#TomandoLaTemperatura: Teresa Cisneros
Editorial Concreta: Tomando la temperatura es un programa de investigación en torno a la relaciones entre arte y salud. Patrocinado por DKV, el objetivo de esta serie de textos que se publicarán en Concreta En Línea es explorar diferentes prácticas que desafían las estructuras actuales del arte en relación con las redes de cuidados. Para el segundo episodio de la serie, conversamos con Teresa Cisneros, curadora y gestora cultural afincada en Londres, actualmente encargada de las llamadas “prácticas inclusivas” en la Wellcome Collection. Teresa, ¿podrías introducir brevemente tu carrera a los lectores y lectoras de Concreta?
Teresa Cisneros: Soy hija de Vicente Cisneros y Lucrecia Puente: ambos de ascendencia mexicana. Soy chicana, nacida en la frontera entre México y Texas. Vengo de una familia numerosa, en la que practicamos la colectividad y la colaboración, por lo que tendemos a hacer las cosas desde el consenso, a través de la idea de “si tú estás bien, yo estoy bien”. Además, no soy inglesa, por lo que mi práctica no surge del lugar en el que vivo. Gran parte proviene de donde crecí, que es el espacio de la frontera México-Texas: un tercer espacio. Mis costumbres no son británicas, blancas o europeas. Lo reconozco y me siento cómoda con ello.
Estoy realmente interesada en la administración. Como primer grado, estudié Filosofía Antigua y me centré, sobre todo, en la cuestión de la ética. Después, estudié un máster de Gestión Cultural en una escuela de arte. Por tanto, mi práctica consiste en pensar a través de la administración colonial y el poder de la administración. Solía ser curadora de objetos, pero con el tiempo me terminé convirtiendo en curadora de personas. Normalmente, la gente suele pensar que el curador es la figura con más poder en el arte, pero yo no estoy de acuerdo. Los administradores o gestores culturales tienen más influencia: ellos pueden decidir si un proyecto sale adelante o no. Ellos establecen las reglas, las políticas, la ética de los espacios y las formas en que las personas trabajan. Tengo particular interés en nuestra imposibilidad de desvincularnos de la administración colonial.
Antes de unirme a la Wellcome Collection, llevaba trabajando en el arte contemporáneo durante la mayor parte de mi vida. Durante nueve años trabajé para INIVA (Institute of International Visual Arts) como curadora en el departamento de educación, pero también hice otros proyectos independientes al mismo tiempo. Utilicé mi posición de curadora de manera bastante inteligente para asegurarme de poder apoyar económicamente a artistas con poca visibilidad o que no se les tomaba demasiado en serio. Para mí fue la oportunidad de redistribuir grandes presupuestos entre personas diferentes. Siempre he sido muy consciente de cómo se gasta el dinero público porque es de todos los contribuyentes. No creo que sea necesario hacer proyectos a los que todos los que forman parte del público deban ir pero, ¿qué responsabilidad tenemos con los demás cuando nuestros proyectos se financian a través de un organismo público?
Cuando me despidieron de INIVA, en 2015, inicié el proyecto Agency for Agency con la artista Barby Asante y la productora Jessica Harrington. Recaudamos dinero para hacer distintos proyectos y además trabajamos con diversas instituciones. Como Barby es una mujer británica de Ghana, Jessica es también británica y yo soy mexicoamericana, hemos tenido formas muy diferentes de acceder a este tipo de espacios y conversaciones. Pudimos hablar de temas de los que nadie quería hablar. En ese momento, Barby y yo también trabajamos en un proyecto llamado Baldwin’s Nigger Reloaded, que respondía a una película de Horace Ove de 1969 sobre James Baldwin y que abordaba la experiencia negra en los Estados Unidos. Este proyecto, por tanto, se centró en trabajar con un grupo de jóvenes en torno a la identidad y el lenguaje. Las personas del grupo procedían de todo tipo de orígenes: era una mezcla maravillosa de personas interesadas en explorar estos temas de muchas formas y, como resultado, crearon un colectivo llamado sorryyoufeeluncomfortable. En resumen, Barby y yo estábamos intentando crear este espacio para personas que nunca iban a acceder a las instituciones de forma inmediata, por lo que les dábamos un atajo para compensar su falta de redes.
