logo Concreta

Suscríbete a nuestra newsletter para estar al tanto de todo lo bueno que sucede en el mundo de Concreta

CONTEXTO
Mutua crianza, Eduardo Molinari/Archivo Caminante

El Archivo Caminante despliega investigación de campo en archivos a través de herramientas artísticas que permitan liberar narrativas oscurecidas. En este caso se adentra en las terribles consecuencias de los cultivos de soja transgénica en Argentina.
Eduardo Molinari/Archivo Caminante, Liebre fugaz, tinta y collage sobre papel, 2008.
Doctoranda en Estudios artísticos, literarios y de la cultura por la…

CONTEXTO

No me doblegaré y cabalgaré el corcel negro de la enfermedad hasta atravesar la noche. Escuche, doctor. Yo sé muy bien qué me pasa. Y sé que, en el fondo, soy el propio culpable de mi sufrimiento. No encajo en este mundo. No quiero encajar en este mundo1.

El Archivo Caminante despliega investigación de campo en archivos a través de herramientas artísticas que permitan liberar narrativas oscurecidas. En este caso se adentra en las terribles consecuencias de los cultivos de soja transgénica en Argentina.

Solo quien recorra el sendero del desarrollo interior del alma aprende poco a poco a asir aquellas huidizas imágenes que se escurren silenciosas y que informan de las transformaciones que ocurren en el interior de la organización física. A estas fugaces imaginaciones con las que el neófito, el discípulo del maestro alquimista, sueña el proceso de su propia organización corporal, se las llamó en el medioevo la liebre fugaz2.

Saliendo del anteúltimo vagón de una formación de la línea «B» de los subterráneos de la ciudad de Buenos Aires, la escalera que da a la calle en la estación Medrano me parece muy lejana. Lentamente y con dificultad me aproximo hacia ella. Creía que aún era de noche pero desde abajo alcanzo a darme cuenta que ha salido el sol. Estoy agitado, debo esperar antes de comenzar a subir. Llego a la vereda con el ritmo cardíaco acelerado y casi sin aire. Mi rostro reflejado en el acrílico de una publicidad, me muestra, fugazmente, como John Blaylock, el personaje encarnado por David Bowie en el film El ansia. Me asusta pensar que estoy volviéndome viejo demasiado rápido. Esta agitación y susto se repiten los días siguientes. Decido consultar a un doctor.

Pensar las relaciones entre ciencia, naturaleza y arte, reflexionar —desde nuestras potencias sensibles— sobre los vínculos contemporáneos entre los humanos y la tierra, resulta un intenso desafío al interior de un proceso en el que las palabras (y las imágenes) cobran nuevas significaciones y resonancias, a partir de la expansión de conciencia que provoca una enfermedad molecular. Las moléculas, como las semillas, son unidades mínimas que alojan y expresan la pura vida.

La «liebre fugaz» que torna visibles nuestras imaginaciones, sueños y deseos (que es casi lo mismo que decir nuestra memoria e historia), también nuestras inciertas e imprevisibles mutaciones, circula y salta en los territorios moleculares. La sigo y disfruto con la intuición de que dejándome guiar por sus saltos estaré más cerca de crear nuevos lazos y vínculos con los otros, seres humanos y entes no humanos, con la naturaleza. Disfruto imaginando una liebre fugaz colectiva, cuyos saltos hilvanan la trama de gestos y acciones que tejemos junto a otros, venciendo al miedo que el fascismo posmoderno nos inocula cotidianamente, recortándonos como siluetas con la pretensión de controlar hasta los niveles microscópicos de nuestra vida. Allí justamente, en el centro de los territorios moleculares de nuestro aparato físico pero también espiritual, se encuentra el teatro de operaciones de una de las principales batallas que hoy libra el capitalismo extractivista, biotecnológico, financiero y semiótico.

El guion molecular de mercado. La molécula de la vida, ADN (Ácido Desoxirribonucleico) presenta una estructura helicoidal en doble hélice. En una metáfora poética su imagen ampliada transmite la potente sensación de una escalera al cielo […] La maquinaria de ingeniería genética, corta el ADN con «tijeras biológicas» y desnaturaliza la doble hélice para poder abrir el código y descifrarlo. Solo se explica el 2% […] lo restante es ADN «basura». En unos crípticos procedimientos de laboratorio la escalera al cielo se ha convertido en una sucesión de líneas comparables entre sí, sobre una superficie plana… ¿cómo describir a qué se parece? Sí… sí… es como un código de barras, como el del supermercado… la vida se patenta3.

