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CARPETA
Go Down, Moses. A book on South Sinai, Ahmed Hosni

 
Nacido en Cairo en 1974. Estudió medicina y ejerció durante tres años…

CARPETA

A modo de bestiario contemporáneo y acelerado, Darío Alva y Diego Navarro realizan una exploración visual y sonora de la evolución especulativa, una ramificación bastarda de la zoología, la biología evolutiva y la ciencia ficción.

Go Down, Moses (Baja, Moisés) es un libro sobre un lugar. Un buen modo para comenzar este ensayo es el subtítulo del mismo: Un libro sobre el Monte Sinaí. Este libro abarca —al mismo tiempo que delimita— una particular región en el sur de la península del Sinaí. Sin embargo, el sur no hace referencia sólo a una cuestión geográfica o de fronteras. En este caso el sur es un territorio marcado por una práctica: el turismo. Una de las cosas que hace al Sur del Sinaí diferente del Norte, es el predominio del turismo como modelo económico. Podría decirse que en el sur uno es un turista o se dedica al turismo. Esto podría considerarse una exageración, pues resulta difícil pensar que el resto de posibles actividades, ocupaciones y roles son inexistentes, dejando el espacio que queda entre ellas como un vacío social. Tal exageración, si tiene algo de cierto, encierra una hegemonía que deja las cosas en estado de perpetua polarización, convirtiéndose en una cosa u otra, y dejando pocas opciones en el medio. El sur explorado en este libro es un territorio definido por un conjunto de prácticas espaciales1. En este punto me gustaría evocar el concepto de territorio y remarcar que el Sur del Sinaí es un territorio de turismo, un término articulado no sólo por las marcas de propiedad o apropiación sino por la inscripción de significado. Sin embargo, como será explicado, cualquier historiografía del turismo en el Sinaí no puede eludir su seña de territorio bíblico. Si tomamos prestada la observación de Edward Said sobre la habilidad de la narrativa para producir un objeto territorial, me pregunto si también podría explicar la transición de un territorio bíblico a uno turístico2.

Paisaje textual

El Sinaí siempre ha sido imaginado, pero no visto. Imaginado no como un lugar vivido, sino como un paisaje distante. Me gustaría detenerme aquí para explicar que paisaje no es sinónimo de lugar, vista o escenario. El paisaje es una composición de la superficie de la tierra —entendida como mundo— (earth) o una imagen de la tierra -materia inorgánica (land). Me gustaría hacer referencia a la definición de imagen de W.J.T. Mitchell el cual la define como un actor en un período histórico, una presencia o personaje dotado de un estatus legendario3.

El Sinaí emerge en la historia en primer lugar como parte de un suceso narrativo. La palabra Sinaí aparece por primera vez en la Biblia Hebraica para hacer referencia a la montaña desierta donde Moisés encontró la revelación divina4. Mientras que la etimología de la palabra ha sido sujeto de numerosas teorías, lo que es significativo es que el uso de la misma es completamente novedoso. No representa una localización con historias recogidas hasta la fecha, sino una topografía genérica de montañas en el desierto. El Sinaí nació fuera de lugar, más allá de la cultura y la historia. No era tanto un lugar como una combinación de lugar-en/ dentro de-un-suceso (place-in-an-event) o lugar-suceso (place-event). Está próximo a lo que Mijaíl Bajtín llamaría un cronotopo excepto porque su conexión espacio-temporal parece inclinarse hace lo temporal5. El Sinaí existe en el pasado y, aunque pronto la palabra desaparece del resto de los textos bíblicos, la post-imagen (afterimage) del lugar permanece.

El hecho de ser un lugar-suceso o un cronotopo conlleva que dicho lugar (la montaña) no puede ser directamente experimentado de nuevo dentro de una narrativa diegética. Esto también significa que una invocación textual del suceso pasado (la divina revelación) invocará automáticamente una demanda espacial. El Sinaí continúa existiendo en el texto, en forma de imagen de paisaje así como de epíteto: el desierto. Sin el contexto bíblico la iconografía del desierto es difícilmente la del no lugar. El asunto es de carácter doble ya que por un lado el desierto se entiende como un espacio de peligro así como de encuentro con los demonios y, por tanto, como un lugar de experiencia terrible, traumática y de prueba. Sin embargo es también sinónimo de pureza espiritual, gracia divina, nacimiento y reencarnación. Es interesante apuntar que la experiencia Sinaí-desierto parece ser provocada como una experiencia favorable en los textos bíblicos posteriores extendiendo la nostalgia retratada en la Edad de Oro6.

Fijando el lugar

Ser un peregrino implica perseguir un destino.

