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ENTREACTO
Mascarillas, cams apagadas, plumas y voces, Irene Blanco-Fuente, Lucas Platero, Miguel Ángel López-Sáez

Los confinamientos de la pandemia han limitado la fisicidad y visibilidad de las personas dando una mayor atención a sus voces. En el texto, Blanco-Fuente, López-Sáez y Platero reivindican una conciencia de la escucha en relación con la expresión de género de las identidades LGTBQA+.
El colectivo Postpotorras realizó el videoclip Butler, yo soy wapa?, un homenaje paródico de la obra El género en disputa de Judith Butler donde academia, mamarrachismo y producción sonora entran en diálogo. © Elena Díaz @chachancla_
Investigadora predoctoral en el Departamento de Sociología: Metodología…
Profesor de psicología social en la Universidad Rey Juan Carlos de…
Doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente…

ENTREACTO

«Mascarillas, cams apagadas, plumas y voces» es un texto fruto de conversaciones y escrituras a tres bandas, entre Irene Blanco-Fuente, Miguel Ángel López-Sáez y Lucas Platero. A partir de nuestra pluma y tono de voz como acordes disonantes, planteamos algunos interrogantes que surgen de la experiencia encarnada e investigadora de la disidencia sexual y de género. Se trata de una reflexión abierta sobre las voces en tiempos de pandemia en relación con la construcción de sentido, las identidades LGTBQA+ y las apps de ligue.

Voces confinadas: resintonizar desde lo extra-ordinario

Si algo ha puesto de manifiesto esta crisis ha sido la vulnerabilidad que nos atraviesa, que también se percibe en nuestras voces. En la primera ola de la pandemia, las llamadas a través de diferentes dispositivos reemplazaron a los encuentros físicos, posibilitando otro tipo de contacto. Hace no tanto, esas llamadas hubiesen implicado oído, mientras que ahora la mayoría incluyen la vista. Sin embargo, el sonido de una voz al otro lado de un dispositivo sigue siendo lo esperable, y su ausencia suele ser indicador de algún problema técnico. No ocurre igual cuando la cam falla, que muy a menudo falla. O hacemos como si fallase.

La desaparición de lo corpóreo en la comunicación es común en tiempos de coronavirus. Apagamos nuestras cámaras en clases o en reuniones, nos habituamos a los recuadros negros que salpican nuestros escritorios. Lo habitual es ver una pila de nichos negros que, con suerte, tendrán un avatar o foto en formato esquela. Ante este escenario, a muchas personas se nos complica enormemente la existencia. La distancia social impuesta y la ausencia producen a menudo ininteligibilidad, nos causan cierto duelo por las relaciones que tenemos de otra forma, y por el vacío de quienes ya no están. Esta imposibilidad de ver (o que nos vean) puede a su vez limitar reconocimientos. Complicidades. Y sin una coreografía corporal visible, se hace necesaria una mayor conciencia en la escucha. No solo de qué se dice, sino también de cómo se dice. Articulamos cuerpos, discursos y afectos para facilitar un mensaje, permitiendo dar significado a la voz. Perderse los matices visuales complica la interpretación de lo que se escucha, la comprensión de quién se es, y desplaza nuestra atención a otros lugares: las voces, con sus inflexiones y tonalidad. Una voz que nos permite entender los estados de ánimo y el significado de lo que esa persona transmite.

La imagen trata de ilustrar la sensación de las cams apagadas.

Las cams apagadas obligan a ciertas renuncias, pero también lo hacen las mascarillas. Estos dispositivos nos protegen, pero también producen daños no siempre evidentes. Somos de nuevo las personas trans y no binarias, las personas queer, las personas sordas, las personas con alguna afectación anímica, las que somos «intensitas», las que somos reducidas a la materialidad de nuestras voces. Las que nos vemos abocadas a lecturas parciales, erróneas y/o violentas de quiénes somos.

