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INTERCAMBIO
Yerpum Codex: para atravesar la noche hay que aprender a andar con el río, Lucrecia Masson, Moira Millán

Lucrecia Masson y Moira Millán problematizan los códigos estéticos y políticos del apocalipsis occidental y conversan sobre los fines del mundo que ya han vivido otros pueblos en los que los saberes milenarios, sobre todo de mujeres indígenas, tienen mucho que ofrecer a la crisis planetaria.
Cortesía de Celeste Vientos.
De manera transdisciplinar y con la impureza como principio, transita…
Galardonada guionista mapuche, escritora y activista de Argentina. Es…

INTERCAMBIO

Lucrecia Masson: Me sucede que cuando ando buscando estímulos para pensar sobre algo, para escribir, salgo a caminar. Suele ser trabajando o yendo de un lugar a otro, no es que sea una técnica contemplativa o algo de eso, pero sí que para mí la tarea del pensar o del leer incluso, que no siempre es con libros, sucede en movimiento y con airecito dándome en la cara. Imaginé esta conversación entre nosotras de esa manera, caminando juntas. Pero llegaron las medidas de distanciamiento y el cierre de fronteras —más aún—, y ahora solo queda recordar esa caminata que hicimos hace unos meses en tu tierra, en la Puelwillimapu, yendo del campamento a la casa a tomar unos mates, con el río acompañándonos al costado.

Pues, sabemos que con los procesos de colonización y expansión se exporta también, por supuesto, un modelo civilizatorio. Un mundo moderno y colonial que organiza la vida dividiendo naturaleza de cultura, y en esa operación se funda la justificación de la dominación. Todo aquello que está del lado de la naturaleza tendrá que ser dominado y de ahí se deberá sacar ganancia. Y estamos ahora ante un momento de pregunta urgente por la naturaleza, por lo vivo que nos rodea. El mundo se cae a pedazos, es un hecho. Llegamos a este punto con al menos algunas cosas claras, entre ellas que el desarrollo ha traído sobre todo muerte, que esos lugares hacia los que se avanza en clave de progreso no conducen a nada bueno para las enormes mayorías de seres que habitamos este mundo, y que la promesa moderna de mejora de la vida era mentira, que era una promesa solo para algunas personas. Es una época en que las retóricas del fin del mundo abundan, vuelve a estar en muchas bocas la idea del apocalipsis, y esta es una idea a la que se recurre cada cierto tiempo, ¿no? Es que occidente piensa sus profecías con ciertos códigos estéticos, y el apocalipsis, desde luego, es uno de ellos. ¿Dirías que estamos ante un fin del mundo?

Moira Millán: Todo indicaría que estamos ante el fin de este modelo de mundo, el fin de una matriz civilizatoria que organizó el mundo tal cual lo conocemos. ¿Cuál ha sido la fecha de inicio de ese final? No se puede precisar, sin embargo su derrumbe es inminente, su deterioro es categórico y progresivo. El pueblo mapuche, mi pueblo, ya ha vivido el fin del mundo, el nuestro. La visión cosmogónica de vivir y habitar en armonía con la tierra, en reciprocidad con ella, ha sido destruida, la conquista de América primero y la creación de los estados nación después, trajeron la imposición de un modelo civilizatorio ajeno al nuestro y antagónico. A pesar de ello hemos guardado memoria del kimün, sabiduría ancestral, que aún hoy nos permite renacer, reexistir como pueblo. Valores tales como Kimpeñpewün, respeto y consideración; Kelluwün, ayuda y reciprocidad; Inkawün, defensa mutua, nos han permitido pese a todo sobrevivir.

LM: Pienso también que esta idea misma del fin del mundo es sostenida por una noción de tiempo bien concreta, es un tiempo lineal que avanza hacia eso que está adelante y es el futuro, y se encuentra ahora ante un fin, ya que al principio hubo un comienzo. Si de tiempo se trata creo que debemos procurarnos otras formas del tiempo, necesitamos, como mínimo, un tiempo más lento, un tiempo menos arrollador. El apocalipsis es la metáfora occidental-cristiana del fin por excelencia, pero ese mismo occidente, que cree poder redimirse del fin, se ha encargado de dar fin, o de intentarlo, a muchos otros mundos.

Hoy, en este presente, el futuro es algo lleno de incertidumbres para aquellas personas, ciudadanas del reino de España, pero ¿cuándo hubo seguridades en los futuros de sus habitantes migrantes, por ejemplo? ¿De qué futuros y seguridades podríamos hablar las personas migrantes o no blancas en esta Europa de muerte?

