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Pensando a Vivian Maier: ética e industrias culturales

Pensando a Vivian Maier: ética e industrias culturales

Es licenciado y doctor en Historia del Arte y profesor de la Universitat…

La vida de Vivian Maier bien podría asemejarse a la de un antiguo carrete de fotografía analógica que, una vez completado con instantáneas, es revelado para ver las imágenes que se han capturado. La ausencia de luz era necesaria para garantizar la conservación de las mismas hasta que la magia de la química hiciera su parte en un proceso fotográfico que cada vez nos resulta más lejano ante el avance de lo digital. Vivian Maier y sus fotografías han experimentado un camino análogo al de un viejo carrete pues el reciente descubrimiento de su trabajo y la exposición pública a la que se ha sometido es como la luz que revela algo que ha permanecido en la oscuridad durante varios años.

La historia es bien conocida, por lo menos para los aficionados a la fotografía. En el año 2007, John Maloof adquirió en pública subasta una vieja caja llena de fotografías del Chicago de los años sesenta con las que pretendía ilustrar y documentar un libro sobre la historia de la ciudad. Algunas de las imágenes, de autor desconocido, fueron escaneadas y subidas a Flickr donde rápidamente recibieron encendidos elogios y la atención de los internautas. Ante este éxito, Maloof continuó buscando más fotografías del misterioso fotógrafo hasta que acumuló una cantidad ingente de negativos por revelar, películas por ver y objetos personales de una figura que comenzaba a ser una incógnita. Tras una serie de investigaciones, Maloof dio con el nombre de la persona que estaba detrás de esas imágenes: Vivian Maier. Lo sorprendente es que no era una fotógrafa profesional sino que trabajaba de niñera. El documental Finding Vivian Maier [1] (nominado a los premios Óscar en el 2015 y a los BAFTA, entre otros) cuenta la historia de este descubrimiento y el ascenso póstumo de Vivian desde el más estricto anonimato hasta su inclusión en el circuito artístico mundial con exposiciones en Nueva York, Londres, Madrid, Barcelona, Hamburgo, Aarhus o Brescia. En el reciente festival PhotoEspaña 2016, la exposición sobre la fotógrafa niñera que se pudo ver en la Fundación Canal mereció el premio del público [2].

Vivian Maier se ha convertido en un fenómeno mediático. Cuenta con una página web propia en la que se explica su historia, se exhiben algunas de sus fotografías, se describe el trabajo que se está haciendo con su legado, se ofertan becas de investigación e incluso se incluye un formulario para solicitar una exposición como si fuese la próxima franquicia de un negocio de éxito [3]. También existe una Vivian Maier 2.0 pues se han abierto sendos perfiles oficiales en Facebook [4] y Twitter [5] en los que se suben fotos y se postear noticias sobre ella y su legado. La situación de exposición (o sobreexposición) que está viviendo (o sufriendo) Vivian Maier contrasta con la invisibilidad que ese mismo trabajo tuvo durante su vida pues sus fotografías nunca fueron vistas [6] ni parece que tuviese intención de entrar en la escena artística. Si Vivian Maier hubiese sido una fotografía, nunca se hubiese revelado. Ante este contraste tan marcado, las dudas sobre el uso ético de esas fotografías y la historia que está detrás de ellas merece alguna reflexión.

