EDITORIAL
Los museos de antropología, de civilizaciones, de culturas del mundo o artes primeras en Europa y Estados Unidos están en crisis. Esto no es una novedad en la mayoría de los casos. En un primer momento, durante el período de entreguerras, tuvieron que legitimarse como instituciones diferenciadas frente a otros museos de ciencias naturales o historia. Más tarde, a partir de 1960, se vieron obligados a abandonar el discurso ahistórico e introducir dinámicas culturales en sus museografías, con un éxito relativo. En la actualidad, muchos de ellos han entrado en la era del reconocimiento, valorando el genio creativo de las personas cuya acción poiética dio lugar a los objetos y reproduciendo en sus salas una museografía esteticista. Los objetos de cultura material se han convertido en obras de arte y están tan muertos como aquellos a los que hacían referencia Alain Resnais y Chris Marker en su famoso documental de 1953 Las estatuas también mueren. Pero la crisis actual de los museos no se debe tanto a sus museografías como al origen del patrimonio que custodian. Un patrimonio constituido por saberes, archivos —documentales, fotográficos, iconográficos, etc.— y objetos recolectados durante el período colonial. Un período de violencia, legitimada institucionalmente, que contó con la connivencia de la ciencia.
La historia de los museos de antropología justifica sobradamente que hayamos decidido dedicar este número de la revista Concreta a reflexionar sobre la cuestión de la reparación y restitución del patrimonio africano en el contexto poscolonial. Un asunto que parece haberse circunscrito al retorno del patrimonio material, dígase objetos recogidos o expoliados durante el período colonial o extraídos de forma ilícita de los países africanos después de su independencia. Desde nuestro punto de vista, frente al discurso hegemónico que se desprende del «Rapport sur la restitution du patrimoine culturel africain. Vers une nouvelle éthique relationnelle», elaborado por Felwine Sarr y Bénédicte Savoy a raiz de un encargo del presidente francés Emmanuel Macron, no podemos olvidarnos de la importancia de la dimensión inmaterial de la restitución fuera de los muros de los museos. Un hecho sobre el que han llamado la atención algunas colaboradoras y colaboradores en este número: Catarina Simão, Françoise Vergès o Massamba Lba Guèye. Porque cuando hablamos de decolonización del patrimonio y restitución, estamos apelando a esa inmaterialidad; al legado colonial, a conversaciones y reflexiones difíciles, a la culpa y las frustraciones colectivas. Entendemos la decolonización como un diálogo abierto y verdadero con todos los agentes y miembros de las comunidades. Pero este es un debate complejo e incómodo, con múltiples aristas que se complejizan con las particularidades de cada territorio. Y en función de la perspectiva territorial del debate, el vínculo entre lo simbólico y lo material difiere. Como lo pone de manifiesto el caso de Mozambique y Portugal o España y Guinea Ecuatorial, las fases en que se encuentran los diferentes países e intuiciones implicadas varían.
Con este escenario como punto de partida, nuestro propósito es mostrar la complejidad de una problemática tal y como presentan los proyectos de Kader Attia, Sammy Baloji, Yinka Esi Graves y Miguel Ángel Rosales, Javier Fernández Vázquez y Grada Kilomba que publicamos en este número de Concreta. Un debate que —como podrá comprobar el lector— no es nuevo, sino que se remonta al momento en que se produjo la independencia en masa de los países africanos.
Por otro lado, nuestra intención es que este volumen se convierta en un manifiesto que permita poner sobre la mesa en el estado español preguntas que se están debatiendo en el resto de Europa y en África. ¿Qué hacer con el patrimonio colonial que nutre nuestros museos? ¿Cómo restituir un pasado mal conocido y mal contado? ¿Cómo reparar el daño causado, en caso de que pueda serlo? ¿Cuál es el futuro de los museos de antropología y de los museos de civilizaciones? Estas preguntas no pueden responderse sin atender —tal y como hace Iván de la Nuez— a la relación que tienen los museos con algunos edificios y barrios de nuestras ciudades: ambos expresan a su manera regímenes de poder. Los museos nos hablan de violencia, ausencia y acumulación sobre la base de una lógica imperialista y extractivista. Por su parte, algunos edificios y barrios de ciudades como Barcelona expresan esa violencia por el origen de los capitales que financiaron su construcción. En este caso, podríamos aplicar la conocida expresión «cuando los árboles no te dejan ver el bosque». Si bien es cierto que necesitamos pensar en las estatuas que conmemoran a quienes hicieron funcionar la máquina que alimentó con mano de obra esclava las antiguas colonias en América siendo un buen ejemplo la estatua de Antonio López en Barcelona, retirada en 2018—, no podemos dejarnos llevar y reducir el problema a estas formas de memorialización. Del mismo modo que las fotografías tomadas por rusos y estadounidenses en los campos de concentración alemanes, de cuerpos famélicos y montones de cadáveres, ocluyeron la realidad de la perfecta división del trabajo al servicio de la muerte en los campos de concentración nazi1, las estatuas no deben hacernos perder de vista que son los lugares la verdadera encarnación de la explotación colonial.
En definitiva, hablar de restitución y reparación debe servir para abrir un espacio de cambio en los modos de concebir el mundo. Por esta razón, se deberían de situar en el campo de las futuridades, porque es el lugar donde confluyen pasado, presente y futuro. Esta gramática de la futuridad abre un tiempo de posibilidades que permite interpretar el porvenir, como aquello que todavía no ha sucedido, pero debe.
Notas bibliográficas
- FERRER, ANACLETO y SÁNCHEZ BIOSCA, VICENTE: El infierno de los perpetradores. Imágenes, relatos y conceptos, Edicions Bellaterra, Barcelona, 2019. ↩︎