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EDITORIAL
Concreta 22, Maternidad: «Un sufrimiento exquisito», Maite Muñoz Iglesias

Concreta 22 (otoño 2023) busca advertir de la divergencia entre la figura cultural de la madre y el hecho biográfico, entre la institución y la experiencia; manifestar el inconformismo frente a las expectativas opresivas ejercidas sobre las no maternidades y las no no maternidades. Cuenta con la edición de Maite Muñoz Iglesias y la colaboración de Julie Phillips, M/E/A/N/I/N/G, Emily LaBarge, Clara Benito, Larre, Luisa Fuentes Guaza, Paz Francés, Consuelo García del Cid, Alba Schiaffino, Artist Parents, Laida Lertxundi y Ren Ebel, entre otras voces reunidas en un coro de adres artistas.
(Badajoz, 1981) Comisaria e investigadora independiente especializada en…

EDITORIAL

La crisis que me atravesó con mi primera hija me pilló desprevenida. Después de dos perturbadores abortos espontáneos y un embarazo de riesgo, pensé que mi entrada en la ansiada maternidad estaría llena de dicha y asumí, de forma inconsciente, que por fin me conferiría el estatus de adulta y cierta validación social. Ideas interiorizadas a base de repetición persistente de mitos establecedores y perpetuadores de estereotipos de género, de una presión sutil pero poderosa.

Había oído del cansancio. Pensaba que estaba preparada para la renuncia, pero no conocía el profundo sentimiento de ambigüedad —esa mezcla de lo mejor y lo peor—, de la alienación o la extenuación que llegaron con el estreno de mi maternidad. No sabía de la culpa, la obsesión, la sensación de derrota, ni de la batalla contra mí misma que se inició con mi decisión —ahora sé que poco informada— de gestar (y fracasar repetidamente). Intenté asumir con entereza los diferentes malogros y violencias de los procesos de fertilización asistida a los que —desde el privilegio y la obstinación— me sometí durante dos años para conseguir gestar a mi segunda hija mientras me ocupaba, entre otras cosas, de los cuidados de la primera.

Y, durante todo este tiempo, sentí la soledad de una condición que al sistema patriarcal le interesa mantener en la esfera privada y silenciada, incluso desde la vergüenza, porque el aislamiento facilita la vigilancia y la gestión del poder, la domesticación. Tras preguntarme insistentemente si era posible ser fiel a mi voluntad feminista en tanto que madre, advertí la escasa visibilidad de referentes teóricos y estéticos, la carencia de escritura e imaginarios sobre el aborto (espontáneo o electivo), sobre los tratamientos para la fertilidad, la contracepción, la gestación, el parto, el posparto, la matrescencia o la crianza.

La historia del arte occidental adolece de falta de representaciones de mujeres gestantes, y especialmente de partos, a pesar de la universalidad de estos acontecimientos biológicos. Las etéreas vírgenes renacentistas de la iconografía cristiana, de sonrisa cándida y sensual serenidad, han contribuido a instalar en nuestro inconsciente el estereotipo perverso de la perfección de la existencia femenina alcanzado a través de la reproducción: el cliché de la madre sacrificada y dedicada a los cuidados con un amor incondicional que la cultura popular en sus diferentes manifestaciones se ha encargado de propagar.

El feminismo liberal, basado en conseguir la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres a través de reformas legales y políticas, ha sido negligente en el desarrollo de discurso en torno a las maternidades feministas: no se ha ocupado de reclamar las infraestructuras sociales facilitadoras y sostenedoras de la crianza, de reconocer el trabajo de los cuerpos que cuidan, de discutir las cuestiones bioéticas y las relaciones neocoloniales en los cuidados y las subrogaciones, de apoyar y empoderar a los cuerpos que gestan, de reclamar otras formas de parentesco basadas en los afectos y no en imposiciones biologicistas.