No hay texto sin contexto, por lo tanto compartiré reflexiones e inquietudes, también algunas visiones, provenientes de mi realidad en Buenos Aires, Argentina, buscando sus resonancias glocales.

Bajo la hegemonía del capital es un milagro que no estemos pagando por el aire, o que no haya un impuesto sobre él al menos. Sin embargo, pronto tendremos que pagar por nuestros genes, porque ningún recurso biológico por encima del nivel molecular se mantendrá en el dominio público4.

La trágica paradoja del monocultivo es la de habernos sometido a una intoxicación permanente a través de un sistema productivo que se desarrolla sobre un medio aséptico y desinfectado5.

Entre diciembre de 2016 y febrero de 2017, como parte de mi práctica de investigación con herramientas artísticas, he realizado dos recorridos por el interior de la Argentina. Argentina es un territorio organizado a partir de un modelo agroexportador desde sus inicios como colonia española (siglos XVI-XIX) hasta su independencia (1816). Transformado luego de un período de guerras civiles que enfrentaron modelos unitario y federal de organización política (1820-1853) y más drásticamente luego de la «Conquista del Desierto» (campaña militar de exterminio de las comunidades originarias, entre 1878 y 1885, genocidio fundante de la configuración espacial argentina tal como hoy la conocemos) en una factoría del Imperio Británico. El siglo XX lo encontrará atravesado por cruentas luchas sociales y culturales para afirmar su soberanía política y económica. Luchas que incluyen períodos de intensa violencia entre los propios argentinos, hasta afianzar (más tarde que temprano) un sistema democrático de gobierno, respeto por los derechos humanos y los derechos laborales. No existen, paradójicamente, en un país caracterizado por la extensión de su geografía y su rica biodiversidad, tradiciones de lucha socioambiental ni partidos verdes. Solamente en las décadas más recientes, a partir de la implantación en los años noventa de un modelo agresivamente extractivista y la consolidación de la agricultura industrial y la megaminería, han surgido en todo el país movimientos socioambientales en defensa de las poblaciones afectadas por el desmonte, las fumigaciones y las contaminaciones, pero también en defensa de la biodiversidad, la tierra y el agua.

Al interior del denominado proceso de «sojización» de la Argentina (debido a la centralidad del monocultivo de soja transgénica) han ocurrido intensas transformaciones en las relaciones entre ciudad y campo, mundo urbano y rural, entre cultura y naturaleza. No sin cierta ironía (referida a las sorpresas que nos propone en ocasiones el lenguaje) es el pensamiento del geógrafo norteamericano Edward W. Soja el que guía mis reflexiones: no hay ni habrá justicia social sin justicia espacial y justicia ambiental. El concepto de «justicia espacial» guarda especial relación con las nociones de democracia y derechos humanos. Para Soja «la condición urbana ha extendido su influencia a todas las áreas: rural, suburbana, metropolitana, exurbana, incluso áreas vírgenes, parques, desierto, tundra y bosque tropical»6

El campo argentino está teñido de urbanidad por nuevas tecnologías pero también por un urbanismo salvaje, excluyente, clasista. A su vez, las periferias urbanas se han visto invadidas por «refugiados ambientales», desplazados por la fumigación y el desmonte pero también por la falta de trabajo que impone el nuevo modelo de «agricultura sin agricultores». Nuevas subjetividades se configuran en ambos mundos, en las que la dimensión de lo sensible respecto de la naturaleza se manifiesta de modos bien diferentes. Las semilleras multinacionales hacen visibles con orgullo en sus campañas publicitarias, a los nuevos habitantes del mundo rural: los hipsters rurales, de la soja o del maíz. Por su parte, en las villas miseria urbanas los refugiados ambientales mutan prontamente y en un contexto de desempleo y pobreza, se convierten (para el imaginario dominante) en agentes miembros potenciales o efectivos de los ejércitos narcos o de bandas delictivas. En el nuevo imaginario urbano los primeros mutantes son los niños y los jóvenes, compitiendo con los extranjeros indocumentados a la hora de ser encarcelados.

