TRADUCCIÓN
Los príncipes de la jerga se publicó en Francia en septiembre de 1990. En este libro, demostré que la llegada de los gitanos a la Europa del siglo XV, un hecho que coincidió con la formación de una jerigonza o argot* específico de las clases peligrosas organizadas, no dejó de ejercer su influencia en ella. Señalé asimismo que este lenguaje secreto, voluntariamente celado, se había forjado primeramente con la ayuda de la lengua hablada por los gitanos, en lugar de ser una derivación, como se ha mantenido durante tanto tiempo, de los diferentes dialectos nacionales. Sin embargo, solo una veintena de palabras de esta jerga, de la que existen testimonios en Francia desde hace más de quinientos años, habían sido aceptadas como procedentes etimológicamente del romaní. Yo publiqué unas cien más, de las cuales, solo tres o cuatro, como máximo, podrían tener otro origen.
Nadie podía pasar por alto la importancia cualitativa de este descubrimiento. Solo el señor Marcel Cortiade creyó estar cumpliendo con su deber al publicar una nota en Études tsiganes (nº4, 1990) en la que mostraba ciertas reticencias extrañas. El señor Courthiade, quien no es un recién llegado a estos estudios, quiere hacernos creer que no entiende de lo que hablo. Lo que hace es dar mil rodeos, esquivando la cuestión, para concluir que «no se trata verdaderamente de una revelación […] Varios autores, y en especial Fréderick Max, al que se cita en alguna ocasión en el texto, ya establecieron esa relación, pero, según la autora, de una manera demasiado limitada». Al mismo tiempo insinúa que hasta podría ser todo falso: «También se dan falacias flagrantes, como la de la estabilidad de las jergas o incluso la de la filiación directa entre el romaní y el argot»1. Y finalmente encuentra completamente necesario afirmar con una firmeza parecida que todo ello ya había sido demostrado: «En realidad, los recientes trabajos de Peter Bakker han aportado una nueva luz, y de una manera rigurosa y fiable, a las relaciones entre el romaní, el caló, la jerga de los trashumantes, los elementos cíngaros de las jergas diversas y del argot en general». Un experto tan honrado como él podría aplaudir con igual entusiasmo cualquier investigación que pusiera de manifiesto que, en todo el dominio francófono, el tronco lingüístico común es, sin lugar a dudas, el francés. Pero ya antes de 1841, George Borrow había compilado «varios vocabularios de varios dialectos de la lengua de los gitanos, por él recogidos en diferentes países». ¿Se le podría reconocer hoy a Borrow el rigor y la fiabilidad que garantiza el uso del ordenador?
Y el señor Courthiade no es más natural cuando se trata de dar cuenta de los elementos del léxico. En la «lista de 130 términos de argot que se someten a estudio para comprobar su etimología romaní», él distingue tres tipos: «Aquellos cuya filiación se confirma […] aquellos en los que las hipótesis de la autora revelan algo nuevo e interesante […] aquellos que no son sino pura fantasía». El señor Courthiade evita decir cuáles o precisar qué porcentaje del total constituyen. Sabemos el número de filiaciones confirmadas (una veintena); estas son las más transparentes. Pero frente aquellas que ha tenido a bien juzgar interesantes o producto de la más elevada de las fantasías («la mayoría»), el señor Courthiade revela torpemente sus propias hipótesis, carentes de interés y de fantasía: dèche («miseria»/ «ruina» / «estar tieso o sin blanca») sería ni más ni menos que una abreviación de déchéance («deterioro» / «degradación») y crèche («pesebre» / «nacimiento» / «guardería») una metáfora de la casa. Esta falta de seriedad impregna la crítica del señor Courthiad con un tufo a desinformación específico para sus necesidades.
Y para terminar, el señor Courthiade expresa su más profunda decepción: «La ausencia de bibliografía es una de las lagunas de este estudio». Y esto sí que es molesto. Las fastidiosas bibliografías ofrecidas al final de las obras, a las que se suma el inevitable índice analítico, demuestra hoy, por sí sola, entre los académicos o entre quienes se las dan de tales, el «oficio» de un autor. Quienes ofrecen esas extensas bibliografías, por lo general, no se han leído los libros en ellas incluidos; y van dirigidas a quienes tampoco van a leerlos. Como mucho, demuestran que se han introducido en el ordenador unas cantidades ingentes de información: las bibliografías constituyen el aval obligado de toda investigación que quiera parecer seria. Ahora bien, en todas las obras que tratan el mismo tema y parten de las mismas fuentes, uno encuentra una y otra vez, mejor o peor parafraseada, la misma información, muchas veces con las mismas palabras, que reverberan hasta el infinito. Los hallazgos de los otros, solapadamente reconocidos, reaparecen como si fueran nuevos descubrimientos, sin comillas ni referencias, y no pocas veces sin que ello contribuya en modo alguno a un avance significativo en el conocimiento del tema. Pero el procedimiento permite ampliar, a un coste mínimo, el campo de esa información incontestada, sin arriesgarse a juzgar el valor cualitativo de los elementos que se mencionan, ni la pertinencia de su uso en la obra propia de su «inventor».
