logo Concreta

Suscríbete a nuestra newsletter para estar al tanto de todo lo bueno que sucede en el mundo de Concreta

CONTEXTO
Vida derivada: ¿subsunción informática o plataforma comunista?, Jonathan Beller

El autor analiza cómo el capitalismo computacional racial ha convertido los medios de expresión en medios de producción, poniendo a sus usuarios a trabajar y propone un posible plan económico y social que rescate la expresión.
Profesor de humanidades y director del Graduate Program in Media Studies…

CONTEXTO

Las infraestructuras mediáticas funcionan como, y sin duda son, capital fijo1. El cine, como primera fábrica desterritorializada, ha sido absorbido y reemplazado por la «nube». Las comunicaciones, cada vez más computarizadas, son fundamentalmente tecnología extractiva que pone en valor el capital independientemente de los mensajes que envía. Junto a la idea de que los instantes específicos de mediación tienen lugar dentro de la ecología de medios organizados en lo que denomino el «mundo ordenador» y Benjamin Bratton llama «el apilamiento», esta cuestión nos acerca a un significado más recóndito de lo que Claude Shannon sugería en su teoría matemática de la comunicación cuando decía que era condición indispensable ser «indiferente al contenido». Dicha funcionalización de la expresión, su transposición a números sin importar el medio del que emergen —o lo que expresan— puede entenderse retrospectivamente como la captación irremediable de la expresión por el capital. Este significado de la digitalización —y simultáneamente de la computerización y financiarización— más insondable tiene consecuencias para la producción visual y discursiva en cada uno de los niveles asociados a ella. El capital —ya con forma de ordenador—, se embarcó en un proyecto de digitalización centenario como condición de su existencia. La mercantilización, el trabajo asalariado y la forma monetaria realizaron dicha labor. Así, la subsunción de la comunicación en lo digital, su sometimiento, plantea el argumento de lo incomunicable: si es o no posible expresar algo que no ponga en valor el capital.

El autor analiza cómo el capitalismo computacional racial ha convertido los medios de expresión en medios de producción, poniendo a sus usuarios a trabajar y propone un posible plan económico y social que rescate la expresión.

Semejante problema no solo intensifica el interés en el análisis de lo que antes llamaba «economía de la atención» —y que ahora entiendo como «trabajo informático»—, sino que la total funcionalización de la expresión como instrumento de producción conlleva que, lo que denominamos tecnología, sitúe y declare de un modo consciente el pensamiento bajo asedio; hoy nadie en ningún lugar puede escapar de la constante relación con el sistema mediático del mundo2. La repercusión tóxica de las operaciones de este sistema se desprende globalmente en atmósferas, océanos y capas geológicas, en escalas múltiples hasta llegar al nivel del átomo. Y en forma de humano o de desecho inhumano, se encuentra en las calles, en los pueblos, en las costas, en las psiques y en las membranas celulares, en todas partes.

Finanzas tóxicas

Esta condición global, consecuencia de la financiarización del pensamiento y de la expresión, nos traslada de los medios de comunicación a las finanzas. La toxicidad del capitalismo oscila de Monsanto a la publicidad, del colonialismo y la travesía del Atlántico a las guerras imperialistas, las migraciones contemporáneas, el desahucio de billones, y la injusticia alimenticia y climática. Sabemos que el capitalismo ha cumplido, justificado y se ha beneficiado de un nivel de violencia que va más allá del entendimiento. No cabe duda de que su sistema de valor depende fundamentalmente del robo de la vida, del envenenamiento de aquella externalidad colonial llamada medioambiente; un lugar que también puede incluir personas: los humanos descontados. También sabemos, en gran medida gracias al trabajo de Cedric Robinson sobre la tradición radical negra en el marxismo negro, que el llamado capitalismo es ineludiblemente capitalismo racial: «La creación del negro obviamente sucedió a costa de un inmenso desgaste intelectual y psíquico. Fue un ejercicio obligatorio. Fue un esfuerzo proporcional a la importancia que el poder del trabajo negro acarreaba para la economía del mundo»3. La racialización y la forma-valor universal no son un fenómeno aislado: el valor no se constituye simplemente a partir del intercambio asimétrico del salario por el trabajo extraído, sino a partir del trabajo racializado, de las poblaciones coloniales históricamente devaluadas y de la esclavitud.