Esto a lo que le llaman antropoceno pone al ser humano (y humano no es una categoría universal, no todo el mundo es humano) como actor principal de la historia y a la vez responsable de todo lo que ha destruido. Y ahí entra la culpa otra vez como elemento base de estas sociedades de, las siempre actualizadas, espada y cruz. Pero volvamos a estos tiempos de hecatombe: nos encontramos entonces con que para las sociedades occidentales y occidentalizadas es una verdad apenas develada que el humano, ese con estatuto de ciudadano y con todos sus white-atributos, no es «el sujeto», y resulta que esto los pueblos indígenas lo han sabido siempre.

MM: Pareciera que ya no hay tiempo. El cambio climático, la contaminación ambiental, el colapso mundial de la economía, la corrupción de los gobiernos, la violencia social y la delincuencia creciente… nos pueden dejar sin esperanza. Pero es urgente y necesario reponernos de tan grande angustia y actuar, conscientes de que todo cuanto hagamos para ayudar a mudar esta matriz civilizatoria, no será disfrutada por nosotres, sino por las generaciones futuras. Será nuestra ofrenda, para subsanar la inacción de toda las generaciones que nos antecedieron, y aunque no hay reparación posible, debemos intentar mitigar el impacto, disminuir el dolor. Debemos preguntarnos si en verdad deseamos salvar este mundo antropocéntrico, especista, racista, patriarcal, individualista, o si con el escaso tiempo que nos queda, sin perder un segundo, nos damos a la tarea de construir un nuevo mundo, como dijeran los zapatistas, en el que quepan muchos mundos.

LM: Fundamental también sería dejar de hacer el ejercicio universalista y universalizante de aplicar recetas, o diagnósticos, al mundo entero. Otras de las operaciones básicas del proyecto moderno colonial es el convencimiento de que desde su posición la blanquitud puede entender al mundo, y explicarlo y darlo a conocer.

Para actuar sobre esta realidad, cada persona desde su lugar, necesitamos dejar de mirar de manera universalista, y esto no necesariamente significa pensar en chiquito, no necesariamente es achicar la escala, es más bien cambiar nociones de tiempo y espacio. Los colonos y sus herederos deben reconocer el fracaso a escala planetaria de su proyecto.

Creo también que contextos como este pueden activar sensibilidades. Pues sí, abracemos el fin del mundo y demos fin a este sistema de muerte que occidente nos impone. Nos toca activar modos de acabar con este mundo. Activar la intuición, descreer de la racionalidad occidental, hablar lenguas ininteligibles para el depredador, y pienso en Anzaldúa cuando nos llama a «hablar en lenguas».

MM: Que la palabra sea única y verdadera, dicen los antiguos de todos los pueblos que han habitado la Tierra. Pero ¿hay una sola palabra y una sola verdad? ¿Qué es la palabra de un pueblo? Es el modo en que se percibe la vida, y las muchas formas de nombrarla, también el compromiso asumido para sostenerla. Sin embargo la occidentalización del pensamiento, como un pensamiento único y civilizador, ha llevado adelante una masacre, un epistemicidio mundial, en el que la hegemonía del poder se ha impuesto a sangre y bala. La esencia epistemicida del sistema homogeneizador, ataca las estructuras filosóficas de los pueblos que resisten, debilita las alianzas e inocula el virus del terror. El discurso hegemónico defiende los valores economicistas, se articula desde la institucionalidad, plantea la idea de la modernidad, posmodernidad, y el modelo de desarrollo depredador, expoliador y asesino, como la evolución humana. Todo pensamiento que no sea elaborado en el laboratorio ideologizador occidental, no está validado, es subestimado, descalificado y desechado. Los discursos hegemónicos, han impuesto su miopía a la hora de analizar nuestras realidades, desde ese recorte han ocultado las verdades incómodas, que exponían la imperfección del sistema y sobre todo las injusticias concebidas en él, es decir han intentado negar su inhumanidad. Sin lugar a dudas el daño perpetrado es inconmensurable, el discurso hegemónico debe ser removido de su pedestal. Una nueva humanidad debe nacer desde la escucha de todas las voces, la asimilación de todos los saberes, con la diversidad como estandarte, en una pluriversidad del conocimiento y desde la unidad del más importante consenso: el respeto al orden cósmico.

LM: La modernidad es también un proyecto corporal, se encarna. Y es realmente bien problemática la noción de humanidad que nos propone Europa, ¿no? El proyecto moderno humanista define lo humano, le pone límites, medidas, capacidades, posibilidad de circulación, cis-heterosexualidad, etc. Nos encontramos con que los derechos humanos dejan afuera aquello que no entra en su definición de humano, y además ahí reside su principal interés. El humano es un individuo, y por ejemplo en esta pandemia, la salvación pasa por no tocarse y estar a mínimo un metro de distancia de la otra persona, apelando en esta ética del cuidado a la responsabilidad individual. Europa organiza la vida de modo que la gente muere sola. En estos días leía a Yásnaya Aguilar, lingüista de origen mixe, hablando sobre las flores del sauco y sus propiedades sanadoras durante las fiebres. Contaba cuál era la preocupación de los mayores de su comunidad. Y esta era morir en soledad sin que ninguna mano sostenga y acompañe, apretando fuerte, en ese paso hacia la muerte, decía de una anciana que quería estar segura de poder entrar en el largo descanso tranquila y oyendo voces de amor que estén cerca.

