Ralston Farina
«Una persona creativa actúa, no persiguiendo un objetivo, sino precisamente para averiguar cuál es el objetivo a perseguir. Así, de entrada, una persona creativa nunca sabe lo que quiere. Pero se trata de acertar. Se trata de trascender la disociación entre los medios y los fines, aproximarse, en medio del azar, a la gracia. ¿de qué manera? ¿Cuáles son las condiciones del acierto? Lo decisivo es alcanzar la cota de no-alternativa, que es el resultado de conducir las propias opciones hasta el límite. Nada de imperativos éticos, nunca creí en los imperativos éticos; se trata de llevar la libertad hasta el acorralamiento, hasta una situación de no alternativa, conciliando el valor (courage) con el desinterés».
—Salvador Pániker
Si tuviera que resumirlo en un tuit tal vez escribiría: un desconocido escritor que firma como Ch. Mill escribe un libro sobre un misterioso artista que se hace llamar Ralston Farina. No sé si sería suficiente para llamar la atención de un lector. Quizás haría falta leer las primeras páginas donde apreciamos el interés que la figura de Farina despierta en el autor. ¿Es su biógrafo? No. Desde el inicio queda claro que las intenciones del señor Mill no son biográficas. Sabemos que nuestro personaje muere antes de los cuarenta, pero en ningún lado se nos cuenta cómo ni por qué. Tampoco sabemos nada sobre sus preferencias sexuales, si tuvo hijos o si se emborrachaba con sus amigos. El autor se comporta como un detective privado que únicamente investiga sus acciones públicas. Se trata de desvelar lo que hizo, lo que mostró. Es una tarea encomiable porque si de algo se preocupaba Ralston es de que no quedara registro de sus performances.
¿Quién era Ralston Farina? ¿Qué extraño mecanismo nos hace querer saber más de él? Vagabundo, bicho raro, intelectual sin publicaciones, artista sin domicilio, Sócrates delirante son algunos de los epítetos que le dedican los que hablan de él en artículos de periódico, ensayos académicos o textos de catálogos que nuestro esforzado detective va recopilando y analizando y convirtiendo en los hilos que tejen una narración que es un recorrido por una trayectoria artística que atraviesa la escena neoyorquina de los años setenta del siglo pasado. Dicho tránsito no es lineal. Cuando un hilo le llama la atención, el sabueso tira de él hasta sacar petróleo. Así, si descubre que Ralston hizo dos cursos en la escuela NSSR, se ve en la necesidad de contarnos la importancia de la NSSR. Si se da cuenta de que la obra de Ralston no se explica sin las teorías de Edmund Husserl, se ve en la obligación de adentrarse en la mente del filósofo y extraer de él unas ideas que nos ponen algo de luz sobre las relaciones entre performers y espectadores en la época de los happenings. Así, los no versados en La fenomenología entendemos que el tiempo es el material con el que trabajaba Ralston en escena. Lo interesante es que esas y otras reflexiones sobre sus obras discurren en paralelo con la descripción de las mismas. De esas fricciones saltan las chispas de lucidez que validan la propuesta y que justifican el interés del lector por un artista que podía ser al mismo tiempo intelectual y frívolo. Como en la canción de Radio Futura, el autor promete ser ligero como la brisa y decirnos al oído secretos que harán brotar nuestra risa.
Sigo leyendo y aprendo que después de la escuela, Ralston viajó a Nepal y Tíbet y entró en contacto con el budismo y el taoísmo, que le hizo comprender el valor de la experiencia inmediata, el estar presente en un momento determinado. De ese viaje el detective extrae una de las mejores definiciones de algo tan difícil de definir. “El arte podría no ser más que un punto de encuentro entre dos perezosos de signo contrario”. Se refiere al artista y al espectador, claro. Ya Duchamp recalcó que uno de los méritos de los happenings era haber introducido la noción de aburrimiento en el arte. Ralston supo muy pronto que hacer algo para aburrir a la gente era una idea hermosa.