El caso de Vivian Maier puede ser visto como un ejemplo de alguien desconocido que trata de hacerse un hueco en el panorama artístico y de las dificultades que encuentra para acceder y consolidarse en él, con el agravante que, en este caso, el artista no cuenta con una formación como tal y, además, no es protagonista de ese proceso pues ha fallecido. Al poco de comprar los negativos y fotografías de Maier, Maloof intentó que algunos museos se interesasen por ella, obteniendo una negativa por respuesta que le llevó a organizar por su propia cuenta la primera exposición de Vivian Maier en el Chicago Cultural Center, muestra que fue un rotundo éxito y que rompió con los records de visitas del centro. La historia sigue un patrón conocido y repetido en la historia del arte y en las biografías de artistas de todos los tiempos. Por un lado, el genio incomprendido que pasa desapercibido para sus contemporáneos pero que alcanza la fama en la posteridad. Por otro, el artista autodidacta que no forma parte del circuito artístico y que recibe la negativa de la academia en un primer momento para merecer el aplauso del público y el reconocimiento de otros fotógrafos con posterioridad (Allan Sekula advirtió a Maloof de la calidad de las fotografías y en el documental recibe los elogios de fotógrafos como Joel Meyerowitz o Mary Ellen Mark). Su personalidad recoge, además, algunos tópicos asociados a los artistas. El documental Finding Vivian Maier incluye testimonios de las personas que le conocieron que la describen como alguien excéntrica, misteriosa, reservada, solitaria, con tendencia a acumular cosas en su habitación, loca… ideas que forman parte de la personalidad de muchos artistas en la historia [7], y se especula con una infancia oscura de maltratos o abusos que marcarían su carácter. Uno llega a sentirse tentado por imaginar la posibilidad de que Vivian Maier sea una historia inventada. La idea de la niñera fotógrafa autodidacta que no revelaba sus fotos podría ser difícil de sostener si, además de esos tópicos, visualizamos sus obras y somos capaces de ver ecos de André Kertész, Diane Arbus, Robert Frank, Weegee o si la situamos en la corriente de la straight photography. Con Joan Fontcuberta hemos aprendido a estar alerta ante las mentiras de las fotografías y de las historias que, en ocasiones, nos cuentan los fotógrafos. Sus escritos y su trabajo abordan esa relación entre la fotografía y la verdad con la intención de confrontar a los espectadores con las rutinas y automatismos de interpretación de la realidad y con el escaso espíritu crítico con el que tienen lugar esos procesos [8]. Las páginas web de Vivian Maier, sus perfiles en redes sociales, las exposiciones, el documental, el modo detectivesco en el que está contada su historia, las voces de los entrevistados y, evidentemente sus fotografías, conforman esa realidad que Fontcuberta nos invita a cuestionar y a dudar a pesar de que, en realidad, no tenemos elementos consistentes que apoyarían esta tesis.

La historia de Vivian Maier, no obstante, tiene otras implicaciones que nos afectan como historiadores, críticos o conservadores pues la pregunta por el modo en que se debe gestionar su legado no tiene una respuesta fácil. ¿Es ético lo que estamos haciendo con el legado fotográfico de una persona que nunca quiso que sus fotografías fuesen vistas? Ante esta cuestión, John Maloof defiende que Maier estuvo interesada en algún momento de su vida por mostrar sus fotografías, deseo que él interpreta como un cheque en blanco con el que gestionar su legado, preservar sus fotografías y que su historia sea conocida por el gran público. Las fotografías de Vivian Maier se exhiben y se venden sin el cargo de conciencia de escuchar una voz que cuestione dicha práctica pues su autora ha fallecido y no hay herederos que puedan reclamar su explotación. ¿Estamos legitimados a mostrar sus imágenes y a beneficiarnos económicamente? Maloof compró sus negativos y sus pertenencias en subastas, una actividad que sitúa la lógica capitalista por encima de la gestión del pasado. ¿Tiene un precio la historia?, ¿comprar un trastero con las imágenes nunca vistas de una fotógrafa desconocida y sin formación nos convierte en un gestor omnipotente de sus voluntades? No es fácil responder a esta cuestión, quizá porque los historiadores o los críticos de arte no nos hemos parado a reflexionar sobre las implicaciones éticas de nuestro trabajo, algo que otras disciplinas como la arqueología [9] o la antropología [10] (en especial con el uso de la fotografía) sí que se han planteado.