Y luego, en 2016, me incorporé a The Showroom (Londres) como curadora asociada, posición para la que recibí la subvención Change Makers Grant del Arts Council of England. Quise repartir esa donación entre artistas con poca visibilidad, ya que pensaba que The Showroom era un gran lugar para que estos artistas pudieran acceder al mundo institucional y establecer contactos a través de él. El proyecto que desarrollé en The Showroom con esta ayuda se tituló Object Positions y tuvo tres partes centrales: una mentoría para ocho artistas con una exposición como resultado, una serie de conferencias, y otras reuniones informales donde invité a artistas, académicos, gestores y estudiantes (que no eran blancos) a discutir cómo las instituciones afectaban a sus prácticas.
Al final del proyecto tenía que escribir un artículo, y se esperaba que versara sobre la igualdad en un registro académico. Sin embargo, no tenía ningún interés en hacer eso y no me parecía ni útil ni práctico. Así que la socióloga Karen Salt se sumó al proyecto como mentora para apoyar mi investigación desde otra perspectiva. El resultado fue document 0 [1]: una publicación muy personal conformada por conversaciones con más de 30 personas, además de toda mi experiencia dentro de las instituciones (trabajaba con siete en ese momento). Realmente me interesaba esta idea de cómo las instituciones brindan (o no) cuidados a su personal de forma implícita y explícita, y cómo estos se pueden encarnar en las políticas institucionales.
En definitiva, document 0 trata sobre mi experiencia y complicidad con estas instituciones; cómo pude desafiarlas desde dentro, como mujer racializada. Escribí estas conversaciones después de muchos años pensando sobre estas cuestiones, pero también a partir de las experiencias de otros y otras trabajadoras culturales. Supongo que el mejor cumplido que puedo recibir sobre document 0 es cuando la gente me dice que se ve representada en los testimonios que expone la publicación. Veo el texto como un pequeño obsequio al mundo del arte: “no os estoy diciendo que esta es la forma de hacer las cosas. Solo digo que así es como nos comportamos unos con otros y cómo lo he vivido yo”. Se trata de nuestro fracaso colectivo a la hora de diversificar las artes.
Unos meses más tarde, en 2020, llegué a la Wellcome Collection.
EC: ¿Cómo describirías tu papel en la Wellcome Collection a aquellos lectores y lectoras que están menos familiarizados con este tipo de cargos institucionales que reivindican la igualdad social y cultural en el mundo del arte? ¿Puedes describir algunas de las tareas que realizas habitualmente?
TC: Podría decirse que tengo un cargo muy extraño. Mi puesto se llama Inclusive Practice Lead [Responsable de prácticas inclusivas], e indica que voy a trabajar siempre de manera inclusiva. Pero, ¿inclusiva para quién? ¿Qué entendemos por incluir? Lo que requería el puesto de trabajo era que pensara en los públicos de la Wellcome.
Mi trabajo consiste en idear estrategias que garanticen el acceso, la diversidad y la inclusión en la institución. Nuestro marco de acción está en las comunidades no oyentes, de diversidad funcional, neurodivergentes y racializadas; no usamos la palabra BAME [Black, Asian, and minority ethnic] o BIPOC [Black Indigenous People of Colour], sino que hablamos de comunidades minorizadas racialmente al entender que solo son minoritarias porque hemos decidido que lo sean.
Al llegar, me di cuenta rápidamente de que no podía trabajar éticamente en una organización que no supiera cómo recibir, digamos, a un grupo de artistas negros con diversidad funcional. Suelo pensar mucho colaborativamente con otras personas de la institución con las que trato de encontrar agujeros en los sistemas. Si la institución es un sistema enorme, ¿cómo podemos cambiarlo? No puedo pedir a mis compañeros que sean inclusivos si no saben cómo serlo. Pero, ¿cómo voy a saber qué es lo que saben o no saben? No puedo asumir nada.