MM: Para el pueblo mapuche el humano no es un individuo, es un ser colectivo, por eso es que le denominamos che, que significa «gente». En cada persona anida la memoria y espíritu de sus ancestralidades, pero también las fuerzas de la tierra en la que se originó su vida, a las que llamamos pu newen, fuerzas o energías, como por ejemplo de leufu, río; pangui, puma; mañke, cóndor, etc. Pueden habitar nuestro ser, somos esencialmente colectivos, parte de la naturaleza, habitamos un territorio y el territorio nos habita. Humano, territorio, naturaleza, la suma de esas tres palabras me llevan a pensarme en una sola especie, Terrícola, es esa la unión indivisible con todos les seres que habitan este planeta. Mapuche significa «gente de la tierra», ser gente, humane, es ser parte de ella.

LM: Recuerdo a Lolita Chavez, defensora de la tierra y el agua, defensora de la vida, del pueblo maya k’iche, hace unos años en Barcelona. Era el día del medio ambiente y ella daba la conferencia principal en un evento, de pretendida conciencia ecológica, que organizaba el ayuntamiento, comenzó Lolita diciendo «acá hablan de medio ambiente, pero yo no tengo nada que ver con este concepto, no hay ningún medio entre el río y yo».
 Vengo de zona rural y ventosa y el viento siempre dice cosas, el cielo del atardecer anuncia qué tipo de viento soplará al día siguiente. Si el cielo está rosa cuando el sol cae, es que se viene ventarrón. «La información que nos da el viento es nuestro diario, leemos de otra forma», decía Josefa, del pueblo wichí y parte del movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir, quienes organizaban el campamento climático Pueblos Contra el Terricidio, donde nos juntamos algunos cientos de gentes. Esta noción de terricidio creo que vuelve más comprensible el momento actual a la vez que es terrible. El mundo como lo conocemos se hace añicos, es un mundo de muerte, pero en muchos otros mundos se ensayan formas de vida. Amigues del pueblo Nasa, ubicado en el valle del Cauca, me contaban que su propia noción del «buen vivir», algo que está presente en las diferentes cosmogonías de los pueblos de Abya Yala, es «el vivir sabroso». En este vivir sabroso se vincula todo lo vivo: la vida en comunidad, la vida espiritual, la armonía con la naturaleza. Y hoy, en medio de esta hecatombe, que por cierto significaba en su origen el sacrificio de cien bueyes, ¿qué nos viene a gritar el terricidio?

MM: El terricidio es el asesinato de las tres dimensiones de la vida: el mundo tangible, llamado «medio ambiente»; el asesinato de los pueblos que contribuyen a resguardar la vida de los territorios; y el asesinato del mundo perceptivo, es decir la aniquilación de los espacios sagrados, en los que brota la vida. El terricidio se expresa a través del genocidio, el epistemicidio, la contaminación, el extractivismo, la pauperización de los territorios, los feminicidios, el racismo, y el especismo desintegrador, entre tantas otras prácticas terricidas. En suma, el terricidio es un crimen de lesa naturaleza y lesa humanidad, ya que se asesina de manera consciente bajo el único interés: el económico. Los gobiernos y empresas terricidas deberían ser juzgados y condenados por estos crímenes. Desde el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, estamos decididas a luchar hasta lograr que el terricidio sea considerado el mayor crimen contra toda forma de vida. Es por ello que en octubre del año pasado durante once días ocupamos el Ministerio del Interior de Argentina, para denunciar el terricidio; fue la primera vez que esta palabra adquirió visibilidad pública. Esta palabra me apareció durante una silenciosa reflexión en mi comunidad mirando el río, el cual esta amenazado por represas. Había que ponerle un nombre, una identidad a esas prácticas de muerte, luego con los diferentes planteamientos de las hermanas se fue construyendo el concepto más acabado, sin embargo sigue en construcción.

Los pueblos indígenas y sobre todo las mujeres indígenas, tenemos mucho para aportar a esta gran crisis mundial, nuestros saberes milenarios son necesarios para atravesarla. Hay una palabra en mapudungun que me gusta mucho, Yerpum, atravesar la noche. Y para ser gente, hay que tener varios yerpum, ya que sin vicisitudes, sin pruebas, ni dolor, no llegamos a elevar nuestra humanidad y a florecer en nosotres la empatía necesaria para caminar colectivamente. ¿Será este nuestro yerpum?

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