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CONTEXTO
Del común al endeudamiento: La financiarización, el microcrédito y la arquitectura cambiante de la acumulación de capital, Silvia Federici

La autora analiza la lógica perversa de la deuda en la economía neoliberal como un nuevo sistema de colonización y control que destruye la solidaridad social.
Mujeres Creando, La Paz, Bolivia. Acción en las calles que pretendía demostrar cómo muchas mujeres firman los contratos de endeudamiento de microcrédito con los bancos con la simple huella pues en muchos casos no saben leer ni escribir.
(Parma, 1942) Escritora, activista y profesora en la Hofstra University…

CONTEXTO

Como David Graeber con tanto ahínco nos recuerda, el endeudamiento ocupa un lugar central en la historia de la humanidad y de la lucha de clases. Ya en el siglo sexto antes de Cristo las revueltas de deudores eran frecuentes en la antigua Atenas, forzando cancelaciones de deuda y prohibiciones contra la esclavitud por endeudamiento1. En Roma, en el año 63 a. de C., Catilina, jefe de los populares (la sección del Senado que se ocupaba de los problemas de las plebes urbanas), capitaneó un ejército de deudores contra los patricios2. En la época moderna, la deuda pública se ha convertido en «una de las palancas más efectivas de la acumulación originaria», como señala Karl Marx en su capítulo «La génesis del capitalista industrial»3. En 1786 la rebelión de Shays, que tuvo lugar en el oeste de Massachusetts tres años después de la finalización de la Guerra de la Independencia, apuntó a los cobradores de deudas4. Cien años después, el Populist Party expresó la rabia sentida por los granjeros al ver cómo los banqueros requisaban sus explotaciones por la imposibilidad de satisfacer sus deudas5. También las penny auctions (subastas al centavo o microsubastas) que se extendieron desde Wisconsin por gran parte del Medio Oeste durante la Gran Depresión, fueron respuestas a la amenaza de la deuda y las ejecuciones hipotecarias. En suma: como medio de explotación y esclavitud, la deuda ha sido, a lo largo de los tiempos, un instrumento de dominación de clase. Dicho esto, sería un error entenderla como una suerte de «universal político». Como las sociedades de clase en las que prosperó, la propia deuda ha estado sujeta a importantes transformaciones.

La autora analiza la lógica perversa de la deuda en la economía neoliberal como un nuevo sistema de colonización y control que destruye la solidaridad social.

Lo que resulta particularmente cierto en la situación actual que, con el giro neoliberal en el desarrollo capitalista, ha presenciado el nacimiento de una nueva «economía del endeudamiento», economía que está alterando no solo la arquitectura de acumulación capitalista, sino la forma de la relación de clase y hasta el endeudamiento mismo6. La deuda se ha vuelto omnipresente y afecta a millones de personas por todo el mundo que nunca antes habían sido deudoras de bancos. Además, es hoy utilizada por gobiernos y financieros para acumular riqueza, pero también para socavar la solidaridad social y los esfuerzos de movimientos de todo el planeta para crear comunes sociales y alternativas al capitalismo.

Fue durante la «crisis del endeudamiento», desencadenada en 1979 por la subida por parte de la Reserva Federal de los tipos de interés del dólar, cuando el Banco Mundial y el Fondo Monetario International (IMF), como representantes del capital internacional, «ajustaron estructuralmente» y recolonizaron de hecho gran parte del antiguo mundo colonial, sumergiendo regiones enteras en una deuda que, con el paso de los años, lejos de extinguirse ha continuado creciendo7. En muchos países la crisis de la deuda hizo que las ganancias obtenidas en la lucha contra el colonialismo se perdieran, con la imposición, además, de un nuevo orden económico que ha condenado a poblaciones enteras a una pobreza hasta entonces desconocida. Sobre esa base se instauró una reestructuración de la economía política mundial que ha canalizado sistemáticamente los recursos de África, América Latina y todos los países sometidos a la «crisis del endeudamiento» hacia Europa, Estados Unidos y, más recientemente, China.

Tal ha sido el éxito de la crisis del endeudamiento en la recolonización de gran parte del «Tercer Mundo» que sus mecanismos se han ampliado ya para disciplinar a los trabajadores norteamericanos y (más recientemente) europeos, como demuestran las drásticas medidas de austeridad impuestas sobre las poblaciones de Grecia, España, Italia y Reino Unido, entre otros países, y evidencia el hecho de que la deuda pública haya infectado incluso a los municipios más pequeños, «endeudando [con ello] sociedades enteras»8. Pero la expresión más clara de la lógica causante de la nueva economía de la deuda se encuentra en las nuevas formas de deuda individual que han proliferado con el giro neoliberal: los préstamos a estudiantes, la deuda hipotecaria, la deuda de las tarjetas de crédito y, sobre todo, la deuda por microfinanza que afecta hoy a millones de personas de todo el planeta.

Considerando que la deuda es uno de los medios de explotación más antiguos, ¿cuál es la novedad de su nuevo uso? En las líneas siguientes indago en esa cuestión y defiendo que el endeudamiento individual y colectivo, además de amplificar los efectos económicos de la deuda de Estado, altera la relación entre el capital y el trabajo, y entre los propios trabajadores, acrecentando la autogestión de la explotación. A su vez convierte las comunidades que la gente está construyendo en busca de apoyo recíproco en medios de esclavitud mutua. De ahí lo pernicioso del nuevo régimen de la deuda y la importancia de comprender los mecanismos que favorecen su imposición.

