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#TomandoLaTemperatura: Entrar afuera con Pantxo Ramas

#TomandoLaTemperatura: Entrar afuera con Pantxo Ramas

Es activista y coordina el Centro de Documentación sobre la Experiencia…

Editorial Concreta: A comienzos de 2021, desde Concreta En Línea iniciamos el programa de investigación «Tomando la temperatura», el cual explora las conexiones entre el sistema del arte, la salud y los cuidados. Tras conversar con Helena Vinent, Teresa Cisneros, Khairani Barokka y Alicia Ventura, tenemos el placer de contar con la voz de Pantxo Ramas, uno de los fundadores del colectivo Entrar afuera junto con Carmen Bright, Marta Malo, Jasmine McGhie, Irene Newey y Marta Pérez. Muchas gracias por aceptar la invitación, Pantxo. ¿Podrías hablarnos de las líneas de pensamiento y acción de Entrar afuera?

Pantxo Ramas: Entrar afuera se considera a sí mismo un colectivo de investigación militante, ya que las integrantes provenimos del mundo del activismo, además de espacios vinculados con los cuidados a través de diferentes formas, desde las leyes o la micropolítica de los movimientos sociales a la educación y pedagogía radical. Como ves, habitamos un espacio interconectado donde se entrelaza el trabajo de investigación con cuestiones pedagógicas y de cuidados. Yo, por ejemplo, trabajo actualmente en un centro diurno de salud mental en Trieste que es al mismo tiempo un centro de documentación de la historia basagliana. Esta experiencia constituye todo un referente cultural en el contexto de la salud mental, ya que transformó profundamente el entramado institucional tanto a nivel local y de servicio como en términos legislativos. Además, tuvo repercusiones a nivel mundial, tanto en algunos preceptos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como a través de la creación de una serie de relaciones personales, disciplinarias e institucionales que han reconstruido la posibilidad de contar con otras formas de cuidados en la salud mental.

Si tuviera que definir en una frase el enfoque y metodología de Trieste replicaría una afirmación que hizo Franco Rotelli, quien fue director del Departamento de Salud Mental de 1979 a 1995 a partir del cierre definitivo del hospital psiquiátrico (1980): es lo contrario de la psiquiatría, es decir, aquí la construcción de servicios se afirma en relación con la ciudad y sus fuerzas vivas, para pensar cuáles son las condiciones materiales de la existencia de la gente que sufre y padece un problema o un momento difícil con su salud mental. Su labor consiste en pensar en lo que son las condiciones materiales de la vida, la casa, el trabajo, los afectos, el alquiler, la socialidad, y un largo etcétera, es decir, no tanto los determinantes sociales de la salud, sino los determinantes políticos del derecho a la salud, del derecho a la cura. No hablamos de una dimensión que vuelve a pensar la dimensión productiva del sujeto, sino más bien pensar que los cuidados y la salud están entrelazados donde existe la posibilidad de garantizar un derecho y, políticamente, intervenir sobre cuáles son las relaciones de poder que se constituyen en el campo de la salud. De alguna manera, eso ha sido el punto de partida de Entrar afuera. Nos propusimos la cuestión de cómo pensar procesos de discusión militante, activista y política en relación con las dimensiones políticas del trabajo encarnadas en la crítica institucional de los sistemas de salud territorial. Y desde ahí, arrancamos con un proyecto con el Museo Reina Sofía (Madrid) en el que se intercambiaban vídeo-cartas entre trabajadoras de la salud de Trieste, Madrid y Tesalónica. En este proyecto, pensamos que nuestro trabajo podía ser de traductoras de algunos conceptos, dudas o contradicciones, partiendo de una narración antiheroica de prácticas tan ejemplares como la triestina y ponerlas a jugar y discutir desde el día a día y con el día a día. Una de las conclusiones a las que hemos llegado a lo largo de los años son las repetidas contradicciones que surgen dentro de los cuidados y en el mismo término; esto es: los cuidados son, por un lado, un campo de emancipación desde fuera del modelo de organización capitalista de la explotación, pero a la vez son una forma de organización patriarcal del modelo de reproducción de la vida, ya que se constituyen siempre como un espacio menor respecto a uno mayor, que es el de la producción. Entonces, nos interesa poner toda estas reflexiones, ambigüedades y ambivalencias en torno al doble valor que la palabra cuidados conlleva en las prácticas de los cuidados en una práctica cotidiana desplazada.