Mis fuentes, por el contrario, se citan con toda claridad y, por consiguiente, no puede darse ambigüedad alguna; incluso decidí estructurar el texto partiendo directamente de las citas originales, de tal modo que todo el mundo pueda acceder fácilmente a sus autores. Y conservaré esta forma en todos aquellos apartados en los que no haya aportado algún elemento particularmente nuevo, ya sea en el plano histórico o lingüístico. En cuanto al método empleado, quienes lo comprendan seguro que no irán a buscarlo en una bibliografía.
Los verdaderos predecesores de esta obra son Georges Guieysse y Marcel Schwob, cuyos descubrimientos definitivos e incontestables —de los procesos artificiales que entraña la formación de una germanía, por un lado, y, por el otro, de la jerga de los Coquillards— han terminado por ser aceptados, si bien demasiado tarde y con escasa elegancia. Los filólogos de su época ya veían con malos ojos una hipótesis que ellos no habían contemplado, o que no deseaban mantener. Basta con dar el ejemplo de la alusión apresurada y trivial que ofrece Lazare Sainéan en el prefacio de su libro L’Argot ancien (París, 1907): «Si prescindimos de los documentos relativos al argot, solo hay, en esta estéril abundancia, dos trabajos que merecen que el lingüista se detenga en ellos: Études de philologie comparée sur l’argot, de Fr. Michel (1856) y Étude sur l’argot français, de Marcel Schwob y Georges Guieysse (1889) […] La monografía de Marcel Schwob es especialmente valiosa por el espíritu que la anima. Completa la obra de Fr. Michel en más de un aspecto, en particular, su vertiente imaginativa al exponer como lo hace, con toda precisión, las reglas de los procesos artificiales que funcionan habitualmente en el argot moderno […] todas estas cualidades no deben ocultarnos la osadía de un análisis muchas veces aventurado y, sobre todo, el peligro que entraña proyectar en el pasado unas tendencias que caracterizan exclusivamente al argot moderno. A este ensayo (publicado en el séptimo volumen de Mémoires de la Societé de Linguistique), hay que añadir los dos artículos sobre la jerga de los Coquillards (publicados en ese mismo volumen), que son irreprochables como documentación y como método, pero que no dejan ser fragmentarios». En 1912, Sainéan dedicaba sus Sources de l’argot ancien «A la memoria de Francisque Michel y Marcel Schwob, iniciadores de los estudios del argot». La colaboración de Pierre Champion en este segundo volumen no le era, tal vez, desconocida. Esta obra, que reunía por primera vez cuatro siglos de literatura y documentación sobre el argot, sería en adelante ampliamente saqueada, como cabía esperar.
Otra particularidad de estos medios especializados es la facilidad con la que uno puede renegar de lo que ha dicho con antelación. En su Dictionnaire historique des argots français (Editorial Larousse, 1965), una obra notable en muchos aspectos, Gaston Esnault termina admitiendo, entre otras, la «etimología romaní» de misto, michto, después de haberla rechazado alto y claro en un artículo sobre los «Ciganismes en français et gallicismes cigains» [‘Gitanismos en la lengua francesa y galicismos en la gitana’] publicado en 1935 en el Journal of the Gypsy Lore Society: y en ninguno de los dos casos fue cuestionada su autoridad. Pese a ello, los beneficiarios de su legado no le dispensarán mejor trato. Entre todos los diccionarios del argot que se están reeditando, sigue agotado «claramente el más fiable, el de Gaston Esnault, al que viene a sustituir el Larousse de l’argot», anuncia cínicamente Denise François-Geisfer en la introducción de esta última obra (París, 1990). Reconocemos en estas palabras el tono de un Duby, solo superior a Marc Bloch por haber sido nombrado miembro del Collège de France, y eso cuando ser miembro ya era algo bastante común (cf. su prefacio a la reedición de Apologie pour l’Histoire en A. Colin, 19742)*