Uno de los momentos de máxima tensión entre el mundo urbano (grandes ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Rosario y también otras de menor escala como Salta,Tucumán, Santiago del Estero, Formosa, Misiones, todas ligadas a la expansión de la frontera agrícola transgénica) y el mundo rural fue el denominado «conflicto del campo» ocurrido en 2008. Dicho conflicto entre el gobierno Kirchnerista de entonces y las patronales del agronegocio surgió de un intento del primero por aumentar las retenciones a las exportaciones cerealeras. Esto generó una violenta reacción de dichas patronales que incluyó corte de carreteras nacionales y accesos a los puertos, desabastecimiento, quema de campos y alimentos arrojados a las rutas. También una aceleración virulenta en la lucha política y social expresada en las narrativas e imaginarios en disputa y en la mutua estigmatización. Dicha violencia profundizó tajantemente una separación clasista y racista en la sociedad. El accionar sistemático de los medios hegemónicos y concentrados de comunicación, especialmente a partir de una labor cuasitoponímica, dio origen a «la grieta». Esta suerte de «accidente geográfico» (con profundos antecedentes históricos) permite visibilizar la magnitud de la división social generada por la nueva estructura económica del país y de la región. La grieta hizo visibles a los grandes actores del agronegocio y simultáneamente permitió a la sociedad conocer más de cerca las consecuencias sociales, laborales, sanitarias, ambientales y culturales de dicho modelo.

También, desde las fuerzas políticas que dicen promover la justicia social, permitió ver la dificultad de salirse del extractivismo como fundamento del modelo económico redistributivo.

Como habitante de Buenos Aires, como artista visual, tomé consciencia de la absoluta ignorancia que tenía respecto de este fenómeno que abarcaba en aquel momento más de veinte millones de hectáreas del territorio nacional y que integraba al país a la ficticia, pero cruelmente real, «República Unida de la Soja»7. Una realidad casi sin representaciones visuales para el ciudadano común de las grandes ciudades. Una pregunta que anuda las relaciones entre arte, naturaleza y ciencia comenzó a dar vueltas en mi cabeza: ¿la creación de dicha «república» fue la causa o la consecuencia de la consolidación de ciertos y determinados requisitos culturales, filosóficos, estéticos? ¿Cuál es el régimen de sensibilidad que habilita su existencia opaca? Sin duda, han existido condiciones previas. La cultura que el neoliberalismo impuso durante los años noventa en Argentina es imposible de escindir del terrorismo de Estado de la última dictadura cívico-militar (1976-1983). La violencia fumigadora tiene una profunda conexión cultural con la violencia genocida. Coinciden en su afán exterminador de toda «plaga y maleza». El monocultivo, como el autoritarismo, crean monocultura. El monocultivo transforma todas las relaciones entre los seres vivientes en una cuestión de números, metros, toneladas, litros, kilos y por encima de todo, dólares.

Mi primer recorrido fue en Tartagal, provincia de Salta, uno de los territorios más afectados por el desmonte para ganar tierras para los cultivos transgénicos o para el ganado desplazado de otras regiones por el mismo motivo. Tartagal, cercano a la frontera con Bolivia, es el lugar de Argentina que posee la mayor concentración de comunidades originarias distintas del país. Sin embargo, el racismo y la violencia signan una relación en la que los saberes ancestrales alojados en dicha riqueza multicultural no significan casi nada para el Estado y las corporaciones. Las comunidades son encajonadas a los costados de la Ruta nacional 86 y obligadas a un permanente desplazamiento a través del desmonte y la fumigación, actividades promovidas por personas que reclaman la propiedad de sus tierras ancestrales.