Los medios de comunicación no han sido capturados simplemente por el sistema financiero, sino que los medios son una extensión del sistema financiero4. El sistema del mundo mediático es una «fase superior» del capitalismo que, en sí mismo, se basa en el racismo de las civilizaciones, aquel que convierte en tecnologías de extracción de valor el sinfín de fuerzas de la cooperación social y la vergüenza colectiva. El capitalismo computacional racial ha convertido los medios de expresión en medios de producción.

El desplazamiento de la financiarización al terreno de los medios de comunicación expresiva —a la expresividad— lleva consigo una intensificación del poder afectivo del capital y una armadura, un despliegue y un desarrollo semiótico del valor-forma. Este asalto absoluto de la economía cuantitativa a través de cualidades culturales equivale a lo que Adorno y Horkheimer denominaban la «industria cultural». Sin embargo, no se trata simplemente de que la mediación, y consecuentemente la inteligibilidad en sí misma, se haya financiarizado, sino que la mediación y la inteligibilidad se han convertido en sí mismas en medios para una mayor financiarización y para la subsunción de dominios previamente extraeconómicos5. Las formas mediáticas son fábricas desterritorializadas en las que los espectadores —ahora «proveedores de contenidos»— trabajan, utilizando sus capacidades de atención afectivas y neuronales. La convergencia de las formaciones mediáticas y la informática —casi todos los medios hoy son, en efecto, medios informáticos— también conlleva una aproximación más profunda y granular a los cálculos financieros y una movilización más precisa de las máquinas y de sus métricas de captura. Esta condición, a la que llamo «capital computacional», conlleva en última instancia que casi toda la actividad social —por no decir cada uno de los habitantes del planeta—, esté condenada a jugar la apuesta del cálculo ambiental del valor.

Por lo tanto, la frase «el brutal cálculo de la autotraición», empleada para describir el canto forzoso de una hilera de esclavos en la que la performance orquestada por sus amos tiene lugar a cambio de conservar la vida frase que Jennifer Morgan atribuye a Saidiya Hartman—, se convierte en distintos grados en la norma de expresión general del capitalismo racial computacional. De ningún modo estoy mezclando la condición de la expresión con la de la propiedad de esclavos, sino diciendo que en este brutal cálculo de autotraición se halla, sin lugar a dudas, la perspectiva totalizadora del sistema del mundo mediático en el que cada transmisión entre especies se optimiza en favor de la creación de beneficio. Las consecuencias y las condiciones para el funcionamiento de ese sistema, tal cual está configurado, incluyen: los más de dos billones de personas viviendo con menos de dos dólares americanos al día, los que viven esclavizados, aquellos obligados a buscar indemnizaciones por la migración, los que sufren el hambre, la injusticia climática, el genocidio y demás, así como el lado oculto del complejo industrial militarizado, los mercados financieros, el sistema del mundo mediático y el fascismo fractal.

Aquel que recibe la violencia se determina algorítmicamente, fortuitamente, y de acuerdo a un cálculo de la diferencia social inserto en la violencia histórica, o lo que Hartman denominaba «el cálculo racial y… la aritmética política arraigada desde hace siglos»6 Este cálculo del capitalismo racial es el resultado de las formas «tradicionales» raciales, de género, y de una explotación nacionalista creciente envuelta en una capa semiótico-mediológica que representa a los cuerpos e inscribe en ellos los términos de las condiciones por los cuales pueden ser tratados, haciéndolos sistemáticamente legibles y, por lo tanto, funcionales. Evaluación por perfil racial, exclusión fronteriza, salarios bajos o inexistentes para las mujeres o las poblaciones coloniales… son algunos de los innumerables resultados de los sistemas semióticos organizados por el cálculo racial. En resumen, nos enfrentamos al tratamiento de las personas como superficies de escritura, como mercancías, como cantidades y, por lo tanto, hoy, como información. La globalidad se organiza mediante la violenta sobredeterminación y delimitación de los potenciales de las vidas de la gente.