El fin del Estado del Bienestar y la crisis del salario-común

En el foco de la atención pública a consecuencia de la crisis de las subprime del 2 de octubre de 2008, el endeudamiento individual y de los hogares se ha convertido en objeto de un gran corpus de literatura, que investiga sus causas y sus efectos sociales, su relación con la creciente financiarización de la vida cotidiana9 y la reproducción10, su determinación de nuevas formas de subjetividad11 y, muy especialmente, las formas de movilización más efectivas frente a él12. Existe un amplio consenso en que la institución de una economía basada en el endeudamiento es un elemento clave de una estrategia política neoliberal como respuesta al ciclo de luchas que, en las décadas de los sesenta y los setenta, puso la acumulación capitalista en crisis, consecuencia del desmantelamiento del contrato social que, desde el período fordista, existía entre el capital y el trabajo. Posiblemente, las luchas de mujeres, estudiantes y obreros hicieron ver a la clase capitalista que invertir en la reproducción de la clase trabajadora «no compensa», ni en cuanto al aumento de la productividad del trabajo, ni en cuanto a la consecución de una fuerza de trabajo más disciplinada. Ese es el motivo de que hayamos asistido, además de al desmantelamiento del «Estado del bienestar», a la «financiarización de la reproducción», pues un número cada vez mayor de personas (estudiantes, beneficiarios de ayudas, pensionistas) se ha visto abocado a solicitar préstamos bancarios para adquirir servicios (educación, sanidad, pensiones) antes subvencionados por el Estado, de forma que muchas actividades reproductivas se han convertido hoy en espacios inmediatos de acumulación de capital.

Hablamos de fenómenos bien comprendidos. Hay acuerdo en que la deuda sirve para imponer austeridad social, sirve para privatizar los medios de reproducción e intensifica el mecanismo de dominación13. Se asume también que la financiarización de la reproducción, que está detrás de un alto porcentaje de la deuda de personas y hogares, no es algo que se superpone a la economía real: es la «economía real», pues es la organizadora directa del trabajo de la gente. Pero la nueva literatura sobre el endeudamiento no ha hecho suficiente hincapié en el papel que las nuevas formas de endeudamiento han desempeñado en la destrucción de la solidaridad comunal, un elemento que las diferencia de anteriores modalidades de endeudamiento proletario. Conviene recordar, de hecho, que la deuda siempre fue uno de los aspectos más comunes de la existencia proletaria. Desde el siglo XIX a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las comunidades obreras vivían gran parte del año del crédito, pagando a los tenderos los días de cobro y prestándose dinero entre sí para llegar a fin de mes. En ese contexto, el endeudamiento funcionó con frecuencia como una suerte de asistencia mutua, un medio por el que las comunidades hacían llegar sus recursos escasos a los más necesitados. Ni siquiera en las company towns14 la deuda aislaba a quienes la sufrían, pues era un vínculo compartido que los unía en su resentimiento hacia los explotadores. La deuda empezó a cambiar de connotación, primero con la creación de la compra a plazos, que ya en los años veinte era práctica habitual15, y más tarde, en el período que siguió a la Segunda Guerra Mundial, con la extensión de las hipotecas, sobre todo a trabajadores hombres y blancos, y con un salario garantizado por el Estado y los sindicatos, que funcionaba como aval. Para los trabajadores, el endeudamiento por hipotecas o por gastos de consumo representó una victoria y al mismo tiempo una derrota. Por un lado, la extensión del crédito a los trabajadores invertía el principio ontológico capitalista de que primero se trabaja, y luego se cobra, que suponía que los proletarios debían trabajar a crédito. Por otro, al ir vinculado a la disponibilidad de salarios, al rendimiento y, en muchos casos, al privilegio racial, contribuía a debilitar la cohesión comunal16.

En los años ochenta, el endeudamiento de los trabajadores se había convertido en una medición fiable de su pérdida de poder social. La década de los ochenta fue el período de la «gran transformación»17, que puso en pie la infraestructura destinada a la nueva economía de la deuda. Por entonces, la extensión del crédito a los trabajadores por la ampliación del acceso a las tarjetas de crédito, junto con la precarización del trabajo, la supresión de las legislaciones antiusura en muchos estados y la creciente mercantilización de la educación y la sanidad, cambiaron el carácter de la deuda como relación social. La disminución de los salarios y la multiplicación de incentivos para acudir al mercado a adquirir las necesidades vitales, condujeron a un crecimiento del crédito y, con ello, a socavar, más incluso, las bases materiales de la solidaridad. No deja de resultar irónico que mientras el empleo se volvía más inseguro y el acceso al mismo considerablemente más difícil, se facilitara el endeudamiento hasta tales extremos. De todos es conocido el nivel de fraude al que se recurrió para poner a las multitudes bajo el control de los bancos, pero lo que aquí importa, al menos para mi razonamiento, no son las manipulaciones del mundo financiero, sino la consolidación de una economía de deuda que desarticulaba el tejido social y que lo hacía —y no es poca cosa— recurriendo a la ilusión de que los medios financieros fabricados por el sistema bancario internacional podían ser usados también por los trabajadores, no solo para adquirir las necesidades vitales, sino para adelantarse al sistema.