EC: Habéis mencionado en charlas y encuentros que, además de la intención de reflexionar y transformar la institución, queréis replantear la propia metodología para llegar a dicho propósito. Para ello, proponéis una desestabilización constante de vuestra posición, en la que el desplazamiento entre disciplinas y espacios os haga outsiders, buscando por tanto la pérdida de control como estrategia liberadora. ¿Qué marco de acción abre esta idea de desplazamiento? ¿Cómo desplazáis vuestra posición y conocimientos en vuestra práctica desinstitucionalizadora?

PR: En relación con esta pregunta, puedo comentar mi última experiencia en el mundo del arte, que tuvo lugar en la Academia de España en Roma, donde fui residente viniendo desde mi trayectoria no vinculada al arte, por lo que podría decirse que me encontraba en un lugar otro en el que podía plantear y poner ciertas formas de trabajar en duda. Ahora mismo, trabajo en un centro de documentación que es a la vez un centro diurno de salud mental aunque no tenga una formación disciplinar en este campo, pero traigo conmigo una serie de elementos de ruptura de los esquemas de estos espacios. La posibilidad de desplazarse, la desterritorialización, como dice Félix Guattari, se trata de la posibilidad de traducir algunas herramientas en un lugar donde las herramientas encuentran el límite de su propio trabajo. Soy totalmente consciente de que la práctica que desarrollaba en la academia o universidad tenía unos interlocutores que podrían considerarse pares o, mejor dicho, internos a mi sistema de conocimiento. Sin embargo, cuando cambio de contexto y llego a otros lugares como la Academia de Roma o un centro de salud, tengo que traducir mis propias herramientas al mismo tiempo que las pongo en duda. ¿Qué significa subalterno, por ejemplo? Traducir significa encontrar una manera para explicar algo en otro lenguaje, encontrando también las claves y trucos de la metodología y la construcción de conocimiento en el campo donde tiene lugar la traducción.

Desde Entrar afuera, realizamos unos talleres en los que, entre otras conversaciones, discutíamos sobre el modelo neoliberal como un ejemplo muy concreto de la privatización de la vida donde la palabra «privatización» era un nombre conocido por todas. Al mismo tiempo, a la hora de hablar de esa palabra con una trabajadora de un centro de salud de la periferia, esa palabra necesitaba explicarse y, de repente, cobraba otro sentido: no solamente significaba privatización de los servicios sino que también conllevaba, por una parte, privar o imposibilitar el acceso a ciertos servicios, y, por otra, recluir ciertos aspectos de lo público en lo privado. De esta forma, esta palabra, que normalmente asociamos con la externalización de los servicios públicos, cobraba mucho más sentido en la discusión colectiva, significando tanto la privación de ciertos servicios como el hacer privados ciertos problemas que son desplazados del espacio público y político. Esto ilustra cómo el desplazamiento del lenguaje conocido nos permitió redescubrir la potencia del término así como los límites que tiene un lenguaje cerrado.

Otro ejemplo que puedo hacer tiene que ver con la práctica de la investigación, que tiene lugar en espacios donde muchos de los códigos están ya asumidos y estamos todas cómodas con el tipo de lenguaje y maneras de comportarse en estos ámbitos. Cuando he empezado a trabajar en el contexto de la salud mental de Trieste, he descubierto algunos aspectos que no podía leer, como la diferencia entre un modelo a puertas abiertas o un modelo a puertas cerradas. Trabajar aquí todos los días quiere decir que en cualquier momento de nuestra conversación puede entrar alguien a la habitación y meterse, por lo que yo tendré que gestionar los límites y ver cómo puedo decirle que no entre o sí, explicarle por qué, encontrar una manera de explicárselo, etc. También significa entender la diferencia material entre el modelo español, donde la salud mental está centrada en torno al hospital psiquiátrico (aunque en la práctica muchas personas pueden vivir en la ciudad siempre existe la amenaza de internar en el hospital) y se disciplina la relación entre institución y paciente, y el modelo triestino en el que no hay tal amenaza de limitar la libertad de la otra por lo que la negociación que tenemos que hacer con les usuaries (aquí no usamos la palabra «paciente») es muy diferente. Las relaciones que se construyen aquí conllevan una implicación por nuestra parte, en la que tenemos que generar un vínculo de confianza y desde ahí surgirán las posibilidades de cuidado. Entonces, los cuidados toman un cariz muy distinto, permitiéndonos ver las relaciones de poder dentro de la familia, dentro de la institución, dentro de la relación entre la persona con una cierta vulnerabilidad y la persona que cuida, entre nosotras mismas. Como Basaglia decía en los años sesenta, descubrimos que hay una doble objetivación en las relaciones que se crean en la psiquiatría. Por un lado, objetivamos a la persona que tiene un problema de salud mental, haciéndole un objeto en tratamiento (que puede ser tan violento como un electroshock o ambivalente como un diálogo terapéutico), pero, al mismo tiempo, nos objetivamos a nosotras mismas, puesto que solo somos el transmisor de un saber codificado y fijo, es decir, una sola parte del engranaje. Reconocer esta doble objetivación significa que debemos reflexionar políticamente sobre las relaciones de poder y la forma en que los sujetos objetivados mantienen una determinada agencia política. Como ejemplo, el artista Ugo Guarino, viñetista y muralista que trabajó durante los años setenta cuando se estaba desmantelando el manicomio. Al vaciar los pabellones del psiquiátrico, se quedaron los muebles, que él decidió reunirlos para producir una serie de esculturas antropomórficas que titula Los testigos, considerando los muebles como únicos objetos testigos de la actividad del manicomio, en un lugar en que todo lo que lo ocupaba era un objeto aunque tenía la capacidad de testimoniar. Basaglia decía que no podían ganar, pero su testimonio de la violencia del manicomio era clave para transformar las instituciones; no podían vencer pero sí convencer.