El peregrinaje al Monte Sinaí alcanzó su máximo esplendor entre los siglos IV y V. Fue decisión del emperador Justiniano la de construir un convento a los pies del que es hoy Jabal Musa, el cual fijaría finalmente el emplazamiento del Monte Sinaí. No sabemos con certeza la razón que llevó a Justiniano a escoger el menos popular Jabal Musa sobre Serbal como el lugar bíblico. La decisión de optar por el más árido así como el menos hospitalario y llano Jabal Musa, a 60 kilómetros de la comunidad en el valle Feiran, puede parecer una decisión extraña. Una cosa segura es que el Sinaí está situado lejos del núcleo de la población, adentrándose en el desierto. El edificio del convento de Santa Catalina marcó el punto en el que el Sinaí pasó de ser el mítico lugar-tiempo para convertirse en un espacio concreto. Este ya no era aquel lugar evanescente en el desierto sino un lugar en un mapa. Para el peregrino o el viajero, la montaña marcó el momento en el que el trayecto concluía. Además el monasterio marcó el centro, un nido con un entorno ordenado. Usando la nomenclatura de J.B. Jackson la montaña trazaba el «paisaje político»7 del Sinaí. Para los siglos venideros, la mayor parte del sur se convirtió en un dominio medieval, una propiedad monástica donde el monasterio era el centro de la autoridad judicial y fiscal.

La llegada del turismo moderno después de la Guerra de los Seis Días en 1967 marcó un giro espacial en la historia del Sur del Sinaí. Desde un punto de vista espacial, el turismo era distinto del peregrinaje: si bien el peregrinaje fijaba el emplazamiento como primario y la carretera como secundario, la nueva práctica invertiría el orden. Para los nuevos viajeros era el camino y el paisaje lo que importaba. Estos no eran peregrinos sino jóvenes de espíritu libre, beatniks y amantes de la naturaleza. El Sinaí era visto como un patio trasero, un vasto espacio abierto donde uno podía deambular libremente sin necesariamente tropezarse con una significante población árabe. Esta era una tierra par excellence sin gente y considerada en claro contraste con el resto del país. Mientras la experiencia era secular, subyacía el mito del encuentro inicial. Una vez más, el Sinaí era un contra-lugar.

Nodos y término

Si bien el inicio del turismo puede ser explicado en términos de proyección de una imagen del paisaje y de las ideologías que ella implica, el esparcimiento del turismo en las décadas de los setenta y ochenta no hubiera tenido lugar sin la construcción de una ecología cultural ni de una práctica espacial. Dicha ecología no gira sobre el acto de peregrinaje, del monasterio, la Montaña de Dios o ninguna ejemplificación de l0 que J.B. Jackson consideraría «paisaje político», sino sobre una acción vernácula. Para los nómadas locales no era la montaña sino los valles los que importaban. El valle era más accesible y templado. Este era la morada, el entorno habitado donde las relaciones sociales eran trazadas a lo largo del camino migratorio. Prefiero usar el término peregrinaje que migración o viaje ya que el último denota un cambio de lugar desde el origen hasta el destino, mientras que peregrinaje contiene sus raíces latinas perager que significan a través o sobre el territorio8. Es una palabra que connota un estado de continua movilidad. El paisaje vernáculo de Sinaí era un paisaje de peregrinación, alrededor, sobre y a través. A diferencia del paisaje político, el paisaje vernáculo no podía ser trazado alrededor de un centro. Por el contrario, estaba creado por nodos donde las relaciones sociales se hallaban concentradas.

Uno de esos nodos era Melga, un área llana que yace en un punto de unión entre diversos valles, cruzando el Monasterio de Santa Catalina. Si bien la montaña y el monasterio denotan un lugar fijo, Melga conlleva efimeralidad y fugacidad. La palabra significa literalmente lugar de encuentro. En la práctica, Melga era un lugar donde los locales nómadas beduinos acampaban durante una o dos noches en su período migratorio desde lo alto a las laderas de los valles, era un punto de congregación. Después de 1967 el área era frecuentada por una nueva categoría de viajero, el turista naturista que se detenía en sus rutas de senderismo hacia lo alto de la montaña. Melga perdería su naturaleza efímera y se convertiría en un lugar de descanso turístico, el núcleo del cual se ha convertido en el pueblo de Santa Catalina.

Melga fue un ejemplo de aquellos fugaces nodos sociales convertidos en términos económicos. Muchos de los pueblos en el Monte Sinaí trazan su genealogía hacia esta nueva forma de movilidad (nodalidad), de la que la unidad más básica es mag’ad. El mag’ad es como un porche, algunas veces adjunto a la casa, otra veces lejos de ella. A veces sólo hay un mag’ad sin casa adjunta. Un mag’ad no tiene paredes donde marcar su circunferencia, y sus periferias se extienden para armonizar con el paisaje. En este sentido, no es interior ni tampoco exterior. La palabra deriva de qa’ad (sentarse). Un mag’ad es un lugar de encuentro, como una especie de salón. Está asociado no sólo con un espacio sino también con una persona, familia o grupo de familias, por lo que se considera territorial por naturaleza. Reclama atención, un transeúnte se espera que pare brevemente, sin embargo, si no lo hace podría ser considerado como un maleducado o incluso tratado como sospechoso. Existe un punto de vigilancia y otro de ingreso en el paisaje. Es donde la nueva entrada es procesada. Por un lado es un lugar de reposo; por el otro es un espacio de encuentro con el otro, en este caso del turista. Esta es la primera parada del turista. Tal como su número crece, algunos mag’ad son separados de su espacio residencial y se les adjudica la función de ser lugares de descanso de los turistas, gradualmente convirtiéndose en precarios campamentos y salpicando el Golfo de la costa de Aqaba y otras rutas populares de senderismo. De algún modo distinto al sucedido en Melga, estos campamentos darían cobijo a poblados como Dahab y Nuweiba.