En mi búsqueda de asideros ante el desconcierto, descubrí —en ocasiones por recomendación de amigas cómplices y sostenedoras— el trabajo de escritoras y creadoras como Adrienne Rich, Moyra Davey, Jane Lazarre, Verity Bargate, Rachel Cusk, Tala Madani, Camille Henrot, Judy Chicago o Carmen Winant, entre muchas otras, que han explorado los vértigos frente a las andanzas de la maternidad y que entraron a formar parte de mi comunidad (real e imaginaria) de soporte en este proceso de metamorfosis crítica. Las anécdotas, la autorreflexión en forma de ficción especulativa o de autoteoría1 y la compartición de recursos aparecen en el trabajo de estas autoras en un esfuerzo de autorrepresentación, de crítica reparativa, rebelde y transformadora. Lo confesional se abre paso en sus obras no por narcisismo, sino con el propósito de generar espacios donde lo personal se mezcla con la investigación para detectar afinidades y tejer relaciones restaurativas.

Las páginas que aquí siguen son un intento de contribución a este linaje de subjetividades que buscan advertir de la divergencia entre la figura cultural de la madre y el hecho biográfico, entre la institución y la experiencia2; manifestar el inconformismo frente a las expectativas opresivas ejercidas sobre las no maternidades y las no no maternidades3. Los siguientes ensayos escriturales y visuales pretenden ser otra aportación a la discusión en torno a la relación entre creación, maternidad y feminismo (Emily LaBarge, Laida Lertxundi, Ren Ebel), qué sucede cuando las mujeres tienen voz para problematizar sobre la maternidad en sus trabajos sin miedo a verse trivializadas (M/E/A/N/I/N/G), qué sucede con la madre artista cuando las circunstancias le impiden obedecer al mito del genio creador en solitaria concentración (Julie Phillips), cómo se incorpora la interrupción o el aplazamiento al proceso creativo o cómo lo aniquilan (Larre), cómo afecta —para bien y para mal— ese potencial vínculo con las fuerzas telúricas de la vida y la muerte (Paz Francés, Consuelo García del Cid, Alba Schiaffino, Luisa Fuentes Guaza) o qué papel tiene la institución artística en la responsabilidad social de los cuidados (Artist Parents).

Porque el embarazo, especialmente aquel que no ha sido forzado por el contexto patriarcal, puede estar teñido de placer y generar cierta conexión con lo sublime. Porque el desplazamiento del centro y la consiguiente disolución del ego que acompañan a la maternidad pueden ser experimentados como un aligeramiento del peso de la existencia y un alivio de la hiperindividualización —o así lo he vivido yo—. Sin embargo, no podemos olvidar el poder que el heteropatiarcado, consciente del potencial político de la reproducción, ejerce sobre los cuerpos gestantes y sobre todo aquello que les atañe: la maternidad ha sido idealizada en su superficialidad, pero poco respetada en su complejidad y frecuentemente banalizada. Esta experiencia puede ser salvaje, de un amor inexplicable y hermoso hasta el extremo, llena de ansiedad y miedos: el terror de mantener vivo a otro ser humano, el miedo a convertirse en una mera madre… Porque es necesario seguir advirtiendo del malestar ante las promesas de felicidad normativa, seguir siendo un poco aguafiestas4, y continuar ensayando —juntas y revueltas— nuevas formas de resistencia.

Notas bibliográficas

  1. Fournier, Lauren: Autotheory as Feminist Practice in Art, Writing, and Criticism, The MIT Press, Cambridge, 2021. ↩︎
  2. El título del editorial procede de esta publicación. Rich, Adrienne: Of Woman Born. Motherhood as Experience and Institution, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1995. ↩︎
  3. «Siempre se hará sentir a la mujer como una delincuente… Las madres se sienten delincuentes. Las no madres, también». Sheila Heti: Maternidad, Lumen, Barcelona, 2019. ↩︎
  4. Ahmed, Sara: La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría, Caja Negra, Buenos Aires, 2019. ↩︎
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