EC: Tanto la actividad de Entrar afuera como tu propia práctica como investigador están directamente atravesadas por el modelo de Trieste y los acontecimientos que tuvieron lugar en la ciudad durante los años setenta cuando Franco Battaglia entró como director al hospital y reconsideró las prácticas institucionales para y con las personas que padecían un sufrimiento mental. ¿Qué enseñanzas sacáis de la experiencia triestina que puedan servir para fomentar una nueva consideración de la relación entre la institución y el afuera? ¿Por qué es tan fundamental en vuestro trabajo? ¿Cómo ha informado este legado vuestra práctica?

PR: Podría esgrimir dos razones principales por las que estamos tan interesadas e influidas por esta experiencia: por la forma en que los conceptos existen dentro de la práctica y la práctica dentro de un contexto. Se trata de una experiencia en la que los conceptos están continuamente introducidos en las prácticas; conceptos radicales y ambivalentes para personas con problemas de salud mental como la libertad, por ejemplo, están metidos en prácticas como el hogar, el trabajo, la manera de acceder a la socialiad o las dificultades relacionales que pueden surgir. Para nosotras, esto ha sido muy importante a la hora de aprender a desplazar ciertos saberes y herramientas abstractas dentro de las conexiones cotidianas y la relación con la otredad. No hay ningún conocimiento verdadero, sino que todo conocimiento es una herramienta de relación que está determinada por la otredad, no existe una relación política que no pase por esta relación. Por otra parte, nos ha servido para problematizar el entramado institucional, es decir, saber continuamente que no hay una manera de renunciar a la presencia de la institución, al menos a corto plazo, por lo que todo movimiento autónomo tiene que relacionarse con una máquina institucional que responde a toda o una gran parte de la población. Marta Pérez, Marta Malo e Irene Newey tuvieron una experiencia determinante en el proyecto Yo Sí Sanidad Universal, en el que se acompaña a migrantes indocumentados y excluidos de Madrid desde 2014. La cuestión era cómo construir una relación autónoma con la institución, es decir, los médicos tienen que desobedecer una ley y a la vez encontrar caminos diferentes de acceso a los derechos, manteniendo una dimensión de respeto a la institución. Desde fuera, trabajar para los que están dentro: otro ejemplo, no basta, creemos, con construir una escuela solo para nosotras, sino que nos sirve intentar construir prácticas otras dentro de la enseñanza pública para posibilitar el cambio. Introducir la práctica militante dentro de una escuela pública donde se movilicen mecanismos, dispositivos, relaciones, afectos, deseos, amores, que puedan cambiar la forma de funcionar de la escuela para todas. Aquí, el término de los cuidados es fundamental: no hay una política sin cuerpo, sino que es en el cuerpo a cuerpo con la institución donde podemos constituir otra posibilidad de acción de práctica cotidiana.

Por último, un tercer elemento fundamental ha sido encontrarnos con esta generación de trabajadoras del sistema de salud, que inició la experiencia basagliana hace 50 años y, a día de hoy, continúan preguntando cómo actuar en la transformación de este contexto, sin pensar que el problema está resuelto.

EC: ¿Se han podido transmitir estas enseñanzas a los proyectos que habéis desarrollado en contextos como Madrid o Tesalónica?

