EDITORIAL
Contrario a la creciente tendencia que insiste en denunciar la complicidad de las imágenes con los modos de producción cultural y el poder poetizante del capital, nos interesa explorar el espacio crítico que ellas pueden configurar y llevar hasta el límite la ambivalencia de su fuerza. Si bien las imágenes han sido dispositivos eficaces para fijar unos modos de ver, al mismo tiempo, una parte importante de su trabajo consiste en crear nuevas relaciones, en enriquecer el movimiento de las formas y en articular otros modos de deseo. Las imágenes de la industria cultural nos permiten ver muy poco, saturan el espacio público e imaginal, organizan nuestras relaciones cotidianas y el ritmo en que estas se efectúan. De ahí que la pregunta sea cómo generar dislocaciones que impulsen movimientos diferenciadores. ¿Cómo activar su potencia crítica? La imaginación, a través de la fantasía, habilita variaciones metamórficas que expanden su posibilidad. El sentido de imagen aquí no se considera solo como estado elaborado —al modo de un retrato—, sino como aquello que viene al aparecer, produciendo sus condiciones formativas.
En este sentido, Concreta 25 se propone como un espacio de reflexión en torno a las imágenes en su capacidad para formar relaciones que puedan alterar nuestros regímenes de visibilidad. Nos interesa indagar en nuestras fuerzas imaginantes, nuestro potencial de resistencia poética y política para crear otras condiciones de posibilidad a la realidad actual, que se nos presenta de manera asfixiante. Marie-José Mondzain sostiene que las imágenes, sin ser gran cosa, pueden introducir un acontecimiento sísmico. Desde luego que pueden distraer, alinear e informar, pero también producir una percepción diferencial; organizar y abrir un campo que permita disputar lo sensible, desarrollar otra fantasmagoría, crear ficciones y formas de deseo que generen otros modos de agregación comunitaria.
El número abre con un texto de Mondzain, en el que elabora su comprensión de las imágenes como zona, como un espacio de lo que no tiene espacio, una reflexión que piensa el surgimiento de la forma a partir de lo amorfo. Emmanuel Alloa propone invertir los términos de lo que se considera una carencia de las imágenes cuando se las define por su falta de ser —una copia o una cosa en un estado inferior de realidad—, para proponer el ser de las imágenes como un ser menor, al borde de no-ser, y afirmar así su naturaleza intermedia. Catherine Malabou desarrolla el conflicto teórico entre Jean-François Lyotard y Jacques Rancière con relación al papel político del arte, entre desacuerdo y diferencia, para argumentar que hay una alteridad radical en la igualdad. Los sujetos, para ser iguales, no dejan de ser desiguales en su igualdad: la dimensión anárquica de la igualdad, que es también donde reside su ingobernabilidad. Por su parte, Rancière cuestiona la noción de resistencia como virtud inherente al arte, para introducir una reflexión sobre cómo opera el trabajo de la diferencia sensible que el arte puede instituir. A continuación, Alex Reynolds comparte un cúmulo de imágenes que operan por superposición y pérdida de centro, creado por los proyeccionistas de la cinemateca que frecuenta. Lúcia Prancha desarrolla una reflexión en torno a la desaceleración de las imágenes, donde desacelerar no alude a una imagen más lenta, sino a la creación de otro ritmo y estructuras duracionales. Duen Neka’hen Sacchi despliega Una sola escena: a partir de la materia de los sueños, reconfigura una memoria que no tiene imágenes, formando otra relación con los lazos afectivos del pasado. En la conversación con Laura Citarella reflexionamos en torno al poder de las ficciones, su dimensión generativa, la urgente necesidad de animar nuevas fábulas que desautoricen las ficciones dominantes y abran la posibilidad de otros lenguajes. Gracias a la colaboración con la editorial Caja Negra, contamos con la traducción de un capítulo del libro recién publicado de Hito Steyerl, Medium Hot: Images in the Age of Heat (Verso, 2025), dedicado a pensar la brecha digital entre imágenes pobres e imágenes de poder. Marie Bardet analiza la dimensión háptica de las imágenes, y se pregunta si existen gestos que estas instauran para seguir profundizando en la necesaria pérdida de la frontalidad. El diálogo con Ana García Varas atiende a la materialidad de las imágenes, así como a su agencia, las prácticas concretas que habilitan y las nuevas formas de contacto. Lucía C. Pino interviene con siete imágenes insertas aleatoriamente en los ejemplares, deslizando formas que interrogan su univocidad. Lucía Egaña Rojas nos interpela sobre cómo se construyen y preservan institucionalmente nuestros regímenes de visibilidad, así como sobre la fuerza patrimonial de nuestra imaginación: propone discapacitar la condición habilitada que se ha otorgado a ciertas imágenes para normalizar relatos y posiciones. Rosângela Rennó analiza, a través de las imágenes, el vínculo entre las lápidas y las cosas vivas, removiendo narrativas que borran los lazos entre la riqueza de Europa Occidental y los procesos de colonización en las Américas. Por último, el número cierra con la contribución de la convocatoria abierta, en la que Jefferson García analiza el potencial artístico del videojuego.
Desde aproximaciones diversas, este número busca pensar otros lugares para las imágenes y para la potencia del trabajo sensible, pero no lo hace en clave de exigencia, como si faltara conciencia empírica, sino desde una invitación colectiva que hace vibrar en otros sentidos los afectos de la materia, para crear modos de existencia en los que la vida, en la riqueza de su multiplicidad, siga siendo posible.