logo Concreta

Suscríbete a nuestra newsletter para estar al tanto de todo lo bueno que sucede en el mundo de Concreta

Sadomasoquismo, arte contemporáneo e inteligencia emocional

Sadomasoquismo, arte contemporáneo e inteligencia emocional

Escritor, performer, director de escena y comisario de proyectos…

Lo más difícil de narrar siempre es el presente. Su instantaneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques. Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si existe. No sé si son ciertas tus manos [aunque sí sé que verosímiles] bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids [irrepetibles y mostrando más de lo previsto]. Llorabas. Llovía. Quién deja a quién si todos andamos diferidos de nosotros mismos, dejando atrás lo que entendemos para no entender lo insoportable: que cada cual es uno y además no numerable, que vendrán otras, que vendrán otros, que asusta pensar hasta qué punto somos todos intercambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus ojos: el aire ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos apretadas [no sé exactamente qué visión pretendían refutar]. Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o que aquel martes [por decir un día] jamás haya existido.

—Agustín Fernández Mallo

Hablaba el otro día Alberto Olmos sobre la inutilidad de la mayoría de las reseñas de libros que se publican en los suplementos literarios. Olmos aboga por un crítico-lector que se lee un libro que le apasiona y luego escribe sobre cualquier cosa, incluso sobre él mismo. Me acordé entonces que una vez le escribí una carta a una examante desde el AVE, a la altura de Medinaceli, en la que le citaba una frase de Chris Kraus de Amo a Dick (Alpha Decay): “Cuando vives con tanta intensidad en la cabeza, al final no hay diferencia entre lo que imaginas y lo que ocurre de veras. Por lo tanto eres a la vez omnipotente e impotente”.

Mi examante me respondió horas después contándome su última rumba de sexo y alcohol, y recordándome la noche que quise atarla a la cama, pero solo si me lo pedía; ella no lo dudó y dijo, te pido que me ates, que me ates, que me ates. Con cintas de doble lazo. El sadomasoquismo (S/M), dice Chris Kraus, incluso uno de baja intensidad como este, es una parodia, un carnaval de las relaciones heterosexuales.

Más que crítica de arte, Kraus escribe crónicas sobre su experiencia como observadora de las obras que se exponen, crónicas que son intervenidas performativa e intelectualmente con sus vivencias en los juegos S/M a los que se somete con ciertos hombres. El resultado es en sí mismo una performance donde la escritora pone el cuerpo para entender que hay en juego en las propuestas artísticas que la interpelan. Esa es uno de los motivos por los que me resulta tan estimulante leerla incluso cuando me habla de artistas y obras de los que nunca tuve ni tendré más noticias.

Creo que fue la segunda vez que nos vimos cuando sucedió. Por teléfono, a las 7:30, me había ordenado que me desvistiera y me arrodillara desnuda. Iba a llamarme en la siguiente media hora con más instrucciones. El teléfono sonó a las 7:59 y me pareció jodidamente inteligente. ¿Cuántas veces yo y cada mujer heterosexual en esta cultura hemos pasado noches enteras dando vueltas por nuestras casas y apartamentos, desnudas y de rodillas mientras esperamos ’su’ llamada? ¿Por qué no tomar este ritual de cortejo de manera literal? Y después estaba la parte psicofísica: pensar que era algo tonto, pero suspender la incredulidad lo suficiente para hacerlo; y después esperar de rodillas hasta sentir una ansiedad agitada y mareante, como estar en la cabina de arriba cuando la noria se detiene.

Más que crítica de arte, Kraus escribe cartas y es sabido que toda carta es una carta de amor, y los mejores textos del estupendo volumen Vídeo Green, magníficamente editado por la Editorial Consonni, son cartas de amor a amantes que recuerdas más por la ropa que usaban, por su manera de sonreír o de fumar a las puertas de los bares que por sus fotos desnudas en el teléfono móvil. Para los que aún defienden la superioridad de la ficción les regalo esta perla: “Tiene una barba incipiente de afeitadora à la Pierce Brosnan, lo que sugiere un aspecto clásico gastado; la clase de persona que no da nada y está esperando que el mundo lo divierta”.