Información tóxica

La codificación de los cuerpos y su tratamiento como medios de representación de lectura-escritura que recurren a categorías históricamente elaboradas tales como la raza, el género, la nacionalidad, la religión… nos traslada a la noción de información. La información no es una condición ontológica (no siempre ha existido), sino que se trata de una categoría histórica funcional que emerge del poder organizativo del valor forma, y específicamente de su relación con lo que conocemos como «precio»7. El precio fue el resultado de un cálculo de fondo que trataba de adecuar el valor del dinero con el valor del tiempo de trabajo abstracto universal inherente a cualquier mercancía. Dicho de otro modo, se trataba de un formato preinformático que, mediante una larga historia de las matemáticas, de instrumentos financieros y de la ciencia, dio lugar a la generalización de la informática como algo capaz de poner precio a cualquier cosa, desde el hecho de gustar una fotografía hasta a los aceleradores de partículas. En resumen, como sucede con el dinero, la información es una abstracción real —es aquello que puede posicionarse y detectarse cuando la totalidad social ha conseguido cierto nivel de complejidad, y esta complejidad es sociopolítica de principio a fin. Por consiguiente, la información, como el dinero, es un medio. La información es, en resumen, el medio del capitalismo racial computacional, su armazón informático. La información, o como yo la llamo, la «alienación distribuida cósmicamente», implica el ascenso de la información como el sistema representacional del capital computacional. Y como es del todo ubicua, la información señala no solo la subsunción o sometimiento de la vida planetaria, sino la subsunción o apresamiento real del cosmos.

El mero hecho de que el capitalismo, que hierve hasta evaporar la vida en esta pequeña esfera a la que llamamos tierra, pudiera subsumir no solo el universo conocido sino el desconocido, incluyendo aquello que la mecánica cuántica y la partición cuántica del multiverso necesitan, visibiliza de golpe y porrazo la extensión de la captura epistémica del capitalismo computacional racial y su trágico absurdo. Miramos a las estrellas a través de la lente de la esclavitud, y percibimos el universo a través —es decir, por medio de— esta. La esclavitud y la violencia colonial, el exterminio, genera una marca de agua imborrable en toda percepción humana: otorga significado a las cosas. Las matemáticas, la ciencia, las finanzas, la tecnología, la literatura, el cine, la poesía… todas las precondiciones de un saber informático-protésico se despliegan en lo que Christina Sharpe llama el despertar, el más allá de la esclavitud; como también lo denominamos nosotros.

La información no solo es una diferencia que marca la diferencia como nos ha enseñado Bateson, sino que se trata de una diferencia que marca la diferencia social. Aquí tenemos la conexión entre cualquier operación binaria y el capitalismo racial, y es esta noción —que el completo sistema de medios, finanzas e información asienta y funcionaliza la diferencia social— la que debemos comprender claramente si queremos que cualquier teoría política pueda evitar convertirse en la siguiente ronda de extracción capitalista. Sin una estrategia adecuada para la captura informática y financiera la política corre el riesgo de convertirse en una mera subrutina del capitalismo.

La teoría debe suponer un cambio para merecer la pena, no de cualquier tipo sino un cambio social; un cambio que no puede acumular capital. La teoría debe trabajar contra los códigos dominantes y contra la captura informática que se ocupa de cooptar la planificación y la liberación. ¿Cómo es posible pues mantener lo que aquí se ha dicho sin caer de nuevo en otro programa de producción capital? Esta línea de cuestionamiento autorreflexivo, diseñada para asegurar su posición más allá del capital, se ha demostrado como imposible una y otra vez. Althusser, por ejemplo, posicionó un afuera de la ideología después de demostrar definitivamente que la ideología no tiene un afuera. Matteo Pasquinelli recientemente apuntó, por lo tanto, «¿cómo pensar en una forma de capital que ya te está pensando a ti?»8. Sin embargo la cuestión aquí no es solo pensar, sino cómo despensar una forma de capital que ya te está pensando.