No es mi intención examinar la compleja dinámica de clase que activó aquel proceso. Baste decir que el endeudamiento masivo y el ataque neoliberal a los salarios y a los «derechos sociales» no habría sido posible sin la aceptación por parte de algunos trabajadores de la ideología neoliberal que defiende el acceso a la prosperidad por la vía del mercado. Desde ese punto de vista, cabe contemplar la escalada de endeudamiento con los bancos formando un continuum con la aceptación, entre algunos trabajadores, de stocks empresariales en lugar de salarios y prestaciones, y con su intento por mejorar el declive de su situación económica rehipotecando sus viviendas, lo que explicaría, en parte, la ausencia de una resistencia masiva frente a la negativa del Estado de usar sus recursos acumulados para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo.

Sin embargo, como la caída de Wall Street en 2008 demostró con toda crudeza, la esperanza de que la «financiarización» pudiera ofrecer una solución o una alternativa a la desaparición de empleos y sueldos se ha revelado como una simple ilusión. La decisión de rescatar a los bancos pero no a los trabajadores endeudados ha puesto de manifiesto que el endeudamiento está diseñado para ser la condición estándar de la existencia trabajadora, al nivel de lo que sucedía en la fase inicial de la industrialización, pero con consecuencias más devastadoras desde la perspectiva de la solidaridad de clase, pues el acreedor ya no es el tendero de la esquina o el vecino, sino el banquero y, debido a los elevados tipos de interés, la deuda, como el cáncer, crece con el paso del tiempo. Es más: desde los años ochenta asistimos a la organización de una campaña ideológica que transmite la idea de que endeudarse con los bancos para garantizar la reproducción individual equivale a una forma de emprendimiento, falseando con ello la relación de clase y la explotación que ello comporta. De acuerdo con esa campaña, en lugar de una lucha capital-trabajo mediatizada por la deuda, tenemos millones de microemprendedores, que «invierten» en su reproducción aunque no cuenten más que con unos cientos de dólares, y que supuestamente son «libres» de prosperar o fracasar en función de su diligencia o su sagacidad.

Pero no es solo que la «reproducción» se presente como una «autoinversión»: la conversión de la máquina prestadora de deuda en el principal medio de reproducción da lugar a una nueva relación de clase, en la que los explotadores se encuentran más ocultos, más alejados, y los mecanismos de explotación están mucho más individualizados y son generadores de culpa en mayor medida. En lugar de trabajo, de explotación, y sobre todo de «jefes», que tan notorios eran en el mundo de las chimeneas, hoy, los deudores no se enfrentan al empleador, sino al banco, y lo hacen solos, individualmente, no como miembros de un cuerpo y una relación de colectivos como era el caso de los trabajadores asalariados. Con ello la resistencia de los trabajadores se difumina, los desastres económicos adquieren una dimensión moralizadora y la función de la deuda como instrumento de extracción de trabajo se enmascara, como antes veíamos, tras el engaño de la autoinversión.

Microfinanza y macrodeuda

Hasta aquí mi descripción, a grandes rasgos, de cómo ha venido funcionando la creación de deuda obrera en los Estados Unidos. Pero donde mejor se aprecian los mecanismos de la máquina de préstamos/deuda es en las políticas de microcrédito o microfinanza, el tan publicitado programa lanzado a finales de los sesenta por el economista bangladesí Muhammad Yunus, que supuso la fundación del Banco Grameen y que se difundió después por todas las regiones del planeta. Promovida como medio para «mitigar la pobreza» en el mundo, la microfinanza demostró, en realidad, ser un motor de creación de deuda que implica a una vasta red de gobiernos nacionales y locales, organizaciones no gubernamentales (ONG) y bancos —empezando por el Banco Mundial—, que sirve sobre todo para capturar el trabajo, las energías y la inventiva de los «pobres», sobre todo de las mujeres18. Como describiera María Galindo, de Mujeres Creando, en referencia a Bolivia, la microfinanza, en tanto que programa financiero y político, se ha centrado en recuperar y destruir las estrategias de supervivencia que las mujeres pobres habían creado, en respuesta a la crisis de empleo masculino producida por el ajuste estructural de la década de los ochenta19. La promesa formulada a las mujeres de que, aunque pequeño, un préstamo podía solucionar sus problemas económicos, subsumió sus actividades informales (consistentes en intercambios con otras mujeres desempleadas como ellas mismas) en la economía formal, forzándolas con ello a abonar una cantidad semanal en concepto de devolución de préstamo20. La observación de Galindo de que la microfinanza es un mecanismo para poner a las mujeres bajo el control de la economía formal es extrapolable a otros países, como lo es su argumento de que los préstamos son trampas de las que pocas mujeres pueden beneficiarse o liberarse.

Resulta revelador que los préstamos, que suelen consistir en sumas de dinero reducidas, se concedan principalmente a mujeres, y en particular a grupos de mujeres, pero que en muchos casos sean los maridos u otros hombres de la familia quienes los utilizan21. Los planificadores financieros prefieren trabajar con mujeres, a quienes consideran más responsables en sus transacciones económicas, pues dependen mucho más de recursos económicos estables para la reproducción de sus familias y son más vulnerables a la intimidación. Han estudiado asimismo comunidades de mujeres, apropiándose de su sistema de relaciones sociales para sus objetivos22, tratándolo como un capital social, de modo que donde no existen grupos, se anima a las mujeres a formarlos.