En mi segundo recorrido, al oeste de la provincia de Santa Fe, en los denominados «pueblos fumigados» (Las Petacas, San Jorge, María Juana, Sastre) pude verificar (no sin asombro e indignación) que los productores rurales propietarios de enormes extensiones de hectáreas de producción sojera son incapaces de respetar las leyes que prohíben las fumigaciones terrestes y aéreas. Incapaces de retroceder 800 o 1.500 metros. El empobrecimiento contundente de su sensibilidad no ya hacia los seres inermes no humanos, sino también respecto de las poblaciones humanas con las cuáles tienen —la mayoría de las veces— vínculos directos y concretos, es una clara respuesta a mis preguntas antes formuladas. La maquinaria (una suerte de drone transgénico, aparato que se presenta ciego y/o dirigido remotamente) no se detiene. La lucha por los territorios es metro a metro. Argentina es el tercer exportador mundial de porotos de soja (8 millones de toneladas en la campaña 2014-2015) y el primer exportador mundial de aceite y harina de soja (4,5 millones de toneladas y 27,4 millones de toneladas respectivamente en la misma campaña). El negocio de los venenos, denominados cínicamente «fitosanitarios» cerró en 2014 con una facturación de 2.951 millones de dólares. Sin embargo la CASAFE (Cámara Argentina de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, con miembros multinacionales como Monsanto, DuPont, BASF, Bayet, etc.) no brinda datos desde 2012 sobre sus volúmenes de venta ni sus cifras anuales de facturación. La tarea de los centros de acopio de bidones ya utilizados (que solamente arrojan datos de un 33,6% de la cantidad de envases que se vuelcan al mercado), calcula que anualmente se utilizan 13,2 millones de unidades de 20 litros cada una, lo que da un total de 260 millones de litros de agroquímicos que llueven sobre tierras argentinas. El número completo se estima entre 300 y 400 millones.

Un manto tóxico cubre seres humanos y entes no humanos inermes. Cubre escuelas, cementerios, hoteles, canales de televisión, radios y diarios, hospitales, universidades y edificios del poder judicial. Cubre los edificios de gobierno municipales, provinciales y nacionales. En este contexto, que el Dr. Andrés Carrasco [10] definió como «un experimento ecotoxicológico», me pregunto acerca del tipo de relaciones con la naturaleza que se les enseña y desarrollan los «niños de la soja». ¿Qué significaciones tendrá para estos niños la presencia de un árbol, una gallina o un arroyo? […] el inerme es quien no tiene armas, y por lo tanto, no puede ofender, matar, herir. En el uso de la lengua común, más que esta incapacidad de ofensa, el término tiende a indicar sobre todo a quién, atacado por otro con las armas, no tiene armas para defenderse […] sufre una violencia a la que no puede escapar ni responder.

Un manto tóxico cubre nuestra democracia y la transforma en «Sojacracia».

Sojacracia, la alegría y el entusiasmo

Hay una revolución de alegría en el país. Ayer sentimos que rompimos algo y nos animamos a encarar la construcción de un nuevo país.

Todos sabemos que la educación no es lo que necesitamos que sea. Además de los problemas de presupuesto y demás, hay también problemas de eficacia. ¿Cómo hacemos para que la educación sirva para el mundo de hoy, para que les de algo a los chicos con lo que volverse personas productivas, capaces y felices? […] Hay un valor que me parece negativo, y es el del pensamiento crítico. Los docentes gustan decir que quieren que sus alumnos desarrollen pensamiento crítico, como si lo más importante fuera estar atentos a las trampas de la sociedad, como si frente a la realidad, lo más importante fuera criticarla, señalar sus defectos […] Lo que propongo a cambio, que me parece mejor y más valioso es que los docentes asuman el desafío de desarrollar el entusiasmo de sus alumnos, no el pensamiento crítico, el entusiasmo, las ganas de hacer, el interés por algo, su capacidad de avanzar y de crecer […] Las ganas de vivir son más importantes que el pensamiento crítico y la objetividad. Hay que entrenarse en este poder dormido que aplastamos con el hábito de la queja, del descontento y de la insatisfacción8.