PR: Siempre hay algo. Por ejemplo, en Barcelona se están desarrollando las supermanzanas de cuidados, herramientas de intervención territorial que interconectan varias partes de los sistemas públicos de asistencia para que estén más cercanos a la gente, con quienes hemos construido una relación de casi un año. En este tiempo, el diseño de los servicios de asistencia sanitaria en Barcelona es también el resultado de las conversaciones que hemos tenido con ellas. No creemos que hay que enseñar Trieste como un modelo, sino que lo vemos como una manera de establecer una práctica dialéctica que se nutre de experiencias sistemáticas que han permitido desmontar manicomios en otras partes del mundo. Cada transformación empieza preguntando a la otra en qué condiciones se encuentran, cuál es su situación, contexto e intereses y cómo se pueden ayudar para continuar esta lucha. Por ejemplo, ahora estamos trabajando desde el proyecto de Trieste con lugares como Santa Fe (Argentina), Zagreb (Croacia) o Belén (Palestina), donde el trabajo se desarrolla de manera parecida: todo empieza preguntando cómo trabajan para así entender cómo se relaciona con mi forma de abordar el asunto, es decir, cómo desplazamos desde ambos lados nuestros conocimientos para construir un espacio común.

EC: En tu residencia en la Academia de España en Roma desarrollaste el proyecto Palimpsesto Basagliano a partir del 50º aniversario de la revolución triestina y reflexionaste sobre el legado de las instituciones expresivas del nuevo modelo de prácticas institucionales. ¿Cuáles eran los retos a la hora de crear un archivo documental que representara las complejidades de tales movimientos? ¿Cómo estuvieron presentes las prácticas artísticas en este contexto?

PR: El reto, que continúa al ser ahora el responsable del Centro de Documentación sobre las prácticas basaglianas en Trieste, es preguntarnos cómo se pueden interrogar estos materiales, que proceden de los años setenta, ochenta, noventa y en adelante. Muchas veces se dice que los documentos hablan, pero yo creo que también pueden escuchar. Muchas veces hablamos de la memoria como algo que puede interpelar al presente, a lo que yo añado, ¿de qué manera puede interpelar el presente a los documentos? Como dice Walter Benjamin, el pasado es lo que tenemos delante de nosotras, mientras que el futuro está detrás, ¿cómo puede convertirse el archivo en una práctica de interpelación a los documentos? Esto lo estamos tratando de realizar desde la construcción de espacios colectivos y comunes donde las personas discuten sobre sus problemas y contradicciones en los circuitos de la salud mental. Ahora estamos iniciando un proyecto para constituir un vivero con las plantas que hay en los servicios de salud, cogiendo esquejes de las plantas que cada trabajador o trabajadora trae a su oficina para construir un espacio donde las hojas (verdes) puedan contar el presente y desde ahí crear una relación afectiva con las personas y hablar de lo que está pasando. Además, queremos abrir un lugar donde la gente pueda traer sus plantas para que podamos cuidar de ellas y sanarlas si están enfermas, por lo que los espacios de cuidado devengan, de alguna manera, poshumanos. Quizás esta pueda ser una forma más para construir un espacio donde se rompan los roles de cuidador, trabajador y usuario.

Sobre la segunda pregunta, creo que la cuestión fundamental para entender la práctica artística del contexto triestino es que en ningún momento ha sido arteterapia sino que ha buscado ser una práctica expresiva de emancipación, es decir, pensar que las formas de expresión de una persona son relacionales. Una reconstrucción de una cierta cotidianeidad o posibilidad de relacionarte con los objetos que produces y, de esta manera, romper con la necesidad muchas veces impuesta por la psiquiatría «democrática» de proteger a la persona. En cambio, pensamos que hay que sostener a la persona en su relación con el mundo, y aquí es donde entra en juego la práctica artística como una de esas superficies de relación con el mundo. En concreto, durante mi estancia en la Academia, hemos creado en Trieste seminarios de discusión pensados para interpelar a los documentos, redactando catálogos con algunos materiales que contaban ciertas historias y sacado las entrevistas disponibles en la web así como un conjunto de documentos, imágenes y videos que sirven para contar de nuevo cinco historias en particular. Una de ellas narra la historia de Marco Cavallo, un laboratorio desarrollado en 1973 donde se idea la construcción de un enorme caballo de papel maché que será quien rompa las rejas del manicomio y salga a la ciudad por primera vez, en un cortejo de personas internadas y trabajadoras del hospital psiquiátrico en el carnaval de Trieste para visibilizar la miseria de la psiquiatría y del manicomio. Otra de las experiencias que recuperamos es el Laboratorio di Arti Visive P, un espacio experimental puesto en marcha durante los años ochenta y noventa que reflexionaba sobre un arte «sin talento» es decir una práctica no centrada en el autor y en el objeto sino continuamente difusa, expresiva y maquínica donde se producen obras capaces de modificar lo real. Un ejemplo muy concreto es el Epydemia T-Shirt Project (1991-2000), para el que se invitó a todas las personas usuarias de los servicios de salud mental pero también de la ciudad en general para que trajesen sus propios dibujos para plasmarlos en el textil con serigrafía, allí donde en estos años el exmanicomio era el pulmón contracultural de Trieste. De esta forma, cada dibujo forma una página de un libro que deviene ciudad en los cuerpos de las personas que portan las camisetas a lo largo del espacio urbano. Aquel verano, como me contaban algunas de las compañeras que desarrollaron el proyecto, Trieste se convirtió en ese libro desplegado por los cuerpos de la ciudad. Cada dibujo mantenía un formato sencillo — en A4, a dos colores, con una misma textura—, por lo que la idea era crear un mecanismo epidémico de contagio urbano que señalase cómo este espacio de producción, un tiempo internado en el manicomio, podía participar de manera innovadora en la vida urbana.