Los micropréstamos se conceden a grupos porque así cada una de las componentes se convierte en responsable de la devolución, esperándose del grupo que intervenga ante el incumplimiento de una de ellas. Además, como argumenta Lamia Karim23, esa responsabilidad compartida conduce a una proliferación de tecnologías de control que permiten a las mujeres monitorizarse y vigilarse entre sí, informando a las encargadas de posibles problemas. También subraya Galindo24 que mediante ese sistema se produce un aprovechamiento del tejido social que sostiene a las mujeres en su vida diaria para apoyar el pago de la deuda. Un mecanismo que se ha demostrado muy eficaz, pues los micropréstamos se conceden en sociedades en las que códigos rurales vinculados a antiguas tácticas de supervivencia hacen del repago una cuestión de honor, y el honor, muy en particular el de la mujer, es esencial para la posición de una familia dentro de la comunidad. De hecho, como escribe Karim25, el honor de las mujeres funciona como una especie de aval. Con ello, la paradoja es que, aunque las prestatarias se encuentran entre las personas más pobres del mundo, las tasas de devolución se encuentran entre las más altas.

La autovigilancia colectiva es solo en parte responsable de ese «éxito». Igual de importantes han sido las estrategias empleadas en situaciones de incumplimiento de las prestatarias. Bancos, agencias internacionales y ONG se han visto inmersos en una verdadera etnografía de la vergüenza, estudiando los mecanismos por los que las distintas comunidades implementan culturalmente sus convenciones éticas, que aplican acompañadas de amenazas y de intimidación física. Para aterrorizar a las deudoras y hacer que paguen se recurre a visitas a domicilios y a una panoplia de métodos denigratorios. En algunos países, como Níger, las puertas de los bancos exhiben fotografías de mujeres que no han pagado sus deudas26. En Bolivia, algunas instituciones de microfinanza marcan las casas de las morosas y colocan carteles por sus vecindarios27. En Bangladesh, un método extendido de castigo a morosas es el denominado housebreaking, una práctica por la que, tras acceder a una vivienda, miembros de ONG se dedican a arrancar puertas, suelos y tejados, que venden posteriormente, destinando lo recaudado al pago del préstamo no cobrado28. Pero «los castigos y sanciones públicos incluían además azotes, vertido de alquitrán sobre el cuerpo, rapado del cabello de las mujeres o escupir públicamente sobre el hombre o la mujer cada vez que pasaba»29. Las ONG han recurrido asimismo a la policía, los juzgados y las élites locales. Como resultado, las personas en riesgo de incumplir el pago viven en un estado de terror que agudiza el resentimiento y la animosidad entre las propias mujeres, que en ocasiones llegan incluso a colaborar en el housebreaking. Ello explica por qué las tasas de devolución son tan elevadas a pesar de que muy pocas personas puedan presumir de haber logrado algo de fruto con el capital dispuesto.

El «empoderamiento» a través del microcrédito no es tarea fácil, al menos para la mayoría de las receptoras. La realidad es que la pobreza y la miseria tienen su origen, no en la falta de capital, sino en la distribución injusta de la riqueza, un problema que no se soluciona ni se alivia con unos cientos de dólares. En manos de familias que viven día a día al borde del desastre, esos pocos centenares de dólares se evaporan a gran velocidad y pocas veces se invierten para generar más dinero. El marido que enferma, la cabra que muere, los niños que no tienen zapatos para ir a la escuela… En un breve lapso de tiempo las receptoras del préstamo se ven incapaces de devolver el dinero y han de recurrir a prestamistas para ir saldando sus deudas. Lejos de salir de la pobreza gracias a una inversión «virtuosa», se hunden, más incluso, en ella, pasando de una pequeña deuda a otra mayor en una secuencia que a menudo acaba en suicidio. Y aunque muchas no perezcan físicamente, sí lo hacen socialmente. Hay mujeres que, avergonzadas por la incapacidad de pagar la deuda, marchan de sus pueblos. En Bangladesh se han dado casos de morosas que, tras verse sometidas a escarnio público, han sido abandonadas por sus maridos. El incumplimiento está asegurado, no solo por el estado permanente de crisis, también por los elevados tipos de interés con los que se gravan los préstamos, que suelen llegar al 20% y hasta superan ese porcentaje30. Unos elevados tipos de interés que se justifican con el argumento de que prestar a los pobres es un proceso laborioso, que presumiblemente acabará precisando de una considerable maquinaria sociolaboral que evite que esos pobres escapen del control de sus acreedores y que haga que, en caso de no poder restituir el dinero, paguen hasta con la última gota de su sangre, sea en forma de un pequeño solar de terreno o una pequeña choza, sea con una cabra, una cazuela o una sartén. En Bangladesh, a las morosas se les arrebata, como castigo, la gran olla en la que cocinan el arroz con el que alimentan a sus familias, la mayor vergüenza que una mujer puede soportar, un agravio insufrible ante la comunidad, que puede llevar al marido a abandonar el hogar y en ocasiones acabar en suicidio31. Eso es precisamente a lo que muchas mujeres se han visto sometidas: a ver su casa allanada y, en ocasiones, a sufrir, ellas mismas, ataques físicos.