En nuestra investigación sobre los efectos psicosociales de la pandemia por COVID-19 y las medidas del estado de alarma durante la primera ola en el Estado español sobre las personas LGTBQA+, nos encontramos testimonios de personas trans y no binarias que nos pusieron sobre aviso respecto a algunas dificultades concretas que se estaban encontrando. No solo es que mucha gente tuviera que volver al armario con convivencias intensivas con la familia, ocultar sus identidades en las interacciones con sus médicos o tratar de sostener sus vínculos cotidianos a través de las redes. Había problemas que no eran obvios, no estaban ligados con el virus ni la restricción de movimientos en sí mismos. En un contexto donde la mayoría de la población vivíamos una reducción drástica de contactos sociales que generaba una cierta soledad, los dispositivos de protección —como las mascarillas y las pantallas— estaban causando una interferencia en la interpretación del género de algunas personas.

Como nos decía un activista trans asentado en Barcelona, Damian, cuando la gente se dirigía a él sin poder ver su cara completa y juzgar su aspecto en conjunto, sus interlocutores daban un peso y atención importante a su voz. Así, la voz servía para juzgar si alguien era un hombre o una mujer, para imposibilitar otras opciones. Para este activista, el uso de dispositivos de protección tenía como consecuencia que se cuestionara su género (una situación que no es nueva para él, pero que había dejado atrás cuando hizo una transición social y corporal). Habitualmente era reconocido como varón, sin tener que estar en una alerta tan constante sobre cómo se le percibía socialmente, lo cual le permitía una vida mucho más vivible. Las vivencias de Damian no eran hechos aislados o solo suyos. Conocerlas nos sirvió para estar más alerta sobre los efectos posibles y no tan evidentes de la pandemia, que sugieren que hemos de fijarnos en un contexto más amplio y con más matices. Entre otros, conceptos como passing, armario, disimulo, malgenerización o espacios seguros, se volvieron muy relevantes para entender qué pasa cuando las respuestas públicas y sociales a la pandemia se hacen imaginando que la población es heterosexual, cis, de clase media, adulta, blanca o sin discapacidad (entre otras intersecciones sociales). Esto ocurre cuando se sitúa en la voz la fuente de información privilegiada para interpretar roles de género.

Construcción de sentidos desde lo sonoro: la voz en el centro

La voz tiene un carácter de encrucijada, de espacio intermedio en el que lenguajes, materialidades, tecnologías y afectos se anudan en la identidad. A pesar del peso otorgado a la voz desde lo racional-discursivo, la voz también denota una presencia1 que alude a una corporalidad. Escuchar una voz no es solo empaparnos del contenido de lo que dice, cómo lo dice y qué papel juega esta voz en un contexto determinado. También es una manera de acudir a las categorizaciones sociales, con interesantes claves en términos de espacio, poder y reconocimiento. Aquí podemos recordar a Judith Butler cuando dice:

El hecho de que el acto de habla sea un acto corporal significa que el acto se redobla en el momento del habla: existe lo que se dice, pero existe también un modo de decir que el “instrumento” corporal de la enunciación realiza.2

La voz puede entenderse como una materialidad sonora y relacional. No constituye un atributo esencial e inherente al sujeto individual, sino que se configura socialmente a partir de las interacciones. Por ello, podemos afirmar que sonido, escucha y silencio se entrelazan en la construcción de sentido. Sostener que «el sentido suena»3 invita a cuestionar el privilegio de la visión como percepción sensorial primordial en la tradición occidental, que responde a lo que Anne Karpf 4 denomina «jerarquía de sentidos». En esta línea, Remedios Zafra5 tilda de «ocularcentrista» este protagonismo otorgado a la vista, lo que nos lleva a olvidar la importancia de otros sentidos que están implicados en el conocerse a sí y a otras personas, que median por tanto nuestras relaciones. En el momento actual, ante la imposibilidad de proximidad o de la mirada sincrónica, con nuestras cámaras apagadas y nuestras mascarillas puestas, hemos de acudir a otras fuentes de información, como es la voz.

