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On Growing Sane in Insane Places en The RYDER
Del 16 de noviembre de 2024 al 18 de enero de 2025

The RYDER
On Growing Sane in Insane Places

El título de esta exposición se inspira en el famoso estudio de D.L. Rosenhan On Being Sane in Insane Places en el que 8 personas fingieron escuchar voces en diferentes hospitales de EEUU. Todas, salvo una, fueron hospitalizadas durante una media de 19 días y diagnosticadas de esquizofrenia a pesar de dejar de fingir los síntomas tras esa primera consulta. Este experimento destapó grandes fallos del proceso diagnóstico en psiquiatría, al reflejar que lo común no era detectado como sano o, en términos estadísticos, que la probabilidad de aceptar una hipótesis que tendría que haberse rechazado era muy alta.

Rosenhan sugiere que los médicos, abanderados bajo la precaución, son más propensos a llamar enferma a una persona sana que sana a una persona enferma. Sin embargo, entre el diagnóstico médico y el psiquiátrico existe una diferencia: el último conlleva un estigma personal, legal y social. Cuando una persona es etiquetada con un diagnóstico psiquiátrico éste puede convertirse en un rasgo central de su personalidad y teñir muchas de las características de su vida. La etiqueta es tan poderosa que muchos de los comportamientos normales de estos «pseudopacientes» se pasaron por alto o se malinterpretaron profundamente. Tras ingresar, el experimento evidenció además un trato deshumanizado del personal hacia a estos «pseudopacientes», con una actitud esquiva hacia ellos. La publicación On Being Sane in Insane Places tuvo importantes repercusiones en el campo de la salud mental, como la incorporación de criterios más objetivos en los diagnósticos, el apoyo a la desinstitucionalización de muchos hospitales psiquiátricos y el aumento de  los esfuerzos hacia una mayor humanización.

Discernir entre normal y anormal es un esfuerzo de difícil solución, ya que dicotomizar un espectro es una tarea que conlleva un porcentaje de error. La norma cambia de un lugar a otro, la moda no repite con el tiempo su patrón. La adolescencia de cada generación es, por tanto, única y, aunque solamos comparar a futuras generaciones con el espejo de nuestra experiencia, hay que considerar el elevado riesgo de error. Pero parece que el malestar se ha apoderado de la experiencia de muchos jóvenes en los últimos años. Con la pandemia como detonante, ha habido un crecimiento exponencial en los ingresos psiquiátricos, en las listas de espera de salud mental, en los intentos de suicidio y autolesiones, en los trastornos de la conducta alimentaria, entre otras emociones y conductas más. La autoimagen/autoestima de muchos de los  jóvenes de hoy se ve desinflada, su motivación y emprendimiento parecen arrastrarse por el suelo bordeando los surcos de la muerte.

Al buscar el origen de los trastornos mentales, la palabra que se repite con mayor frecuencia es multicausalidad. Hay factores endógenos (genéticos, hormonales, del desarrollo) y exógenos (estrés, consumo, trauma, factores sociales y culturales); los primeros parecen ser poco susceptibles a modificarse en un corto periodo temporal. Por tanto, podemos asumir que los cambios que vertiginosamente han dado lugar a este escenario vienen enraizados en el modelo de sociedad actual. Esta exposición no aspira a alcanzar conclusiones, sino a crear un escenario de juego en el que plantearnos una búsqueda de algunos de los nuevos y viejos factores que influyen en el desarrollo de los jóvenes y cuestionar cómo han podido ejercer su influencia para bien o para mal. En un nuevo paradigma donde el malestar es un factor más que común, ¿dónde está de nuevo el límite de lo sano y de lo enfermo? ¿Cómo crecer sano en un lugar que no parece favorecerlo?

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