Así las cosas, ¿cómo se explica que los micropréstamos continúen proliferando? ¿Qué anima a la gente a contraerlos y qué se consigue con esa extensión generalizada del endeudamiento? La respuesta es que en la actualidad pocas personas pueden, en todo el mundo, vivir únicamente de los medios de subsistencia, ni siquiera en zonas predominantemente agrícolas. Expropiaciones de tierras, devaluaciones monetarias, recortes en empleo y servicios sociales, combinados con la extensión de las relaciones de mercado, están obligando a poblaciones implicadas fundamentalmente en la agricultura a buscar alguna forma de ingreso monetario. Las ONG han aprendido también a combinar préstamo y estrategias de marketing, acompañando sus ofertas de préstamos con diversidad de bienes, como medicinas o alimentos, que los prestatarios se ven tentados a adquirir32. Aunque es cierto que algunos deudores logran mejorar su situación, son minoría, y con frecuencia lo hacen colaborando con las ONG en la vigilancia de otros prestatarios y en el cobro de deudas33. La situación de las mujeres deudoras de Bolivia o Bangladesh es similar a la de los estudiantes de Estados Unidos, que con frecuencia se muestran dispuestos a encarar elevadas tasas de endeudamiento en el convencimiento de que la titulación adquirida de ese modo les permitirá aspirar a sueldos más elevados, cuando la realidad es que, una vez licenciados, muchos de ellos encuentran muy difícil encontrar empleo o un puesto de trabajo con el salario que esperaban o que les permita al menos saldar sus deudas.

Son varias las razones por las que los inversores insisten en fomentar este diseño, a pesar de las críticas crecientes que recibe y de la evidencia de su incapacidad para eliminar la pobreza34. El buen rendimiento del dinero invertido es tan solo un factor; igual de importantes son los cambios que la deuda está generando en las relaciones de clase, y las relaciones en el interior mismo del proletariado. La microfinanza permite al capital internacional controlar y explotar directamente al proletariado mundial, soslayando la mediación de los estados nacionales y asegurándose, con ello, de que todas las ganancias recaen en los bancos y no van a los gobiernos locales. Además, permite eludir la mediación del mundo de los parientes masculinos en la explotación del trabajo de la mujer y utilizar las energías de una población femenina que, en la estela del «ajuste estructural», se ha mostrado capaz de crear nuevas formas de subsistencia por fuera o en los márgenes de la economía del dinero, que el microcrédito intenta poner bajo el control de las relaciones monetarias y los bancos. Por último, pero no menos importante, como otras políticas generadoras de endeudamiento, la microfinanza es un medio de experimentación con distintas relaciones sociales, en el que la comunidad, el grupo y la familia han «internalizado» las tareas de control y vigilancia y la explotación parece autogestionarse, el fracaso se vive como un problema individual y la vergüenza duele más.

Percibimos aquí también una continuidad entre la experiencia de mujeres endeudadas de Egipto, Níger, Bangladesh o Bolivia y la de estudiantes endeudados o víctimas de la crisis de las subprime en los Estados Unidos. En los dos casos, el Estado y los empleadores desaparecen como beneficiarios inmediatos del trabajo extraído y, en consecuencia, como objetivo de reivindicación y conflicto. Se suma también la ideología del microemprendimiento, que oculta el trabajo y la explotación inherentes a la situación. En ambas situaciones se aprecian razones individualizadas de éxito y fracaso: la vergüenza soportada individualmente, la política de culpa que conduce al ocultamiento, el silencio autoimpuesto y nada de publicidad.

La estrategia se ha mostrado, a día de hoy, altamente exitosa, pero a largo plazo es claramente insostenible, y no solo para los pobres. De hecho empieza a poner de manifiesto sus limitaciones. Con el crecimiento y empeoramiento de la pobreza a causa de la microfinanza y la consecuente reducción de la posibilidad de exprimir, más aun, a los pobres, las redes de micropréstamos están redirigiendo el foco a poblaciones más pudientes, trasladándose cada vez más hacia el norte del planeta. Resulta significativo que el Banco Grameen —literalmente, banco rural, o del pueblo— haya abierto sucursales en diez ciudades estadounidenses, empezando por Nueva York35. A largo plazo, la estrategia de la deuda pone al capitalismo en un brete, pues si se quiere que la producción mundial no se estanque o retroceda más aún, el empobrecimiento absoluto de tanta gente no es sostenible en ningún lugar del mundo. Diría más: el capitalismo está llegando, supuestamente, a una situación en la que la ventaja derivada de la pauperización y expropiación de las multitudes del mundo se ve contrarrestada por su incapacidad para contener la resistencia que está generando.