No tardamos en poder evaluar el efecto que tuvo Los príncipes de la jerga entre los ridículos académicos especialistas en argot. Llegados del campo de la lingüística estructuralista, en la vertiente de Guiraud, es evidente que desconocen tanto el «los bajos fondos» como el argot, y prefieren, así, centrarse en el argot más reciente que tienen a mano: el habla «enrollada/ de estar en la onda» de los estudiantes adolescentes y jóvenes (sus hijos, en general, a los que recurren para que les instruyan). Lo que a ellos les interesa, pues, es el polo opuesto del argot: la creatividad de la lengua popular. «El argot no es solo el instrumento pobre y miserable del pueblo y de los malhechores, es decir, del populacho, sino algo que es sabroso y revitalizante tanto en sus formas antiguas como en las actuales». De ahí a ponerse ellos mismos en el lugar de la lengua popular no había más que un paso, un paso que dio alegremente la CEPLAFE (Centre d’Étude du patrimoine linguistique des argots francophones et étrangers / Centro de Estudios del Patrimonio Lingüístico des los argots francófonos y extranjeros), en diciembre de 1990. Este centro se dio a conocer cuando, con el respaldo de algunos especialistas escogidos, se lanzó a la tarea de crear argot. La experiencia fue definitiva. Por ejemplo nos proporcionó un écrevisse (literalmente, «cangrejo de río»), como término de argot para écrivain («escritor»). Vemos aquí, a la inversa, el mismo método que esta misma gente utiliza cuando se enfrenta a una etimología que les resulta oscura: dèche («miseria»/ «ruina» / «estar tieso o sin blanca») como una abreviación de déchéance («deterioro» ), o bien épingler (literalmente, «prender con alfileres»), como metáfora de «pescar o pillar a alguien con las manos en la masa»). Este es el argot que habla un niño de siete años.
Yo parto del extremo opuesto. Y solo me ocupo de la lengua hablada por las clases peligrosas, aun cuando, por razones sociales evidentes, sobre todo en París, esta haya entrado en la lengua popular acicalada con las metáforas conocidas.
En la presente edición, se han añadido treinta nuevas palabras al léxico; pero sobre todo mi estudio resulta ampliado y confirmado por la observación de otros idiomas. Esta observación está limitada, por fuerza, a aquellos que conozco. Pero estas pruebas suplementarias deberían poner fin a toda discusión.
ABOULER: donner, mener, porter, apporter, venir: dar, llevar, transportar, venir1
«abouler de maquiller : venir de faire une chose» (Vidocq):
acabar de hacer algo (en Vidocq)2
avº: venir, arriver: venir, llegar
ABELAR, AVELAR, ABILLAR, ABILLELAR (caló/germanía): venir, acudir, llegar3
ABILLAR (Bar.): llevar consigo, tener dinero4.
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ADJAS (mettre les): s’enfuir, décamper; jouer du JAJA; JA!: Alertte!:
huir, retirarse, largarse, correr, salir corriendo, poner pies en polvorosa, ¡Cuidado!5
djaº, jaº: aller, s’en aller, disparaitre, voyager: ir, irse, desaparecer, viajar
CHALAR (caló): ir, andar, caminar; CHA!: márchate, vete; [CHALAO: loco]6
XALEM (Bar.): vámonos; XALAR, ATXALAR: ir, huir
JALAR (Am. lat.): irse, largarse
[CHALAR (SE) (germanía, argot español): trastornar, enamorarse perdidamente, perder el sentido]
chalar-se (cala.o): fugir; chala : absolvifao; chalado: idiota (a que se foi o juizo)
jaw (cant) : ir
shove off (argot americano): salir corriendo
sciancarsela (gerg. it.): fuggire, svignarsela
alcha (Rotw., 1490): gan (gehen)
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CHARRE, CHARRIER: feinte, exagération, mensonge; grossir les faits en parole, moquer quelqu’un7: finta, exageración, mentira /abultar los hechos al contarlos, burlarse/pitorrearse de alguien
scharº : vanter, louer, faire l’éloge, alabar, elogiar
CHARRAR (arg. esp.): parlotear, charlar, contar o referir un suceso con indiscreción8
CARNEAR (Chile/México): engañar9
[¿CHARRÁN/CHARRANADA/CHARRANERÍA? (germanía): desleal, mal amigo/ mala acción]10
carney (inglés pop.): adulación seductora (s. xix)
carny (argot americano.): feriantes, quinquis (quincallero ambulante)
cerretano, ciurmatore, ciarlatano (it., siglo xv.): falso mendicante, spacciatore di unguenti e medicine, cantimbanco, etc., cf. CHARLATAN [ charlatán, embaucador, vendedor ambulante]
chala a (calao): zombaria, escarnio
charl(e)y (argot americano) : un CHARLOT , un payaso
schaardoctor (Rotw.) : ein Baader
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C H ICAN ER (s. xv.): « Quand chicaner me feist Denise »: «Cuando Denise me acusó» (en el Testamento, cxxv, de F.Villon,); «revient constamment dans la bouche des gens traduits devant ce tribunal» (l’official) (P. Champion): «se repite constantemente en las declaraciones de las gentes que son conducidas ante este tribunal»11; (se) C HIQ U ER: se battre: pelearse (Chauffeurs d’Orgères)12.