Sin embargo, las luchas por el reconocimiento social de ciertos grupos excluidos a menudo se han hecho a través de políticas de visibilidad, habitualmente protagonizadas por quienes pueden afrontar los costes de dichas transgresiones. Dicha visibilidad supone a su vez un cuestionamiento de la división público/privado, donde la sexualidad pareciera estar relegada a un espacio de intimidad, mientras en realidad está altamente regulada en los espacios privados. Este falso binarismo parece decirnos «mantén eso en tu vida privada, ¿a quién le importa?», mientras se nos bombardea con formas normativas de encarnar la sexualidad, las normas de género o la corporalidad. Este ocularcentrismo podría ampliar sus narrativas a las políticas del sonido y la escucha6, donde plantearnos también qué voces nutren cada uno de los componentes de la división público/privado, cómo suenan esos espacios y qué implicaciones tiene la subversión de ciertos paisajes sonoros.

La idea que tenemos de la voz se vincula con la construcción del sujeto moderno occidental. La supremacía de lo racional frente a lo corporal desemboca en una comprensión de la voz fundamentalmente ligada a la expresión del pensamiento, que deja en un lugar subordinado a la materialidad sonora7. La imposición de este paradigma europeo patriarcal y colonial8 construye también desde lo sonoro una serie de desigualdades, donde encontramos una voz asociada al poder, a la razón y a la legitimidad por oposición a voces relegadas a la subalternidad9. Esta jerarquización se traslada a qué vidas merecen ser escuchadas, parafraseando a Butler10 de nuevo, donde se erigen muros intangibles en un espacio sonoro imposible de sortear para muchas.

Recuperamos también a Gloria Anzaldúa11 cuando dice que las voces en los márgenes son sonoridades en la frontera, que tensionan y producen rupturas en el pensamiento dualista. Frente a una expectativa reduccionista de lo que se espera de un cuerpo, lo sonoro excede esta categorización hegemónica. Existen diferencias anatómicas que justifican la diversidad de voces existente, pero las posibilidades de la voz son múltiples debido a su amplio rango de variación12. La voz fluctúa, no es estática, y se modula también como respuesta a las relaciones sociales. Un ejemplo de ello lo constituyen las distintas formas de hacer uso de la voz según el espacio en el que estamos, cuáles son los códigos que operan, lo seguro u hostil que percibimos dicho contexto, etc. Nuestra voz puede articularse para despojarse transitoriamente de la pluma, entonar un acento más normativo o tratar de reproducir formas de habla menos señaladas. Así pues, la voz puede plegarse a determinados mandatos o desestabilizarlos, entrar dentro de lo que la norma espera según quién emite ese sonido o romper esa expectativa.

Identidades discordantes. La voz como extensión corporal LGTBQA+

En 1936, Lewis Terman y Catharine Miles señalaban que la voz era uno de los indicadores claves que daban sentido a los conceptos de masculinidad y feminidad. La homosexualidad y las relaciones entre varones se detectaban, entre otras cosas, por la voz, especialmente si eras un «homosexual pasivo». De ellos decían: «No solo acentúan las cualidades femeninas que pueda poseer, como una voz aguda, sino que también intentan imitar a las mujeres en su forma de hablar, de caminar y en sus gestos»13. En sus casos de estudio sobre dieciocho presos homosexuales, distinguieron como indicadores las voces de siete de ellos al ser: «suaves, tranquilas, soprano y deliciosamente agradables».

Los postulados de Terman y Miles influyeron a su vez en la construcción de la identidad de género de John Money y Anke Ehrhardt14, que rescataban «el timbre de voz profundo» como una de las «reglas de complementariedad» que corresponde a los hombres y de manera inversa a las mujeres. Estas derivas y afirmaciones simplistas no son muy diferentes a los talleres de adaptación del habla que proponen las Unidades de Identidad de Género de los hospitales españoles en la actualidad15. Con esta mirada, las voces agudas y graves son algo más que voces: se convierten en evidencias de una lógica monosexual, donde una expresión particular de la voz es una evidencia de masculinidad (o feminidad) y, por tanto, de la imbricación de lo que llamamos sexo y género. Algo que hemos heredado de estos postulados psicológicos —y que sin duda tiene continuidad a día de hoy— es la imposición de una forma de estar y de tener voz.

La voz, como signo, articula toda una serie de dispositivos que pretenden ceñir a los cuerpos a la norma. En relación con la identidad de género y orientación sexual, la voz se pliega a unos marcos que se construyen a partir de un binomio de masculinidad/feminidad, donde ya no es solo que exista una jerarquización en base a qué sonidos están más legitimados, sino que la transgresión de dichos sonidos implica también una penalización. Cuanto menos «ruidosa» sea esa voz, cuanto más se acomode al paisaje sonoro de la norma en una supuesta concordancia entre voz y materialidad, mayor será el passing (que no nos noten que somos y damos una nota discordantes).