Los movimientos en contra de la deuda

En el México de los años noventa el movimiento antideuda más potente fue El Barzón, que en pocos años se extendió por toda la nación con el eslogan: «Debo, no Niego, Pago lo justo»36. También en Bolivia tuvo lugar una movilización de deudores, y en mayo de 2001 miles de personas, en su mayoría mujeres, llegadas de distintas partes del país protagonizaron durante noventa y cinco días un asedio a los bancos por las calles de La Paz37. Entretanto, el del Banco Grameen se ha convertido en un nombre detestado en Bangladesh y hoy sus fundadores y administradores son considerados unos simples usureros enriquecidos a expensas de los pobres38. En Estados Unidos hay un creciente movimiento en contra de la deuda, como demuestran la formación de Strike Debt en un número cada vez mayor de ciudades de todo el país y el éxito del lanzamiento, en noviembre de 2012, de Rolling Jubilee en Nueva York39. Aunque no se conocen aún los resultados de esas formas de resistencia, la formación de un movimiento de liberación de la deuda representa, ya de por sí, una gran victoria, pues el poder de la economía del endeudamiento deriva en gran parte de que sus consecuencias se sufren aisladamente, pues, como afirma el Manual de operaciones para resistir a la deuda40: «Hay mucha vergüenza, frustración y miedo en todo lo que atañe a nuestra deuda, rara vez la comentamos abiertamente con otros». Y sí, hay que romper ese telón de miedo y culpa que el endeudamiento ha creado por todo el planeta, como se rompió en México en los años noventa con El Barzón y en 2001 en Bolivia, cuando las mujeres endeudadas tomaron las calles de La Paz para sitiar a los bancos. Los estudiantes, particularmente en los Estados Unidos, tienen un papel especial en este proceso, toda vez que muchas de las herramientas culturales empleadas por las ONG y los sistemas bancarios para convencer a las mujeres a endeudarse, y acosar a las prestatarias para que devuelvan lo prestado, a riesgo incluso de sus vidas, se fraguan en las universidades. En concreto, los antropólogos «han funcionado como comadrones», atrayendo la atención mundial hacia la capacidad de supervivencia de los pobres «frente a la alienación, las carencias y la marginación»41. Como señala Julia Elyachar, fueron los antropólogos quienes dieron pistas a los planificadores de la economía acerca de las extraordinarias formas en las que los pobres se las arreglan para sobrevivir contra todo pronóstico, y de la importancia que las redes de relaciones tienen para la supervivencia de la gente, añadiendo que algunos de los efectos de la microfinanza pudieran al final no haber sido lo que los investigadores querían que fueran. No obstante, se trata de un pequeño paso desde el reconocimiento de las relaciones culturales y sociales como recursos económicos, hacia la definición de un «programa de acción»42.

Los comentarios de Elyachar ponen de relieve la importancia de las universidades en la producción de nuevos modelos de dominio y extracción de trabajo43. De ahí que para el movimiento en contra del endeudamiento estudiantil la tarea sea doble: por un lado, dicho movimiento debe rechazar la deuda de los préstamos a estudiantes por ilegítima, pues la educación no debe ser una mercancía destinada a la compraventa; por otro, debe negarse a colaborar en la producción de conocimiento al servicio de la creación de deuda, o susceptible de utilizarse como herramienta para su devolución o como instrumento de tortura psicológica de los incumplidores.

También se ha intensificado la lucha contra el microcrédito. Un movimiento de «No pago» se ha desarrollado en Nicaragua. Las protestas en contra del microcrédito se han extendido también a India44. En Bangladesh, lugar de nacimiento de la microfinanza, hasta la primera ministra se la acusa de «chupar la sangre de los pobres»45. En Bolivia, Mujeres Creando ha hecho de la cancelación de la deuda una de sus tareas clave, acusando a bancos y ONG de robar el trabajo de las mujeres, el tiempo de las mujeres y la esperanza de futuro de las mujeres, a quienes anima a recuperar las formas de préstamo tradicionales, en las que el dinero pasa de una mujer a otra a partir de relaciones de amistad y reciprocidad46. De una manera más general se forman nuevos movimientos, como Strike Debt en los Estados Unidos, que ven en el endeudamiento un terreno abonado para la recomposición de clases, donde quienes luchan contra las hipotecas y las ejecuciones hipotecarias pueden coincidir con estudiantes endeudados, morosos de micropréstamos o deudores de tarjetas de crédito. Pero como Galindo sagazmente intuyó, los éxitos de esos movimientos dependerán en gran medida del grado hasta el que, no solo protesten contra la deuda, sino recreen y reinventen los comunes que esta ha destruido.