En la Sojacracia reina la alegría y el entusiasmo. El pensamiento crítico es un valor negativo. Las tierras son propiedad de las oligarquías y la justicia y las fuerzas de seguridad están al servicio de las oligarquías. Los medios de comunicación son de las oligarquías o defienden sus intereses. En la Sojacracia hay presos políticos y se criminaliza la protesta. La organización territorial es el resultado de acuerdos entre las multinacionales extractivistas, las fuerzas estatales incluida la justicia y el narcotráfico. Todos los recursos naturales, incluido el nivel molecular de la vida pueden patentarse y privatizarse. En la Sojacracia hay una continuidad genocida entre la aniquilación colonialista, el terrorismo de Estado desplegado por las dictaduras cívico-militares y la agresividad planetaria contra los inermes del fascismo posmoderno. Las mujeres embarazadas, los niños por nacer y los infantes son las primeras víctimas de la fumigación. En la Sojacracia a nadie le importan las vidas de los campesinos ni de las comunidades originarias. Tampoco la alimentación ni el hambre de la humanidad. Allí se configura una nueva subjetividad de «ganadores»: los hipsters rurales, de la soja y del maíz. En la Sojacracia los derechos humanos, los derechos laborales, los derechos de los niños y los ancianos, se parecen mucho a las plagas y malezas a las que hay que aniquilar para que el negocio prospere. La Sojacracia es resultado de la opresión y la codicia ilimitada. También del antropocentrismo y de un régimen de sensibilidad carente de potencias para imaginar nuevos mundos posibles más allá del dinero. A nadie le interesan las vidas de plantas y animales, ni el agua ni la tierra ni el aire. Sin embargo, en la Sojacracia, cada vez hay más semillas y moléculas de insumisión, liberación y emancipación.

Volvamos un paso atrás, sobre la alegría y el entusiasmo, para ir para adelante. Ambas nociones son utilizadas por el fascismo posmo- derno actualmente gobernante en Argentina, herramientas para la administración y gobierno de las fuerzas productivas y para legitimar el orden. Las micropolíticas neoliberales que operan sobre los hábitos y los afectos alcanzarían una especial eficacia «asegurando así que todo movimiento del deseo permanezca enlazado a la aceptación de la realidad». El poder terapéutico promueve el entusiasmo por vivir la vida tal cual es, de modo que nos lleva a dejar de lado otros mundos posibles. Al interior de la monocultura, la alegría y el entusiasmo macristas son una nueva y más sofisticada cucharada de la sopa de las «tecnologías de la amistad», noción paradójicamente espejada en las foucaultianas «tecnologías de control», que permitió conceptualizar, desde las artes visuales, el régimen de sensibilidad hegemónico desde finales de los años noventa en Argentina: un hedonismo ligado estrechamente al poder de turno. Sztulwark por su parte, se refiere a las propuestas del filósofo del PRO (Propuesta Republicana) citado como «una cultura de poder fundada en el hedonismo, en la ecuación sin trascendencia ni comunidad, en “más poder = más placer”»9.

Luego de la Sojacracia redistributiva, la Sojacracia entusiasta impulsa un sumiso rechazo a la imaginación geopolítica. Rumbo a la mutua crianza, no debemos confundirnos: la «dimensión geopolítica» a la que hacemos referencia no es una mera geografía. Parafraseando a Suely Rolnik, no se trata únicamente de categorías espaciales y temporales de una «cartografía del objeto-mundo conocido». Se trata más bien de habitar una inconfortable dimensión: el pliegue que media entre la experiencia del mundo mapeado-mapeable y aquel «mundo larvario» que no tiene imágenes ni palabras. Aquel que vive en nuestros cuerpos bajo el modo de «afectos y perceptos» cuando son afectados por las fuerzas que agitan el mundo cartografiado como un cuerpo vivo.

Pararchivismo y Mutua Crianza

El Archivo Caminante produce imágenes y narrativas que no intentan representar a nadie. Transporta recuerdos-potencia, memorias que alojan lo vivo o susceptible de vivir. Procura estar presente junto a otros y realizar ejercicios de imaginación colectiva. Durante la colaboración aún en curso con Sandra de la Loza, artista de la ciudad de Los Ángeles, hemos nominado esta labor como «para-archivismo o brujería archivista»: andar los territorios (a veces abrumados por su escala y complejidad) desplegando una investigación de campo y en archivos a través de métodos y herramientas artísticas que permitan liberar narrativas oscurecidas y fantasmas ocultos en los documentos. Que permitan explorar las formas en las que el detritus material de nuestro pasado y nuestro presente pueda provocar nuevas visiones y formas de saber y ser.