EC: Pasemos al plano cultural. ¿Cómo se reflejan estas ideas en torno a la institución y los cuidados, nacidas en un contexto psiquiátrico, en el panorama artístico? ¿Crees que algunos de los aspectos liberadores del modelo de Trieste podrían permear en el sistema del arte?

PR: Muchas veces tengo la sensación de que las instituciones culturales encierran la belleza, la sensibilidad o las formas expresivas más radicales en lugar de devolverlas al espacio público. ¿Qué significa pensar que una sala de espera de un centro de salud de la periferia puede ser una sala de exposiciones? ¿Cómo podemos plantearnos en el sistema del arte que no tenga que ser la gente que viene al museo sino la práctica artística colectiva la que se pone el reto de estar en un lugar? En este sentido, pienso en el graffiti de Keith Haring en Barcelona (1989) —actualmente reproducido en los alrededores del MACBA— que realizó en una plaza donde se reunían habitualmente personas que usaban drogas, diciendo «TODOS JUNTOS PODEMOS PARAR EL SIDA». Este objeto artístico, situado en un lugar habitado por personas que se arriesgaban con el SIDA cada día, toma otro significado comparado con su actual disposición detrás de la fachada principal del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.

No existe un objeto artístico en sí, sino relaciones expresivas, relaciones provocatorias, relaciones maravillosas. El sistema del arte es un lugar donde estas intensidades pueden explotar, romper barreras para constituirse como un espacio donde pensar y actuar críticamente, donde se pueda transformar un poquito la realidad. El Epydemia T-Shirt Project tenía, en cierto sentido, esta intención, esto es, no les interesaba solo tener dibujos formalmente interesantes, sino la forma en que estos se conectan con las personas que lo llevan a través de distintos lugares. Las camisetas convierten a los cuerpos que las portan en parte de una construcción colectiva y un enunciado rompedor.

EC: ¿Entonces ves el arte como un canal que, de una cierta forma evocativa o especulativa, pueda ayudar a circular estas ideas transformadoras más intensamente?

PR: Creo que hay un contraste entre representación y expresión. La representación es presentar otra vez, construir una distancia sobre algo y comunicarlo de alguna manera, mientras que la expresión para mí es la capacidad de agarrar algo y sacarlo fuera. En este sentido, una institución representativa, como el parlamento o el congreso de los diputados (o como el mercado), representa a las personas y depende de una mediación un tanto tramposa. En este punto es donde quería introducir lo que llamo las instituciones expresivas, robándole la expresión (valga la redundancia) a Raúl Sanchez Cedillo, capaces de agarrar lo real y sacarlo fuera de su propio contexto, sosteniendo una intensidad y potencia expresivas de la colectividad. No sé qué es el arte, pero sí entiendo que el sistema del arte es también un circuito, es decir, una conexión entre distintos puntos. Una de las expresiones artísticas que más me interesa es el mail art y su forma de reconocer que existen nudos con un gran poder en el mundo: entonces se propone otra circulación de las expresiones artística entre lugares periféricos para romper concretamente la centralidad del sistema. ¿Cuál es la manera en que una institución y los agentes dentro de la misma pueden contrastar el poder dentro del arte? Pienso que una posibilidad para explorar se encuentra en las relaciones menores, de encuentro y diálogo, es decir, está atravesado, también en el arte pero no solo, por una práctica ecológica de reproducción de la vida como reto común y no de reproducción de la institución (y su poder) como tal (incluso cuando es pública).