos, para que él pudiera escuchar música en todo momento, sin importar el lugar donde hubiera decidido pasar la mañana o la tarde, seguramente leyendo o dibujando o pensando. Por eso decidí ponerle ese título a la exposición de ProjecteSD, donde he reunido las series fotográficas que hice allí. Creo que la soledad que esa casa inspira es una condición, casi diría desdeñada en la actualidad, pero muy necesaria para el creador: esos momentos de soledad en los que, solo así, uno logra concentrarse y desatar la imaginación. En el caso de Barragán la vida solitaria triunfó sobre el resto de las cosas, no me cabe la menor duda; los demás debemos conformarnos con esos pequeños triunfos: momentos escasos pero atesorados, en los que la soledad nos permite sumirnos en las propias ideas o la propia investigación.