En esta dirección, las culturas originarias perviventes en el norte argentino nos extienden una mano y nos brindan una noción de central importancia a la hora de configurar nuestra relación con la naturaleza: la mutua crianza. Una conversación entre seres humanos y entes no humanos que cultiva una reciprocidad. Para que haya mutuo crecimiento y abundancia «a nadie se le excluye, todos tienen que estar presentes en esta fiesta de la vida, la tierra (Pachamama), las montañas, el sol, la luna, las estrellas, las piedras, el agua, las plantas, los animales y las deidades»10.

Los mundos larvarios, aún por venir, resuenan en dicha conversación. El año pasado, durante una presentación pública del Archivo Caminante, compartí esta cita. Casi como una reacción inmediata, alguien en la audiencia puso en duda la dimensión política de esta afirmación y la eficacia política de estos imaginarios que incluyen lo sagrado como parte de su vínculo con las vidas no humanas. Sobrevolaba la sala una aparente incapacidad para producir nuevos dogmas y doctrinas políticas o nuevos descubrimientos científicos. En el «antropoceno» aún reina el antropocentrismo, y estamos atravesados por las consecuencias de su reinado.

Se abre ante mi mirada una visión. La liebre fugaz de la pura vida vuelve a corretear con velocidad. Sus fugaces imaginaciones me (nos) invitan a seguirla y escucharla. Antes que desaparezca, veo su rostro moviendo los labios que dice: «Las semillas se conservan compartiéndolas»11.

Notas bibliográficas

  1. LÓPEZ PETIT, SANTIAGO: Los hijos de la noche, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 2014 ↩︎
  2. JOHANNES STEIN, WALTER: La muerte de Merlín, Columba Ediciones, Santiago, 1984. ↩︎
  3. ArGENtina de Ana Bróccoli en MOLINARI, EDUARDO: B.O.G.S.A.T., La responsabilidad, Edición Bergen Assembly / Archivo Caminante, Monday begins on Saturday, Bergen, 2013. ↩︎
  4. CRITICAL ART ENSEMBLE, The molecular invasion, Autonomedia, Nueva York, 2002. ↩︎
  5. BADAL PIJUAN, MARC: Mundo clausurado. Monocultivo y artificialización, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2016. ↩︎
  6. SOJA, EDWARD W.: En busca de la justicia espacial, Tirant Humanidades, Valencia, 2014. ↩︎
  7.  Dicha «república» fue una creación de la compañía multinacional con base en Suiza Syngenta para su campaña publicitaria en 2003. Comprende parte de Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil y Bolivia y se encuentra en constante expansión, en línea en: https://www.grain.org/es/article/entries/4739-la-republica-unida-de-la-soja-recargada. [Última consulta realizada el 5 de marzo de 2017]. ↩︎
  8. Alejandro Rozitchner, filósofo cercano a la alianza Cambiemos liderada por el actual Presidente argentino Mauricio Macri, en línea en http://www.lanacion.com.ar/1968830- alejandro-rozitchner-el-pensamiento-critico-es-un-valor-negativo. [Última consulta realizada el 5 de marzo de 2017]. ↩︎
  9. ZTULWARK, DIEGO: El materialismo amputado, Lobo Suelto, 28 de febrero de 2017, en línea en: http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2017/02/el-materialismo-amputado-diego- sztulwark_27.html. [Última consulta realizada el 5 de marzo de 2017]. ↩︎
  10. VILCA, MARIO: La crianza mutua en las comunidades Aymaras. Asociación Chuyma de Apoyo Rural + PRATEC (Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas), Lima, 1998. ↩︎
  11. Lucho Lemos, agricultor agroecológico, coordinador del Banco de Semillas Ñanderoga, Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina, citado en MEITIN, ALEJANDRO:«El Rol del Arte y la integración de lo económico, lo político y lo social», Soberanía Alimentaria Dos Puntos, El Levante, Rosario, 2012, en línea en: http://www.osala-agroecologia.org/IMG/pdf/ Publicacion_EL_Levante.pdf. [Última consulta realizada el 5 de marzo de 2017]. ↩︎
Relacionados