Los nuevos nodos (ahora precarios campamentos) facilitaron el contexto al nuevo tipo de encuentro entre el turista y el local que asignó los nuevos roles y definiciones del trabajo y las identidades. La nueva empresa económica introdujo la separación del espacio de trabajo con respecto del espacio del hogar. El desierto fue presentado como la esfera de trabajo reservado al espacio turístico.

Páginas y paisajes

Go Down, Moses es un libro de paisajes. Se dice que el paisaje es la porción de la superficie de la tierra que puede alcanzarse con un golpe de vista [9]9. Para hacer esto se necesita dar un paso atrás y componer desde una distancia considerable. Pero, ¿cuán cerca puede uno estar sin perder la integridad del paisaje? ¿podría ser un interior? ¿un primer plano de una lata de Coca-Cola? ¿un retrato? También se dice que el paisaje mantiene su significado en la superficie. El que se define en este texto era uno fragmentado, un paisaje siempre en transformación. No tiene superficie porque no hay series de fotografías y son las series las que conservan la armonía. Este es un paisaje que pierde su integridad mediante el desafío a los principios del paisaje, como la fijación de la posición. Es un paisaje compuesto desde la posición del viajero o del peregrino, transportado sobre y alrededor. Es un paisaje escenificado, donde la instantánea es la unidad visual básica de la sentencia del viaje real, maleable, fugaz y desmotivada. No hay lugares en este libro, sólo paisajes compilados como crucigramas de instantáneas donde cada toma activa a la siguiente en un flujo. Un nexo de banalidades.

To rise before me—Rise, O ever rise,
Rise like a cloud of incense from the Earth!
Thou kingly Spirit throned among the hills,
Thou dread ambassador from Earth to Heaven,
Great Hierarch! tell thou the silent sky,
And tell the stars, and tell yon rising sun
Earth, with her thousand voices, praises God.

Hymn Before Sunrise
Samuel Taylor Coleridge

Selección de imágenes del libro Go Down, Moses. A book on South Sinai, Ahmad Hosni, 2009, libro no publicado.

  1. Henri Lefebvre definiría la práctica espacial como los «términos del uso del espacio, la interrelación de los órdenes y los paradigmas que gobiernan su significado». Ver: LEFEBVRE, HENRI: The Production Of Space, Blackwell Publishers, Oxford, 1991, pp. 16-18. ↩︎
  2. MITCHELL, W.J.T.: «The Panic of the Visual: Conversation with Edward Said», en EdwardSaid and the Work of the Critic, Paul A. Bove, Duke University Press, Durham, 2000,
    pp. 31-50. ↩︎
  3. Mitche ll, W.J.T.: Iconology: image, text, ideology, University Of Chicago Press, Chicago,1986. ↩︎
  4. El Sinaí se mencionó por primera vez en Éxodo 1:15. Otras nomenclaturas bíblicas utilizan Horeb y desierto de Sinai y se refieren al mismo lugar-suceso pero su uso denota una localidad específica hasta la fecha indocumentada. ↩︎
  5. HERMAN, DAVID, JAHN, MANFRED y RYAN, MARIE-LAURE (ed.): Routledge Encyclopedia of Narrative Theory, Routledge, Londres, 2005. ↩︎
  6. BROOKE, GEROGE J., NAJMAN, HINDY, STUCKENBRUCK, LOREN T. (ed.): «The Significance of Sinai: traditions about Sinai and divine revelations in Sinai in Judaism and Christianity». Themes in Biblical Narrative, Brill, Leiden, 2008, vol. 12. y Pomykala, Kennith E. (ed.): «Israel in the Wilderness: Interpretations of Biblical Narrative in Jewish and Christian Traditions», Themes in Biblical Narrative, Brill, Leiden, 2008, vol. 10. ↩︎
  7. JACKSON, J.B.: Landscapes: selected writing, University of Massachussets Press, Amherst, 1952, p. 143. ↩︎
  8. Oxford Latin Dictionary. ↩︎
  9. JACKSON, J.B.: Discovering the Vernacular Landscape, Yale University Press, New Haven,1984, p. 8. ↩︎
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