Nuevos espacios económicos

¿Y si fuera posible revertir la extracción de valor hegemónica que atormenta la expresión? ¿Y si fuera posible que cada vez que alguien hiciera arte, pensara en la comunidad, escribiera poesía, cultivara verduras, luchara contra la injusticia social, tocara un instrumento, o se comprometiera con el estudio, el sistema mediático del mundo no convirtiera las cualidades de dicha actividad en cantidad de información que pudiera ser extraída y capturada como valor alienado en la cartera de accionistas, bancos y estados policiales? ¿Y si cada aspecto de tu expresión no se entregara a la financiarización capitalista, si tus palabras y tu propio metabolismo no fueran usados para exacerbar la desigualdad sin importar lo que digas o hagas? Esta vía de escape de los medios tóxicos, de las finanzas tóxicas, de la información tóxica es a lo que se enfrentan los movimientos sociales, las tendencias autónomas, la poesía, y las luchas colectivas contra la injusticia y a favor de la liberación: a la captura y el desentrañamiento de nuestra expresión por los medios capitalistas, por el capitalismo racial computacional.

Lo que sugiero aquí es la posibilidad, y desde luego la necesidad, de crear nuevos espacios económicos; de llevar acabo una apuesta política e intelectual sobre la posibilidad de la financiación radical y la viabilidad económica anticapitalista. No es fácil para mí decir algo positivo sobre las finanzas, sin embargo el esclavo, aunque sujeto a una violencia irremediable por la colonización, la detención o la deshumanización, tampoco se alinea con dichas formas de violencia; la supervivencia del esclavo es una superación, como la lucha para la liberación y la vida. De este modo el «nativo» va más allá del propio régimen colonial, como también lo hace el trabajador con respecto a su engranaje laboral. En otras palabras, las aspiraciones económicas que emergen de las condiciones de violencia no se alinean con ellas. Esta división entre aspiración y explotación implica una división del rol de las finanzas como sistema matemático de adecuación entre entidades socialmente diferenciadas y del capital como sistema de extracción de valor jerárquico que se desarrolla por medio de la desposesión y el genocidio. Dónde tiene lugar y dónde se ramifica esta fractura está abierto a debate, sin embargo un programa para la subsunción de la expresividad a la inversa supondría la descolonización de los medios, de las finanzas, de la información, y del dinero así como la democratización de las herramientas financieras. En particular, los instrumentos de emisión monetaria, deuda, crédito, y de formas financieras sintéticas llamadas «derivadas» no pueden ser ya monopolizadas por los bancos, estados, carteles, industrias militares y sistemas carcelarios-genocidas. Tampoco la abstracción computacional de información, la recolecta de nuestros datos y metadatos, puede entregarse al capital fijo. Si las armaduras financieras que se han adherido inexorablemente a los medios expresivos no se destruyen de forma ludita, antitecnológica, aquellos que piensan a la manera de la revolución deberán enfrentarse a la necesidad de reconfigurar los mecanismos de distribución y reconocer que dicha abstracción de valor (la conversión de la calidad en cantidad, la vida en datos) no siempre remite valor al capital.

Al emplear los potenciales contemporáneos de la informática descentralizada, (actualmente desarrollada por proyectos de criptomonedas basadas en el blockchain), organizaciones de activistas, colectivos de artistas y movimientos sociales podrían comenzar a emitir sus propias divisas y crear sus propias economías programables que mantuvieran su actividad de los modos que ellos decidieran mediante la creación de estructuras que funcionaran de acuerdo a sus propios valores9. Lo que esto quiere decir es muy sencillo, que grupos con cosas en común, comprometidos con la producción sociocultural y el rediseño de la arquitectura y la participación social, puedan determinar los términos de sus propias evaluaciones y recalibrar activamente las condiciones de la economía desde la que cocrean el mundo. Del mismo modo que un colectivo de cineastas puede pretender hacer una película, o que un grupo de activistas puede planificar una estrategia mediática que incluya la visibilidad de la protesta, las organizaciones podrían planificar una economía en la que su expresividad financiara su propia continuidad.