A su regreso del periplo asiático Ralston se matricula en el Goddard College, gesto que hace pensar a nuestro autor-detective que el artista tenía medios de subsistencia o generosos mecenas para sostenerse. Si el autor fuera periodista quizás sabríamos algo más al respecto, pero como ya ha quedado claro, esos temas no interesan al autor. Lo que sí le interesa es explicarnos las Altenative Media Conference que se desarrollaron en 1970 y a las que, viendo las imágenes que acompañan el texto, nos hubiera gustado asistir. Aprovecho este momento para ponderar el delicado trabajo alrededor de las numerosas imágenes que pueblan el libro, que por momentos tiene la factura de una novela gráfica. La calidad del trazo del señor Mill va a la misma altura que su perspicacia en hilvanar unos temas con otros, y saltar de Duchamp a Blade Runner y de los replicantes a Eric Hobsbawm, para terminar con una declaración del propio Ralston Farina en la que justifica su insistencia en no documentar sus performances con el argumento de que ese gesto es vida, no es arte. Y aquí este cronista recuerda cómo Isidoro Valcárcel Medina siempre insiste en que es mucho más importante documentarse, para llevar a cabo una obra, que documentarla, una vez hecha. Que muchos artistas del siglo XXI están más pendientes de documentar que de documentarse. “Yo no documento”, me dijo una galerista en México. Ante mi sorpresa, me explicó, entre risas, que se refería a lo que en español de España llamamos facturar las maletas.
Lo cierto es que sí hay varias películas que documentan algunas de las performances o happenings de Farina. Reseñarlas lleva al autor a marcarse una genialidad comparando los “erráticos” movimientos de cámara de algunas de esas filmaciones con la “errática” lectura de la traducción que el Google Translator hace de la entrada de Wikipedia, escrita en alemán, de nuestro querido artista. Sabemos entonces que Aleatorie Je Ne Sais Quoi se encuentra fácilmente en Vimeo y nos permite ver en acción a nuestro personaje. El Tiempo Tiempo no pasó en balde y ciertas situaciones descolocan a un espectador del siglo XXI, aunque el magnetismo y la simpatía de Ralston derrotan esa mirada irónica del que parece estar de vuelta de todo. El autor es generoso en sus apreciaciones sobre la película y nos explica que solicitó a uno de sus editores la transcripción de las preguntas y respuestas entre Ralston y la audiencia, un ping pong verbal o una entrevista polipoética que el autor trata de convertir en una suerte de conferencia performativa o meta reflexión sobre su trabajo con la que se cierra el libro.
Antes del epílogo el detective desarrolla una atractiva teoría sobre la autoría partiendo del análisis pormenorizado del pseudónimo que Steven Robert Snyder, así se llamaba nuestro hombre, escogió para presentarse en público. Descubrimos entonces que un obituario de la época definió a Ralston como un híbrido entre Ernie Kovacs y Heidegger. Aquí debemos lamentar que el autor no tire de ese hilo. Se agradece que nos ahorre sus pensamientos sobre el filósofo alemán, pero se echa en falta saber más de Kovacs, un auténtico crack de la televisión, un avanzado a su época de quien se dice que fue una de las mayores influencias de Ralston ya que, de niño, solía ver sus programas de televisión en su Philadelphia natal. Kovacs fue de los primeros cómicos en entender el potencial de la televisión para influir en la conciencia colectiva. Aunque para obituario lo que dejó dicho John Cage, que otros hubieran usado como faja promocional: “todas las performances que he visto de él son misteriosas, inesperadas y potentes. Si dijera que su obra es bella, eso solo significaría que a mí me hace clic (lo cual es el caso)”.
La ausencia de Kovacs es un pequeño detalle, criticar por criticar, que no empaña un notable trabajo, que posiciona a Libros 189 como una colección a seguir con atención. Con la misma atención con la que leemos sobre el espectacular homenaje que amigos y colegas le hicieron a su muerte. Lo llamaron Purgatorio Show y consistió en la ocupación, durante tres horas, de todo un edificio, por parte de 350 artistas, los nombres de los cuales quedan anotados en el libro para la posteridad. Nos damos cuenta, al cerrar el libro, de que el autor comparte el sueño de Ralston: escapar del tiempo y de la gravedad a través del arte. De Ch. Mill podemos decir, parafraseando a Osho, que nunca nació y nunca murió, solo visitó el planeta tierra desde agosto del 2016 hasta septiembre del 2018.