Diseñé y dirigí una investigación llamada “Person-centered Design for Inclusive Practices” [diseño orientado a las personas para prácticas inclusivas], utilizando “diseño cooperativo” para encontrar soluciones a estos asuntos de inclusión en la Wellcome Collection. Invité a una agencia para trabajar con el grupo de trabajo, además de 17 miembros del equipo para que formaran parte de la investigación. Para mí, la pregunta era: si somos un grupo de personas con educación universitaria y buenas intenciones, ¿por qué somos tan exclusivamente blancos, de clase media y sin diversidad funcional? Quería encontrar la razón y obtuve los resultados en marzo del año pasado, pero llegó la pandemia y la institución cerró. En cualquier caso, fue una forma de preguntar a mis colegas qué necesitan para actuar de manera más inclusiva, con un enfoque más sensible, en lugar de asumir estas necesidades por adelantado.
En ese momento, quería comenzar a trabajar sobre los procesos de aprendizaje: cómo se enseña a las personas o cómo estas pueden aprender… porque no se puede responsabilizar a alguien por algo que no sabe cómo hacer. Entonces, comencé a diseñar un plan de estudios antirracista, ya que mi investigación siempre se ha orientado en torno a la raza. Desarrollé un marco educativo sobre cómo enseñar a entender la raza. ¿Cómo puedo hacer que se comprenda de otra manera? ¿De dónde viene la raza? ¿Cuál es su concepción histórica? ¿Cómo se puede pensar la raza en relación con la época contemporánea? ¿Y cómo empiezas a aprender a desaprender? ¿Cómo empiezas a emplear y encarnar estas enseñanzas?
Con las conclusiones extraídas de las experiencias y procesos llevados a cabo con el equipo, he diseñado un marco educativo y un programa que se llevará a cabo durante todo un año. Hemos invitado a cinco diseñadores de contenido externos a desarrollar el plan de estudios de justicia social, que incluye un módulo contra el racismo y el capacitismo. Ninguna organización ha hecho nunca algo así. Cuando el contenido esté realizado, se entregará a nuestros mediadores para que lo compartan con nuestros públicos. En este sentido, también he pensado cómo proporcionar los cuidados que los mediadores que estén enseñando este material requieren: se contará con personal cualificado que les atenderá durante las sesiones de mediación. Es un coste adicional, pero deben sentirse apoyados y cuidados.
Para poder llevar a cabo todo este trabajo, también nombré un grupo de asesores con expertos de todos los sectores: desde museos hasta educación superior o prácticas corporativas, que actúan como pensadores críticos que nos desafían a mejorar nuestra labor y también a contribuir al trabajo que realizamos. Al final, mi objetivo es apoyar de una manera sensible a mis colegas para que aprendan a ser menos racistas y menos capacitistas o, más bien, para convertirse en antirracistas y anticapacitistas en todo lo que hacen, que es un proceso que dura toda la vida.
EC: En entrevistas y conferencias que has dado, has mencionado varias veces que, para intervenir en el sistema del arte, aprendiste el lenguaje de la administración. Pero, ¿cómo se integra el lenguaje orgánico y corporal de los cuidados en las rígidas estructuras administrativas de las instituciones artísticas?
TC: Debemos recordarnos a nosotros mismos que todas estas estructuras están hechas por personas y toda persona es un ser emocional. Es por eso que, para mí, la administración es el lugar más interesante para pensar. En la administración puedes hacer que las cosas pasen, así como crear reglas y regulaciones. En mi opinión, las estructuras de las instituciones artísticas no son rígidas, pero sí muy fluidas. Puedes influir en ellas y desafiarlas. En realidad, estas estructuras tienen muchos agujeros. Y si entiendes esto, empiezas a ver la institución como un sistema orgánico, donde todo es maleable. Creo que las instituciones están en constante pulsación; tienes que encontrar puntos de presión, que activen otros mecanismos en el sistema. Al llegar a la Wellcome Collection, supe de inmediato que no se puede cambiar una cosa sin transformar otra al mismo tiempo. Mi papel es convencer a la gente de que algunas de estas cosas van más allá de nosotros porque muchas personas son rígidas y están muy impulsadas por el ego; tienen tanto miedo de perder su poder que nunca cambiarán. Y es por eso por lo que la gente dice que las estructuras de las instituciones son rígidas.
ED: También hablas de la idea de poseer las herramientas del opresor para realizar algún tipo de cambio en el sistema, contrariamente a las palabras de Audre Lorde: “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. Tu postura, pues, afirma que la transformación solo se puede lograr desde adentro. En tu experiencia, ¿has logrado esa transformación deseada desde el interior de la Wellcome Collection?