Dicha posibilidad sugiere que dentro de pocos años cualquier organización o constelación de actores podría emitir acciones en sus proyectos sociales, culturales y estéticos con la facilidad (y la increíble habilidad) con la que se publica en las redes sociales. La existencia de una plataforma o plataformas que permitan tal facilidad de emisión y diseño de las economías sería como decir al estado propietario: «A la mierda el ingreso básico, queremos capital básico». Es difícil, pero no imposible imaginar que constelaciones de agentes radicales pudieran conseguir tales participaciones en el capital de sus propios proyectos sin colonizar por o mediante el valor-forma internamente su propia actividad. Esta llamada a la autoemisión, al dinero programable sin duda se trata de un juego peligroso, sin embargo como indican términos como «posfordismo», «capitalismo cognitivo», y «economía de la atención», es un juego que ya está en marcha y muchas de las herramientas pertenecen a aquellos quienes, objetivamente hablando, son nuestros enemigos. Confiscar los medios de producción, entendidos como infraestructura computacional o cognitiva, requiere de algo que ha sido olvidado en el curso hacia la revolución de los últimos cincuenta años: un plan económico. Actualmente la abstracción del valor, bien mediada por el dinero (en el trabajo, a través del salario: cantidad por calidad) o por la información (en las redes sociales, a través de por ejemplo los «me gusta»), está unida a la extracción del valor. Mediante herramientas que permitan a la gente programar sus propias economías en el día a día y crear sus propios espacios económicos sería posible tener abstracción del valor sin extracción del valor tal y como sucede con los proyectos cualitativos (nuestros tiempos vitales sociosubjetivos) que no se verán amenazados por la abstracción, sino que se convertirán en interoperativos dentro de una economía mayor, sosteniendo dichas cualidades.

Tales esfuerzos de autoemisión monetaria vinculados a la expresividad de un nuevo espacio económico crearían un rastro informático de lo social, una constelación de agentes radicales. Este rastro archivaría estos esfuerzos y evolucionaría en forma de red de actividades comunicativas en evolución, materializando su expresión de un modo efectivo e inalienable. Actores, participantes, escritores y lectores podrían compartir acciones en un proyecto. La inscripción y archivo de los vínculos erótico-atencionales que se combinan en las «comunidades imaginadas» —y que hoy extraen las plataformas centralizadas intensificando exponencialmente la alienación— podría ser readaptado mediante un conjunto de controles democráticos en los que los productores de lo social participaran del producto y de su gobierno directamente. En tales casos el producto no es solo un objeto cosificado sino todo un proceso, una formación social, un modo de vida. Concretamente, una constelación de actividad expresiva generaría su moneda local que sería interoperativa dentro de otro espacio económico y también podría generar liquidez para aquella constelación con la participación de sus colaboradores. Estos crearían motores para la organización y otros recursos hacia modos de socialidad sostenible.

Si fuera posible configurar tales espacios sociales de actividad sostenible, para aquellos que se oponen (opondrían) al capitalismo racial computacional tendría sentido desplazar sus prácticas hacia dichas formas cooperativas. Este grupo estaría formado por la mayoría de nosotros, en el doble sentido de mayoría numérica planetaria, y como la más amplia fracción de aspiración y potencial en cada individuo «atomizado», encerrado y obligado a trabajar. Con economías diseñadas democráticamente, que liberen la expresión en lugar de extraerle su valor, se torna posible imaginar no solo una cooperativa capaz de crear su propia economía programable, operando bajo la dirección de su propia emergencia, sino una plataforma de cooperativas, de gente trabajando en economías no extractivas que interactúan una con la otra partiendo de unos valores compartidos y concebidos firmemente. Mediante la directa vinculación de la expresividad y la política hacia espacios económicos de autoría propia, grupos de abogados podrían crear coberturas contra el sistema financiero dominante que dijeran «ven y arriésgate con nosotros». Al crear una autoría propia de sus derivaciones —para ello son efectivas las monedas autoemitidas, para crear coberturas— los liberacionistas pueden escribir los términos de sus economías y arquitecturas sociales en lugar de tenerlos inscritos en sus cuerpos, en sus espacios y en sus futuros a través de los bancos y de los estados soberanos. La cordialidad de un sistema cuya autoría se crea democráticamente, cuyos movimientos son autosostenibles, atraería continuamente tal cantidad de participantes que la economía capitalista podría vaciarse lentamente e implosionar. Sin embargo, no debemos esperar que el capitalismo desaparezca sin pelear.