Como señala acertadamente Magri: «La voz aparece como un lugar nodal, como un espacio donde se suspenden dualismos, como un dessujetarse del ser»16. Pero la clasificación que hacemos de la voz opera paralelamente a la jerarquía social, por lo que un determinado tipo de acento o una tonalidad que no se reduce a los marcos del género que se presupone, etc., son ejes desde los que se trazan ausencias y presencias. Se construye una voz de autoridad por oposición a la que no la tiene (o no en la misma medida): se conforman atmósferas sonoras cargadas de afectos que dan lugar a que determinadas voces se desdibujen, a desigualdades en las formas de habitar el espacio sonoro que no son inocentes.

Eliminar pluma y acentos, modular la voz y/o imitar a otras voces más normativas son solo algunas de las estrategias más habituales que se han acrecentado durante la pandemia. Evitar agresiones en el teléfono, en tu vecindario, en el supermercado o de potenciales ligues obligan a una autovigilancia de esa práctica social que es poner la voz. Ese mapa sonoro, tu voz, te da un pase de entrada (o no) a ciertas esferas de lo social. A falta de la fisicidad de los cuerpos, pueden aparecer algunas lecturas deseadas. Lecturas efímeras, siempre y cuando el passing tenga cierto éxito. Todo va bien mientras no se te note la pluma, que eres de otro lugar, que eres latina, africana, trans, marica, bollera, etc. ¡Ojo! Al más mínimo desliz, este boleto performativo puede poner(te) en sospecha, puede marcar(te) identitariamente y relegar(te) a una otredad cargada de obstáculos, que pueden apagar(te) la voz.

Ligar y pasar en pandemia: diles cómo hablas y te dirán quién eres

En tiempos de coronavirus, también es frecuente ligar por apps.
Una prueba de voz o un mensaje de audio suelen ser algunas de las peticiones frecuentes, además de las fotos. En muchas apps, evitar el slide de next o un bloqueo puede depender de tu voz. La sanción a las voces no normativas —a voces que no responden a los parámetros de lo esperable en función de sus atributos— tiene que ver con la etiqueta «MASCxMASC», con rechazar la masculinidad de las mujeres butch o con la transfobia. Mandar un audio también implica poder escuchar ese audio, tomar conciencia de la voz enviada y mediatizada por un dispositivo ajeno al cuerpo en una simbiosis cuerpo-móvil-app. Podríamos decir que la pandemia ha incrementado esta profesión de «locutoras a tiempo completo», por WhatsApp o Telegram (apps que vieron incrementado su tráfico considerablemente en los distintos confinamientos)17.

La voz contiene a menudo un componente háptico: la voz nos toca, y lo hace en un momento en el que no podemos tocarnos sin aplicar gel hidroalcohólico y en el que debemos mantener la distancia social preventiva. Con su materialidad, la voz nos hace presentes y nos hace deseables, nos ofrece reconocimiento y presencia. Es un lugar en disputa por las diferentes formas de pasabilidad, de reconocimiento en el sexo y género propio, en la pertenencia social, de navegar con nuestros acentos los controles de identificación policial tratando de no ser «tan visibles». En ese sentido, la voz juega un papel importante en las apps de contactos, que resume y condensa quiénes somos en una única forma de expresión, devolviendo precariamente una representación simplificada. La voz se convierte en imagen de nuevo, se vuelve a una visualización de la voz que invisibiliza cuando tratamos de responder a las expectativas normativas. Pasar a escucharnos a través de la grabación como efecto secundario de la vida digitalizada.