TC: Sé que mucha gente admira a Audre Lorde y otras autoras similares, y con razón. No obstante, diría que no pienso como estas personas, sino que aplico mi forma familiar de entender las desigualdades o discriminaciones. ¿Qué puedes hacer para asegurarte de que quien sea afectado por ellas [las desigualdades] vaya a estar bien? Uso las herramientas del amo solo porque no estoy tratando de desmantelar necesariamente la casa. Por horrible que sea la historia de la administración, también es una herramienta increíble para cambiar las cosas. Entonces, entiendo la lógica de la administración: soy una ama de la administración colonial, una administradora colonial. Aprendí formas de administración colonial, pero también sé cómo usarlas en su contra. En mi opinión, la afirmación de Lorde es demasiado utópica: si no usas las herramientas, solo nos queda salirnos completamente del sistema, lo que significa dejar atrás al resto de personas. Prefiero meterme de lleno y marcharme; podría ser destruida en el proceso y pasar por todo el trabajo emocional, pero no me importa. No tengo la imaginación para no usar las herramientas, pero al menos puedo emplearlas en contra de la idea del amo. Lo que sí puedo imaginar es una reescritura de la política en torno a la administración o la función de la institución.
Os contaré una cosa que hice en la Wellcome Collection, que de alguna manera usaba sus herramientas “en su contra”: la iniciativa Principles of Working Together [principios para trabajar juntos]. Descubrí que, cuando trabajaban con colaboradores, la mayoría de mis compañeros no sabían cómo recibir a personas que no se parecían a ellos o no habían vivido experiencias similares, lo que me hizo pensar en lo importante que era que ellos supieran preguntarles si se sentían bien en el proceso de trabajar con la institución. Por tanto, decidí redactar esta política de cuidados: “¿Cómo podemos cuidarte?”. Escribí un documento y luego invité a unas veinte personas de toda la organización para que me ayudaran a editarlo: curadores, editores, programadores, todo tipo de miembros del personal. Debido a que todos trabajamos con personas externas, me preguntaba cómo podríamos hacer lo implícito, explícito. Es decir, cómo abordar todas esas reglas de compromiso de las que nadie habla. ¿Cómo puede una institución de mayoría blanca, donde el 87% del personal es blanco y solo el 4% se declara con diversidad funcional, va a trabajar con artistas negros o discapacitados? ¿Qué puedo hacer para asegurarme que estarán bien aquí con nosotros? ¿Cómo podemos hacer que se sientan cómodos, seguros, cuidados? La intención de este documento o este acuerdo es mitigar el riesgo y reducir el daño para las tres partes: el personal, la institución y el colaborador externo. Lo hacemos poniendo al colaborador externo en el centro y preguntándole qué necesita, para que todo se mueva a su alrededor. Antes de firmar el contrato, hay que enviarles este formulario. Veo esta iniciativa como un ejemplo de utilizar la lógica de la institución contra sí misma donde la producción no está centrada, pero el cuidado de las personas sí.
EC: Otro aspecto relevante de tu práctica es tu capacidad para reconocer los límites de tu propio conocimiento y el de la institución. Defiendes la necesidad de delegar y confiar en otras personas que puedan poseer un conocimiento o experiencia más profundos para campos o materias específicas. ¿Cómo ha sido tu experiencia delegando responsabilidades y confianza en los demás, o diciendo a las personas que lo hagan?
TC: Ha sido genial, está bien admitir que no lo sabes todo. Nadie puede ser experto en todo; siempre acabo encontrando a personas que pueden saber más sobre un tema. Esto proviene de mi naturaleza colaborativa. Me crié con esta forma de pensar, siempre con y a través de los demás para crear algo que sea multiinformado. Como mencioné antes, tengo un grupo de asesores en la Wellcome Collection. Estoy siempre rodeada de un grupo de personas y, si no conozco a alguien, puedo encontrar a alguien que conozca a otro. Esto distribuye la responsabilidad y la rendición de cuentas, por lo que no soy solo yo la responsable de algo, todos lo somos: hace que la presión no sea solo mía. Pero al final, yo soy la cara visible de la institución: si alguien va a ser despedido, seré yo. Puedo asumir esa responsabilidad. A veces, a la gente le cuesta confiar en alguie porque normalmente las personas no se comportan así en el mundo del arte. Todo está enfocado en ser el curador o curadora principal, el único artista, etc. Me encanta crear redes: se trata de compartir la confianza. El mundo del arte aborda con bastante frecuencia el término convivencia, pero no solo vivimos juntos, practicamos juntos. Siempre que me contrate una institución, es posible que no solo me contraten a mí, también a un grupo de personas que vendrá conmigo.