Como escritor siento que mis obras más conseguidas, las más hermosas, fueron aquellas en las que me divertí más escribiéndolas, aquellas en las que sentí menos la contención y el esfuerzo. Artista, ¡pare de sufrir! En arte, no hay seriedad que se sostenga. El placer es la vía más segura para llegar al destino. “La única experiencia que se acerca actualmente al efecto totalizador del teatro es el sadomasoquismo”, escribe nuestra juguetona autora. Kraus está en contra de la solemnidad de la crítica de arte. Kraus apuesta por un pensamiento y una escritura limpia y directa. Kraus es una de esas pocas escritoras contemporáneas imprescindibles.

Más que crítica de arte, Kraus escribe libros de viaje porque está convencida de que la presencia del escritor es muy importante, es lo que te mantiene leyendo. A veces está escondida detrás de velos, y parte del placer de la lectura es levantarlos, aunque sea al volante, mientras recorremos esta Los Angeles mítica donde el paseante y la buena arquitectura son sospechosos. Siempre quise ir a L.A., dejar un día esta ciudad, cruzar el mar en tu compañía cantaba Loquillo cuando era joven, aunque sobradamente preparado. Todos poseemos subjetividad, pero en la escritura la clave quizás radique en cómo la presencia del escritor transmite a través del lenguaje y de la historia. Y eso es lo que hace que un texto titulado Porno panda entregue lo que promete, un párrafo dulce y pornográfico.

Recuerdo que la vi hace tres años, cuando visité el Zoológico de San Diego. Jeigh, el amo New Age con el que salía, me invitó allí como un obsequio especial. Durante cinco días había estado eyaculando contra la superficie de mi cara en un hotel mexicano y esa visita al zoológico sería una celebración culminante de mi identidad femenina, recientemente descubierta. Todo el mundo sabe que a las chicas les gustan los pandas. Son esponjosos y adorables, incluso cuando están encarcelados en zoológicos. ¿Y qué es lo adorable sino una invocación contra todo lo que no lo es? Las cintas y los moños, los amarillos y rosados, los zarcillos de hiedra en pequeños tiestos de cerámica, el deseo de estar protegido dentro de una nube de hermosura, hecha de hedor a muerte y descomposición.

Más que crítica de arte, Kraus escribe sobre sexo porque entiende que la fantasía es como una droga, que lo que te engancha no es tanto el sexo como la ilusión de una intimidad deliciosa. De cómo gestionar la intimidad va justamente el proyecto de la joven artista Jennifer Schlosberg, quien se enfrenta un Chris Burden más mojigato de lo que uno pensaría de alguien que se hizo disparar en el brazo. Burden considera poco ético el trabajo de su alumna, así como otra artista mujer, Carol Irving, es tachada de inmoral por someter a un detector de mentiras a los espectadores de su performance. Chris Kraus constata que “la voluntad de una mujer de utilizar su vida como el material principal de una obra sigue siendo profundamente perturbador”. Si se hace la víctima o confiesa sus problemas, todo bien, pero si se tratan fríamente son rechazadas por los puristas del arte conceptual.

Tengo una amiga que trabaja ocasionalmente como dominadora. Le digo que estoy escribiendo sobre S/M y arte contemporáneo. Me cuenta por chat que tuvo un cliente catalán que estaba obsesionado con el pescado y que le pedía que le pegara en la cara con un salmón. También me habla de un cliente alemán que le pidió que le depilara las ingles con cera. Luego lo ahorcó con los pies. Me dice que esa sensación de poder que le daba tener más de la mitad del pie dentro de la boca del tipo, que se retorcía de placer, la hizo salivar. Me cuenta divertida que resultó ser un sumiso financiero, así que cada vez que intentaba tocarla, le soltaba unos euros. Los vicios raros pagan más. Me dice que la solución a mis problemas económicos sería buscarme una sumisa financiera.

En un espacio flotante e incorpóreo, el S/M ofrece pequeños espacios de teatralidad y conexión. Mientras estén jugando, dos personas son totalmente responsables la una de la otra y se escuchan mutuamente. El S/M evita radicalmente el amor romántico porque es una forma de practicarlo. Ver este hecho como algo frío o cínico es tan ingenuo como pensar que la escritura tiene que ser ’original’, o que hablar en primera persona conlleva necesariamente alguna clase de verdad o sinceridad.