Una habitación propia y con vistas. Sobre Una hora es invisible de Inmaculada Salinas
“La pintura habla, siempre ha hablado, y ha hablado con inteligencia”. La frase de Pasolini me hace pensar en uno de los malentendidos del arte de nuestro tiempo; aquel por el que se separan prácticas artísticas que se dicen “conceptuales”, de aquellas otras expresiones ligadas a la práctica de la escultura o la pintura tradicionales. La diferenciación se ha convertido en académica y contribuye a no pocas frivolidades y, la mayoría de las veces, al ridículo.
La “cacharrería” imperante en los lugares de exposición —museos, galerías, espacios alternativos— es equivalente a la “pintura de cacharros”, otra de las prácticas dominantes en la escena actual. Que los cacharros sean exentos —seguramente provienen de un supermercado si el artista ha leído a Danto— o pintados, no es siempre una distinción pertinente. De hecho, las mercancías que encontramos en los supermercados, incluso las comestibles, son básicamente pintura, espectáculo, mercadería para los ojos. No hace falta citar a Debord para saber esto; es un argumento básico en la mercadotecnia publicitaria.
La intención de Duchamp para dejar de ser “tonto como un pintor”, lo que realmente pretendía recuperar era el sentido del arte y poder volver a hablar con las pinturas de Piero di Cosimo, por ejemplo. Sus cuadros tenían que convivir con baratos cartelistas Decó, tardíos paisajistas a lo Barbizon, acuarelistas y pasteleros de la Escuela de París, sí, en efecto, Duchamp no quería quedarse mudo, ni por asombro. Hablar no es un acto de comunicación. Se habla en solitario y a las piedras también se le habla. Es una especie de necesidad del músculo, de la lengua.
Lo que Duchamp sí entendió a la perfección es que el arte, el concepto moderno de arte, había nacido a la vez que el capitalismo financiero. La perspectiva y el crédito nacen en el mismo “renacimiento” cultural. El despliegue de estrategias librecambistas (máquinas, ready-made, retruécanos) le permitió ganar tiempo y sentido. No es extraño que fuera Rrose Selavy quien le encontrara la salida: Fresh Widow, viuda alegre, o sea, perspectiva cegada.
En propiedad, no hay nada más “conceptual” que la pintura. La mancha no es un signo sino una locución, como la voz. Es un lenguaje, sí, pero no un lenguaje de signos. Lo verdaderamente lamentable es el reduccionismo semiótico con que el mercado ha sometido e instrumentalizado al arte. Volver a pintar significa liberarse de las categorías de representación, escapar de las formulas mercadotécnicas, superar el academicismo modernista. Volver a pintar exige una mínima duda sobre el estatuto, la naturaleza y la propiedad de lo que se pinta.
La pintura es un género. Por eso son tan interesantes los estudios de género para poder encarar la pintura de nuevo. No se trata de cuotas de representación, ni de reafirmaciones identitarias, ni de reivindicaciones subalternas. Al menos, no solamente. Los estudios de género permiten entender como la hibridación, la autonomía y la construcción de subjetividad devuelven a la pintura su lugar.
Hanne Darboven escribía que la pintura era tiempo. Una pauta. Al trabajo constante sobre el tiempo le va añadiendo circunstancias, enunciados sociales, gestos perdidos, opciones políticas, una taza de té y un sustantivo, solo de vez en cuando. No son muy distintas las pinturas de Inmaculada Salinas.