Esta es la lucha que muchos, a su manera, han realizado durante un largo período: la lucha por un mundo que no sea discriminado y explotado, y por unas economías no extractivas. Quizás haya llegado la hora de apostar hacia la emancipación. Para que el cambio dure, es decir, para revertir la subsunción de la expresividad poético-política y prevenir que el trabajo sea inmediatamente monetizado por los dioses de «es lo que hay», la política radical necesita aprovechar tanto los siglos de luchas difícilmente vencidas como las nuevas estrategias monetarias, incluso si la meta conlleva la abolición del dinero en sí. Un camino hacia la justicia reparativa y la lucha de liberación es una plataforma comunista supranacional. La subsunción invertida de la política y de la expresividad requiere de plataformas económicas democráticas capaces de vaciar el capital desde dentro. Nuevas estrategias de vida artística y solidaria pueden experimentarse, diseñarse, afinarse, y asegurarse en una plataforma criptográficamente incorruptible, descentralizada y distribuida masivamente, una propiedad colectiva de aquellos que participan construyéndola con su propia socialidad vital. La programación socioeconómica granular ya está de camino, y su autoría debe ser democráticamente construida si no quiere ser fascista. Si en los días de Benjamin el fascismo excluyó a la democracia estetizando la política, a lo que el comunismo respondió politizando el arte, el fascismo fractal de hoy extiende a una escala planetaria dicha exclusión y lo hace mediante la financiarización de la expresión, la programación del afecto, y la recogida de metadatos. El comunismo hoy, concebido urgentemente como universal, ni unificado ni como lucha unitaria del oprimido, debe responder a través de la descentralización y democratización radical de las economías de la financiación expresiva.

Notas bibliográficas

  1. BELLER, JONATHAN: The Message is Murder: Substrates of Computational Capital, Pluto Press, Londres, 2018. Asimismo, la versión inglesa del presente ensayo formará parte de un volumen editado por Nick Axel, llamado Work, Body, Leisure, Hatje Cantz, Berlín, 2018. ↩︎
  2. BELLER, JONATHAN: The Cinematic Mode of Production: Attention Economy and the Society of the Spectacle, Dartmouth College Press, Hanover, 2006. ↩︎
  3. ROBINSON, CEDRIC J.: Black Marxism, University of North Carolina Press, Chapel Hill, NC y Londres, 1983, p. 4. ↩︎
  4. BELLER, JONATHAN (2018): Óp. cit. ↩︎
  5. Ibídem. ↩︎
  6. Hartman citado en SHARPE, CHRISTINA: In The Wake: On Blackness and Being, Duke University Press, Durham y Londres, 2016, p. 13. ↩︎
  7. BELLER, JONATHAN (2018): Óp. cit. ↩︎
  8. ASQUINELLI, MATTEO: «Capital Thinks Too: The Idea of the Common in the Age of Machine Intelligence», open!, 11 de diciembre de 2015. En línea en http://www. onlineopen.org/capital-thinks-too [Última consulta realizada el 1 de marzo de 2018]. ↩︎
  9. He llegado a pensar, o mejor dicho, me he permitido pensar de este modo, en parte gracias al resultado de mi trabajo con la Economic Space Agency (La agencia económica espacial), un grupo internacional de filósofos, activistas, economistas políticos o diseñadores de juegos centrado en la próxima generación, informática criptográficamente asegurada y descentralizada como el blockchain que se basen en criptomonedas como Bitcoin o Ethereum para crear una plataforma donde la fácil autoemisión de monedas sea posible. ↩︎
Relacionados