Sobre Personalien de Albert Serra; imagen como acontecimiento
Combinando la realización de largometrajes e instalaciones fílmicas en contextos artísticos, Albert Serra ha conseguido un prestigio internacional justificado en una apuesta artística singular y a contracorriente en la industria del cine. Serra es un cineasta, un artista, moderno y posmoderno al mismo tiempo. A su fe, inmersión y devoción sin reservas hacia la consecución de una “forma estética” (atributo este de la modernidad), le suma el catalán una conciencia epocal de la fragmentación de la imagen que, gracias a la tecnología digital y la edición, el artista ha de suturar e integrar en una aspiración, aunque sea ilusoria, hacia la unidad. Su última instalación audiovisual para el programa Fisuras del Museo Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, titulada Personalien, se inspira en el Marqués de Sade. Antes lo fueron otros personajes literarios e históricos; una obsesión que entronca con la fijación del posmodernismo por la historia y sus representaciones. Los senderos de la creación artística se bifurcan aquí, pues el propio Serra anunció el verano pasado su nueva película Personalien inspirada en la vida del cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder. Sin embargo, y con el mismo título, en esta ocasión se ofrece al espectador un cruising en un bosque dieciochesco, tan atrayente como perturbador.
El deseo (que no el sexo) es aquí materia de exploración cinematográfica. En esta especie de exuberante Fragonard nocturno, tapiz de luces y sombras, el placer es escarceo furtivo, cancaneo y perversión grupal, subjetivación individual e íntima. Serra indaga en el deseo y en la mirada oscura como antes lo hicieron Buñuel en Belle de Jour o Pasolini en Saló. Lo que emerge de estas bellas imágenes es un forma de verité, un realismo que permea y deviene seducción, una clase de deseo sexual primitivo, liberado de la moral nuestra y el intercambio económico. Incluso una forma de placer y voyeurismo arcano, precapitalista. No es libertinaje liberal, sino el deseo dieciochesco en estado animal.
Las etiquetas de “transgresor”, “vanguardista” y “provocador” que rodean al cineasta se disipan ante su propuesta artística. El arte alcanza en esta ocasión, en su sentido más elevado (elitista si se quiere) su concepción primigenia de un juego entre la verdad y la falsedad, un ejercicio de estilo sobre la simulación y lo real. El cine de Serra funciona a partir de una extrema atención al detalle, a través de una interna experiencia que nace de la gradual construcción de un sistema de acuerdo a sus necesidades interiores. La inversión formalista es llevada al extremo; de esta manera renueva el contenido por completo. La misteriosa máxima de Roland Barthes “un poco de formalismo aleja de la historia; mucho, acerca” es aquí asunto de estudio. Bajo esta perspectiva, el “guion” y otras convenciones del cine resultan secundarias y todo el peso recae en la dinámica del rodaje y en la relación entre actores, paisaje y banda sonora (una noche de tormenta en un bosque). La imagen deviene acto, acontecimiento.
Algunos de los rasgos que caracterizan al realizador de Historia de mi muerte (2013) y La muerte de Luis XIV (2016) están en Personalien: búsqueda de autonomía; sentido de la duración; historicidad; actores que performan más que actúan, etc. Presta tanta atención al órgano del ojo como al del oído. Pero además se añade aquí una metanarrativa al llevar el contenido del placer de la mirada y la dificultad de representación del deseo al propio régimen escópico de la imagen cinematográfica. El psicoanálisis en el cine desveló la escopofília o el placer de observar a otros en el goce como aspecto intrínseco de la imagen fílmica. El espacio y la escenografía de esta exposición se pliega a este placer escópico. Hay una concepción del espacio fílmico calculado, preciso; las dos proyecciones audiovisuales enfrentadas, sombrías, están lo suficientemente alejadas para que nos concentremos en una de las pantallas… a la vez que nuestra pulsión voyeurista nos incita, una y otra vez, a mirar a la pantalla enfrentada.
Albert Serra hace honor al black box o caja negra del espacio audiovisual museístico al convertirlo, literalmente, en un cuarto oscuro. Lo que sucede en esa zona de penumbra es una cualidad del arte que acontece en raras excepciones. Entre lo sublime y el pecado consentido, sin culpa alguna, nos permite entrar en lo más profundo de nuestras obsesiones mientras nos abandonamos a una pantalla que retiene, absorta, nuestra mirada.