Captura de pantalla publicada en Douchebags of Grindr (douchebagsofgrindr.com)

Coda. Ecos de tramas sonoras disidentes
Escuchar como lugar para el (auto)reconocimiento es un acto que desplaza a las miradas como lugares de afectación. Las voces, como alternativa a la reificación de lo visual, son puntos de fuga que nos posibilitan ser sujetos sin cobijarnos solo en la imagen. Pero no siempre esto es una ventaja. Podría serlo, siempre y cuando no ahonde en la brecha entre quiénes somos y cómo hacemos para ser escuchados, desde las identidades a menudo disidentes que habitamos. Esta situación actual de convivencia con la COVID-19 y las medidas de distancia social nos obliga a agudizar otras formas de reconocer, de ir más allá de los automatismos cotidianos. Ojalá podamos reflexionar en profundidad sobre cómo nos miramos y nos escuchamos, hacernos conscientes de nuestros discursos y los filtros que tenemos en las interacciones sociales. Poder ir más allá y penetrar ese momento, en el que aparece un audio anexado al grupo social, ese cuyas notificaciones suelen estar silenciadas, donde hay alguien que necesita que su voz se escuche.

Notas bibliográficas

  1. DOLAR, MLADEN: Una voz y nada más, Manantial, Buenos Aires, 2007. ↩︎
  2. BUTLER, JUDITH: Lenguaje, poder e identidad, Síntesis, Madrid, 1997, p.30. ↩︎
  3. BUBNOVA, TATIANA: «Voz, sentido y diálogo en Bajtín», Acta poética, vol. 27, n.o 1, 2006, p. 107. ↩︎
  4. KARPF, ANNE: The human voice. The story of a remarkable talent, Bloomsbury, Londres, 2006, p. 13. ↩︎
  5. ZAFRA, REMEDIOS: Ojos y Capital, Consonni, Bilbao, 2018. ↩︎
  6. LABELLE, BRANDON: Sonic Agency, Goldsmith Press, Londres, 2018. ↩︎
  7. WEIDMAN, AMANDA: «Anthropology and Voice», The Annual Review of Antropology, vol. 43, octubre de 2014, pp. 37-51. En línea: https://bit.ly/2TLu5YM [Última consulta realizada el 30 de abril de 2021. ↩︎
  8. LUGONES, MARÍA: «Colonialidad y género», Tabula Rasa, nº 9, 2008, pp. 73-101. ↩︎
  9. SPIVAK, GAYATRI CHAKRAVORTY: ¿Puede hablar el subalterno?, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2011 ↩︎
  10. BUTLER, JUDITH: Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Paidós, Buenos Aires, 2006. ↩︎
  11. ANZALDÚA, GLORIA: Borderlands/La frontera: The New Mestiza, Spinsters/Aunt Lute, San Francisco, 1987. ↩︎
  12. BIEMANS, MONIQUE: Gender variation in voice quality, Tesis Doctoral, Universidad Católica de Nijmegen, Utrecht, 2000. En línea: https://www.lotpublications.nl/Documents/038_ fulltext.pdf [Última consulta realizada el 30 de abril de 2021]. ↩︎
  13. TERMAN, LEWIS y MILES, CATHERINE: Sex and Personality. Studies in Masculinity and Femininity, McGraw-Hill, Nueva York, 1936, p. 284. ↩︎
  14. MONEY, JOHNY y EHRHARDT, ANKE: Desarrollo de la sexualidad humana (Diferenciación y dimorfismo de la identidad de género, Morata, Madrid, 1982. ↩︎
  15. LÓPEZ-SÁEZ, MIGUEL ÁNGEL y GARCÍA-DAUDER, DAU: «Los test de masculinidad/feminidad como tecnologías psicológicas de control de género», Athenea Digital, vol. 20, nº 2, 2020, pp. 1-30. En línea: https://doi.org/10.5565/rev/athenea.2521 [Última consulta realizada el 30 de abril de 2021. ↩︎
  16. MAGRI, GISELA: «Volver sobre los pasos del misterio. Pasajes de una investigación sobre y desde el canto popular en La Plata», en ALESSANDRONI, N. TORES GALLERDO, B. y BELTRAMONE, C.: Vocalidades: la voz humana desde la interdisciplina, GTEV, La Plata, 2019, p. 161. ↩︎
  17. WE ARE SOCIAL: «Report Digital 2021 España», 2021. En línea: https://wearesocial.com/es/ digital-2021-espana [Última consulta realizada el 30 de abril de 2021. ↩︎
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