EC: Te has descrito como una curandera mexicana, continuando un linaje familiar. ¿Cómo representas esta figura? Palabras como cuidados o reparaciones han resonado en los últimos tiempos para reflejar conductas en torno a los cuidados dentro del mundo del arte. ¿Cuál es tu postura sobre esta tendencia?
TC: Para empezar, creo que la mayoría estamos comprometidos con los cuidados en cierta medida. En cuanto a mi práctica de curandera, proviene de mi herencia familiar que, de hecho, acabo de recibirla como un regalo de mis padres. Pero siempre he sabido cómo cuidar a las personas, la forma en que me preocupo por los artistas, por mis compañeros, por aquellos que me rodean. En la Wellcome Collection, promulgo esto comprobando constantemente cómo están mis compañeros de trabajo, a través de correos electrónicos o mensajes, pero también preparando té para todos, comprando galletas los viernes o animándolos a tomar una copa de vino juntos. Estos momentos son muy pequeños, pero funcionan como una forma de unirnos, para recordar que todos somos seres humanos y que estamos trabajando juntos creando una comunidad temporal. Para mí, esas son formas de curar. Siempre trato de mantener el contacto con los artistas con los que he trabajado a lo largo de mi carrera, y, a decir verdad, algunos de ellos son casi familia. Definitivamente, es una práctica curativa: soñar juntos, aprender a trabajar y estar juntos. No creo que pudiera hacerlo si no hubiera recibido esa educación de mis padres. Mi práctica tiene como objetivo curar la herida colonial en última instancia, aunque esta herida nunca sanará: siempre será una herida abierta.
Para responder a la segunda parte de la pregunta, en torno a las instituciones y los cuidados, quiero compartir un texto que realicé recientemente para una iniciativa del curador Cédric Fauq, quien me invitó a contribuir en un proyecto sobre instituciones, raza e igualdad. En este texto hablaba sobre la falta de cuidados en un formato póster, concebido como una especie de rogación u oración hacia el mundo del arte, al ser algo que está muy presente en este campo. Para cuidar, tienes que dejar de lado tu propio ego, distanciarte de tus propias prioridades, porque los cuidados consisten en dar y simplemente estar al servicio de alguien. Personalmente, creo que toda la tendencia en el mundo del arte es terrible, lo veo como una forma de explotar el “estar juntos”. Y muchas de las personas que están trabajando en estos proyectos son personas potencialmente muy egocéntricas. Es simplemente explotar otro concepto para su propio beneficio.
EC: Nos parece muy interesante extrapolar lo que nos cuentas al contexto institucional español en el que la mayoría de los museos se financian con fondos públicos y su plantilla está formada por funcionarios, trabajando en estructuras organizativas que se diseñaron en los primeros años de la democracia, por lo que la rigidez estructural de la que hablábamos antes está muy presente. Nos preguntamos qué cabida tiene la dinámica que planteas en nuestras instituciones, cuyos gestores no tienen la capacidad o agencia para interceder en la estructura y cuyo funcionariado, en ocasiones invisible, no forma (o no desea formar) parte del discurso planteado por la institución.
TC: Sin duda, existe cierto desempoderamiento en una situación como la del mundo del arte en España. Cuando le quitas el poder a las personas, ¿de qué van a cuidar? Estas instituciones funcionan con un tipo de gobernanza que es administrativa, diseñada para mantener a ciertos tipos de personas en el poder. Como resultado, tienes a todos estos pensadores o administradores asombrosos sin los medios suficientes para funcionar correctamente dentro de las instituciones: las estructuras están podridas. No obstante, deberíamos pensar qué hacer dentro de estas estructuras podridas.
Notas bibliográficas:
[1] Veáse en: http://andpublishing.org/document-0/