Notas bibliográficas

  1. GRAEBER, DAVID: Debt. The First Five Thousand Years, Melville House, Nueva York, 2011, pp. 230-31, 427nn 24-25. ↩︎
  2. CAFFENTZIS, GEORGE: «Two Cases in the History of Debt Resistance: Catiline and El Barzon». Transcripción de una charla impartida en Occupy University Debt Discussion Series, celebrada en la Elizabeth Foundation for the Arts, Nueva York, 17 de octubre, vol. 201, p. 3. ↩︎
  3. «La única parte de la llamada riqueza nacional que realmente entra en la posesión colectiva de los pueblos modernos es su deuda pública». MARX, KARL: Capital. Vol. 1, Penguin Classics, Londres, 1976, p. 919. ↩︎
  4. ZINN, HOWARD: A People’s History of the United States: 1492-Present, Nueva York, HarperCollins, 1999, pp. 92-93. ↩︎
  5. Ibídem, p. 284. ↩︎
  6. El concepto de «economía del endeudamiento» lo tomo de LAZZARATO, MAURIZIO: The Making of the Indebted Man: An Essay on the Neoliberal Condition, Semiotext(e), Los Ángeles, CA, 2012. ↩︎
  7. La literatura sobre la crisis del endeudamiento es hoy en día vastísima. Para referencias, remito a VV.AA.: The Poverty of Nations: A Guide to the Debt Crisis from Argentina to Zaire, Zed Books, Londres, 1991; CAFFENTZIS, GEORGE: «The Fundamental Implications of the Debt Crisis for Social Reproduction in Africa», Women, Development, and Labor of Reproduction: Struggles and Movements, Africa World, Trenton NJ, 1995, pp. 153-187; CLEAVER, HARRY: «Notes on the Origins of the Debt Crisis». Midnight Notes, nº 10, 1990, pp. 18 22; FEDERICI, SILVIA: «The Debt Crisis, Africa, and the New Enclosures», Midnight Notes, nº 10, 1990, pp. 10-17. La excepción al problema del crecimiento de la deuda está en América Latina, donde la deuda externa disminuyó, como media, desde el 59% del producto interior bruto en 2003 al 32% en 2008. VALDIVIA-VELARDE, EDUARDO y SEO, LILY: «Data Spotlight: Latin America’s Debt». Finance and Development 46, nº 1, 2009. En línea: www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/2009/03/dataspot.html. [Última consulta realizada el 6 de marzo de 2018].
    ↩︎
  8. LAZZARATO, MAURIZIO: Óp. cit., p. 8. Acerca de la crisis de la deuda en Grecia, ver Children of the Gallery (Ta Paidia Tis Galarias, o TPTG): «Burdened with Debt: Debt Crisis and Class Struggle in Greece», Revolt and Crisis in Greece. Between a Present Yet to Pass and a Future Still to Come, AK Press, Oakland, CA, 2011, pp. 245-78; GRAEBER, DAVID: «The Greek Debt Crisis in an Almost Unimaginably Long-Term Historical Perspective», Revolt and Crisis in Greece; Between a Present Yet to Pass and a Future Still to Come, AK Press y Occupied London, Oakland y Edinburgo, 2011, pp. 229-248. La deuda estatal y la municipal se crearon a partir de finales de los setenta por la adopción de leyes y provisiones que prohibían a los gobiernos imprimir dinero para resolver los problemas monetarios, forzándolos con ello a recurrir a los mercados financieros privados (LAZZARATO, MAURIZIO: Óp. cit., p. 18). ↩︎
  9. MARTIN, RANDY: Financialization of Daily L., Temple University Press, Philadelphia, 2002. ↩︎
  10. MARAZZI, CHRISTIAN: The Violence of Financial Capitalism, Semiotext(e), Los Ángeles, CA, 2010. ↩︎
  11. LAZZARATO, MAURIZIO: Óp. cit. ↩︎
  12. CAFFENTZIS, GEORGE: «Workers against Debt Slavery and Torture: An Ancient Tale with a Modern Moral», UE News, julio, 2007; CAFFENTZIS, GEORGE: «Notes on the Financial Crisis: From Meltdown to Deep Freeze», Uses of a Whirlwind. Movement, Movements, and Contemporary Radical Currents in the United States, AK Press, Oakland, CA, 2010, pp. 273-282; CAFFENTZIS, GEORGE: «University Struggles at the End of the Edu-Deal», Mute: Culture and Politics after the Net 2, no 16, 2010, pp. 110-117. ↩︎
  13. LAZZARATO, MAURIZIO: Óp. cit. ↩︎
  14. Ciudades o pueblos en los que prácticamente todas las viviendas, y hasta los comercios, eran propiedad de una sola empresa, que era además el principal empleador (N. del. T.). ↩︎
  15. CROSS, GARY: Time and Money: The Making of a Consumer Culture, Routledge, Nueva York, 1993, p. 148. ↩︎
  16. Sobre la relación entre el crecimiento de los «gastos de consumo» y la privatización de las relaciones sociales en la clase obrera, ver Cross 1993, pp. 168-183. ↩︎
  17. POLANYI, KARL: The Great Transformation, Beacon Press, Boston, MA, 1957. ↩︎
  18. Entrecomillo aquí «pobres» para subrayar la mistificación implícita en el concepto. No hay «pobres», solo personas y poblaciones que han sido empobrecidas. La diferenciación pudiera parecer menor, pero es necesaria para evitar la normalización y naturalización de la pobreza que ese concepto de «pobre» fomenta ↩︎
  19. Mujeres Creando es la organización autónoma feminista más importante de Bolivia. Con base en La Paz, lleva desde 2002 implicada en la lucha en contra de la deuda por microfinanza y ha promovido la investigación de la microfinanza que dio origen al libro La Pobreza, un gran negocio: Un análisis crítico sobre oenegés, microfinancieras y banca, 1-10, Mujeres Creando, La Paz, Bolivia, 2010. ↩︎
  20. GALINDO, MARÍA: Ibídem, p. 8. ↩︎
  21. Lamia Karim describe esta situación en Bangladesh, donde su investigación muestra que el «95% de las mujeres prestatarias dieron sus préstamos a sus maridos o a otros hombres prestatarios». KARIM, LAMIA: Microfinance and Its Discontents: Women in Debt in Bangladesh, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2011, p. 86. ↩︎