Un caso similar al de Vivian Maier, aunque con diferencias, es el del fotógrafo Eugene de Salignac (1861-1943), quien trabajó para el Departamento de Puentes y Estructuras de Nueva York durante las tres primeras décadas del siglo XX documentando el cambio urbano de la gran manzana con fotografías de la construcción de los puentes emblemáticos de la ciudad, edificios oficiales o carreteras [11]. Su trabajo fue redescubierto hacia los años noventa del siglo pasado, difundido en exposiciones promovidas por Aperture Foundation y equiparado al de un artista. En este caso, las imágenes de un fotógrafo funcionario eran desplazadas desde una posición marginal, y con una intención administrativa, hacia el centro del canon estético desde el que era posible ver desde elementos surrealistas o abstractos hasta temáticas sociales.

No estaría mal echar mano aquí del análisis de Adorno y Horkheimer sobre las industrias culturales para reconocer en todo este proceso algo de talent show contemporáneo. Parece que el éxito de Vivian Maier pueda atribuirse al azar y al instinto de un pescador de talento como John Maloof pero no debemos olvidar que la ideología que sostiene este aparente descubrimiento de una niñera fotógrafa (uno ya no sabe en qué orden poner estas palabras) es la que impone la idea del premio que puede redimir nuestras vidas: “en lugar del camino per aspera ad astra, que implica necesidad y esfuerzo, se impone más y más el premio” [12]. La historia de Vivian Maier encaja demasiado bien en el formato de un talent show como para que no tengamos una visión crítica de la misma: alguien que sin tener una formación específica esconde un talento o un genio que hasta el momento ha pasado desapercibido y que al ser mostrado públicamente goza del éxito inmediato. La industria cultural ha acogido en su cielo a Vivian Maier pero puede expulsarla de allí cuando quiera para dar cabida al nuevo talento oculto.

Vivimos en un tiempo en el que el exceso y saturación de imágenes nos invita a un voyeurismo descontrolado. La época de la llamada “posprivacidad” nos está insensibilizando ante la posibilidad de negarnos a ver imágenes. En ocasiones, cerrar los ojos está bien y, quizá, no pasaría nada si las fotografías de Vivian Maier hubiesen permanecido como estaban: ocultas. El carrete de su vida podría haberse quedado sin revelar.

Notas:

[1] www.findingvivianmaier.com

[2] www.phe.es/es/noticias/1/noticias_phe/182/la_exposicion_de_vivian_maier-_premio_del_publico_photoespana_2016

[3] www.vivianmaier.com

[4] www.facebook.com/photographervivianmaier

[5] www.twitter.com/Vivian_Maier

[6] Resulta algo contradictorio que apenas revelase fotografías y que, al mismo tiempo, se hiciese constantes autorretratos. Esta polaridad entre la ocultación y la exhibición también aporta más interrogantes a la historia de Maier.

[7] WITTKOWER, RUDOLF y MARGOT: Nacidos bajo el hijo de Saturno: genio y temperamento de los artistas desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa, Cátedra, Madrid, 1995.

[8] FONTCUBERTA, JOAN: El beso de Judas. Fotografía y verdad, Gustavo Gili, Barcelona, 2015. Entre los objetos que Maloof adquirió en las subastas de los trasteros se encontraban sus abrigos y sus zapatos, prendas que han estado en contacto con el cuerpo de Vivian y que tienen un aire de reliquia sagrada.

[9] FERNÁNDEZ MARTÍNEZ, VÍCTOR: Una arqueología crítica: ciencia, ética y política en la construcción del pasado, Crítica, Barcelona, 2006.

[10] NARANJO, JUAN (ed.): Fotografía, antropología y colonialismo (1845-2006), Gustavo Gili, Barcelona, 2006.

[11] LORENZINI, MICHAEL y MOORE, KEVIN: New York rises: photographs by Eugene de Salignac, Aperture, Nueva York, 2007.

[12] HORKEIMER, MAX y ADORNO, THEODOR W.: Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid, p. 190.