tchingar : bagarre, tumulte, querelle, dispute: pelea, camorra, disputa
tchingar keraa: plaider, disputer, débattre: pleitear, litigar, debatir, discutir
tchingar dipe : plainte, accusation: denuncia, acusación
CHINGARAR (caló): disputar; CHINGA, CHIAGA: disputa; CHINGARIPEN: pelea; CHICARELAR : pelear, reñir; CHICARELARI: pelea
CHINGAR (germanía): molestar, importunar, estropear13
cagna (gerg . it.): lite, baruffa; cagnotto : avocato difensore (aféresis)
to chin (argot inglés): hablar, especialmente de forma locuaz, animada o discutidora (apócope)
shindig (argot americano e inglés.): pelea, tumulto
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JAFFE, JAFFER : nourriture cuisinée, manger, « du potage s’appeloit de la jaffe, a présent c’est de la menestre » (Arg. ref): alimento cocinado, comer, «a la sopa se la solía llamar jaffe, hoy la llaman menestre» (en Le jargón ou le langage de l’argot reformé) 14; (se) CALER: no poder seguir comiendo
Xavº : manger: comer; have: comeder (en Scaliger)15; (sanscrito Gala)
Xabé, Xaven: repas, nourriture: comida, alimento; Xalo, chalo: p.p;
khalari: bouchée, bocado
JAMAR (ger m., caló): comer16; JALAR, JALELAR, JALLIPEAR: id.; JACHIPEN, JALLIPEN: comida, alimento; JALLIPI, JALLIPIÑI, JALLIPON: apetito, sed, hambrona, tragona, hambrón, tragón
GAN Y PEA (Bar.): comer y beber
JAMBAR (Mex.): comer con voracidad, hartarse17
GABÍ, GAVÍ (germanía, arg. mil. esp.): rancho; [GABIOTA, ranchero]
cf. GAMELLE, GALTOUZE: escudilla y RAB, RABIOT: ración extra (servirse por segunda vez)
rafa, rata (cala.o): fome; cf. RATA, RATAT0UILLE
grub (cant, s.xvii.) : alimento, provisiones de alimento; to grub: comer
yaffle (cant, siglo xv.): comer; chafer: plato, fuente
galba, galma, gualma, galmeto… (fourb., gerg. it.): broda, minestra, riso
kahlen (Rotw.): abfressen; hebin, heppen; Suppe
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PALLOTS, PALOTS : paysans: campesinos (en Le jargón ou le langage de l’argot reformé)18; PALLOTE: paysanne : campesina (Vidocq)
paling (argot de los vendedores ambulantes de Tignes, Savoie): paysan : campesino
PAYO, PAYA (caló)19: para los gitanos, persona que no es de su raza;
PAILLÓ: hombre, individuo, jornalero
paljo, paljel (argot de los caldereros de los Alpes piamonteses): pueblo
pài, pazn (gerg. Ver.) : contadino
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SCION, SCIONNER: couteau, donner des coups de couteau : cuchillo, dar cuchilladas20
tschinº : couper, trancher, tailler : cortar, rebanar, tallar;
shindalo: couteau, poignard: cuchillo, puñal
tshinepen, shinimos : blessure au couteau : herida de arma blanca
CHINAR (caló): cortar, rajar; chinelar: segar21; CHINARELAR, CHINARÍ, herir, cortadura, corte
TOMADOR DE CHINO (germanía): ladrón que escamotea cortando la parte de prenda donde calcula que está el objeto del robo (le Barrio chino de Barcelone n’a ríen de chinois. C’est le quartier ou sévissaient les coupeurs de bourse: el Barrio Chino de Barcelona no tiene nada de chino. Es el barrio donde abundaban los carteristas o bolsistas);
[CHINAR, CHINADOR (germanía): cortar los bolsillos con el chino para robar, ladrón que corta la ropa para robar la cartera; CHINAZO: corte que se da en la cara con la punta de la navaja]22.
XI (Bar.): cuchillo
chivy duel (cant): duelo con cuchillos
shiv, chev, chive (argot inglés americano): cuchillo, navaja de afeitar
ciapull (gerg. Piem.): coltello; ciapullé: il taglio schinippo (gerg. it.) : coltello; schinopare : dar di schinippo
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Notas bibliográficas
N. del E.: Este artículo es el prefacio de la segunda edición de Los príncipes de la jerga publicado en noviembre de 1992 (traducción de Pilar Vázquez).