  22. GALINDO, MARÍA: Óp. cit., p. 10. ↩︎
  23. KARIM, LAMIA: Óp. cit., pp. 73-74. ↩︎
  24. GALINDO, MARÍA: Óp. cit., p. 10. ↩︎
  25. KARIM, LAMIA: Óp. cit., pp. 198. ↩︎
  26. ALIDOU, OUSSEINA (directora del Rutgers University Center for African Studies) 2012. Entrevista con la autora, New Brunswick, NJ, septiembre. ↩︎
  27. TORO IBÁÑEZ, GRACIELA y GALINDO, MARÍA: La pobreza, un gran negocio: Un análisis crítico sobre oenegés, microfinancieras y banca, Mujeres Creando, La Paz, Bolivia, 2010, p. 135. ↩︎
  28. KARIM, LAMIA: Óp. cit., p. 85, 117. ↩︎
  29. Ibídem, p. 85. ↩︎
  30. TORO IBÁÑEZ, GRACIELA y GALINDO, MARÍA: Óp. cit., pp. 146-152. ↩︎
  31. KARIM, LAMIA: Óp. cit., p. 91.  ↩︎
  32. En Bangladesh, las ONG han contraído acuerdos con diversas empresas, como Danone, que publicita que sus yogures son fundamentales para la salud de los niños (Íbídem, p. 67, 196). Cuando en India las ONG intentaron llegar a un acuerdo con Monsanto para combinar ofertas de préstamos con compras de semillas, la gente protestó, véase UBINIG-Unnayan Bikalper Nitinirdharoni Gobeshona: «The Monsanto Initiative: Promoting Herbicides through Micro-Credit Institutions», 1998. En línea en: membres. multimania.fr/ubinig/monsanto.htm. [Última consulta realizada el 6 de marzo de 2018]. Acerca de esas estrategias de marketing, ver la carta de Shiva al jefe del Banco Grameen en SHIVA, VANDANA: «Vandana Shiva Responds to the Grameen Bank». Synthesis/ Regeneration, no 17, 1998. En línea en: www.greens.org/s-r/17/17-15.html [Última consulta realizada el 6 de marzo de 2018]. Ver también KARIM, LAMIA: Óp. cit., XX. ↩︎
  33. Galindo señala que las mujeres que sobresalen en el control de otras mujeres asumen un papel de liderazgo en sus vecindarios y se convierten en colaboradoras de las ONG. Añade que eso es en lo que consiste el «empoderamiento». GALINDO, MARÍA: Óp. cit., p. 10.  ↩︎
  34. Ver, entre otros, CROSSETTE, BARBARA: «U.N. Report Raises Questions about Small Loans to the Poor», New York Times, 3 de septiembre., 1998; Bateman, Milford: Why Doesn’t Microfinance Work? The Destructive Rise of Local Neoliberalism, Zed Books, Londres, 2010; Bloomberg Businessweek, «In a Microfinance Boom, Echoes of Subprime», 21-27 de junio, 2010; CHANT, SYLVIA: The International Handbook of Women and Poverty, Edward Elgar, Londres, 2010, y TOYAMA, KENTARO: «Lies, Hype, and Profit: The Truth about Microfinance». Atlantic, 28 de enero, 2011. ↩︎
  35. Como reza la publicidad, «Grameen America ofrece micropréstamos por un máximo de 1.500$». También oferta cuentas de ahorro a través de bancos comerciales asociados, en los que se exige a los miembros efectuar depósitos. Para recibir un préstamo, lo habitual es que el receptor viva por debajo del umbral de la pobreza y esté dispuesto a crear un grupo de cinco «individuos de mentalidad parecida» que deseen iniciar o expandir su propio negocio, o a unirse a uno ya existente. Los prestatarios deben además asistir a reuniones semanales en las que realizan devoluciones de sus préstamos (Wikipedia: «Grameen America». en.wikipedia.org/wiki/Grameen_America. [Última consulta realizada el 6 de marzo de 2018]). ↩︎
  36. SAMPERIO, ANA CRISTINA: Se nos reventó El Barzón, Edivisión, Colonia del Valle, México, 1996; CHÁVEZ, DANIEL «El Barzón: Performing Resistance in Contemporary Mexico», Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies 2, 1998, pp. 87-112. ↩︎
  37. TORO IBÁÑEZ, GRACIELA y GALINDO, MARÍA: Óp. cit., pp. 137-144. ↩︎
  38. KARIM, LAMIA: Óp. cit., pp. 192-193. ↩︎
  39. Creado en Nueva York como rama de Occupy Wall Street, el movimiento Strike Debt se dedica a desafiar la legitimidad de la deuda, partiendo de la premisa de que servicios básicos, como la vivienda, la educación y la sanidad, no deben convertirse en mercancías para disfrute exclusivo de aquellos que pueden pagarlos. Ver The Debt Resistors Operations Manual (Strike Debt and Occupy Wall Street 2012). Rolling Jubilee es una estrategia utilizada por Strike Debt para difundir su programa. Recurriendo a la compra de abultadas deudas a tasas de descuento en mercados secundarios, el fondo intenta concienciar sobre la realidad de millones de personas que son esclavas de los bancos, a veces de por vida.  ↩︎
  40. Strike Debt and Occupy Wall Street: The Debt Resistors Operations Manual, PM Press / Common Notions, Nueva York, 2012, IV.  ↩︎
  41. ELYACHAR, JULIA: «Empowerment Money: The World Bank, Nongovernmental Organizations, and the Value of Culture in Egypt», Public Culture 14, no 3, 2002, p. 499.  ↩︎
  42. Ibídem, p. 508. ↩︎
  43. Entre las formas de conocimiento que son cruciales para la gestión de los deudores se encuentra lo que Karim ha dado en llamar «investigación de la pobreza» o la producción de «un archivo de conocimiento íntimo de los pobres», de forma que, para los críticos del microcrédito, la tarea consiste en desenmascarar las micropolíticas adscritas a esos programas de investigación, haciendo que sean «más legibles en debates públicos» (KARIM, LAMIA: Óp. cit., pp.164-66). ↩︎
  44. BAJAJ, VIKAS: «Microlenders, Honored with Novel, Are Struggling», New York Times, 5 de enero, 2011. ↩︎
  45. Ibídem. ↩︎
  46. TORO IBÁÑEZ, GRACIELA y GALINDO, MARÍA: Óp. cit., p. 131. ↩︎
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