logo Concreta

Suscríbete a nuestra newsletter para estar al tanto de todo lo bueno que sucede en el mundo de Concreta

EDITORIAL
Concreta 12, Cine por venir, Sonia Martínez

Concreta 12 (otoño 2018) plantea diferentes aproximaciones a lo que podría ser un cine por venir hoy. Y lo hace desde miradas que parten tanto de la desmaterialización digital y la multiplicación de pantallas y cámaras, como desde las formas de rematerialización de lo fílmico: su «hacerse cuerpo» en lo cotidiano y lo real, su promiscuidad relacional con otras prácticas artísticas y sociales, y sus rupturas, desvíos y desvaríos contemporáneos. Cuenta con la colaboración de Pere Portabella, Miguel Ángel Baixauli, Sonia Martínez, Vicente Ponce, Natalia Marín, Christine Buci-Glucksmann, Patricia Pisters, Andrés Duque, Álvaro de los Ángeles, Glauber Rocha, Manuel Asín, Daniel Pitarch, Daniela Ortiz, Los ingrávidos, Isabel de Naverán, Christa Blümlinger, Ana Carvalho, Fabio Costa Menezes, Vicent Carelli e Tita, Chus Domínguez y Belén Sola y Societat Doctor Alonso.
(Valencia, 1976) Trabajadora cultural. Centra su actividad profesional…

EDITORIAL

La revista podría empezar con esta cuestión: si la aparición del cine provocó un cambio de pensamiento, en el pensamiento, ¿qué mutaciones propondrían la imagen digital y lo virtual?

Sin embargo comienza en una escena de Cemetery of Splendour de Apichatpong Weerasethakul, estamos viendo un paisaje tropical y x personas, separadas, de espaldas, buscan un lugar para mirar, no lo encuentran, se mueven, escogen otro, hay un momento de suspensión pero la imagen acaba pronto y se disipa, y todo vuelve a empezar. El cine quizás está ahí: pararse a mirar, fijar la atención, elegir la proyección. Cristalizarla. Proyectarla. Remezclando memoria(s) y presente(s). Actualizándola.

Pararse a mirar (y sin embargo hay cosas que no se miran).

Pero quizás está en el movimiento, en el traslado, en el interlineado, en el puro desplazamiento, en la huella del píxel desplazado (y aquí se desplaza el texto), en el mero tiempo, en su desarticulación (la del tiempo unitario), en el montaje. Tiempo de atención y afección. Tiempo de montaje. Ritmo. Ritmos.

Comienza en un tren, viajamos con Vicente Ponce a entrevistar a Pere Portabella, nos cuenta que es cineasta porque se salió del cine, le preguntamos por la forma útil hoy, nos habló de usuarios. Nos dijo que la memoria es imprescindible, como lo es no moverse del presente. Convocamos entonces, con Manuel Asín y Daniel Pitarch, a Glauber Rocha.

Especulamos, conscientes del poder de la imagen para construir el mito, la historia, el porvenir, con la invención de un dispositivo que sea un momento colectivo. Un tiempo. Una relación. Una lectura. Una potencia. Un proceso. Varios. Quizás sea eso el cine, una profecía de momentos por venir, entre, con, otros. Un multiplicarse, un disolverse, juntos.

Inventar el momento. ¿No es lo que nos deja mirar el ojo digital de Virginia García del Pino y nos relata Álvaro de los Ángeles? ¿No es la invitación de Natalia Marín a habitar superficies imaginadas?

Hacer visible lo invisible, más real que lo real. Como en Vampir Cuadecuc, ¿recuerdas ese murciélago que se desplaza por sus raíles de hilo de pescar? Como poner en escena Andrei Rublev (Societat Doctor Alonso), quedándonos en lo esencial, tiempo, imagen, oralidad. La misma que proclama María Salgado en palabras de Isabel de Naverán, que son palabras, de otros, nuestras. Si internet es una lengua que hablifica la escritura qué no hará con la imagen.

Mostrar el artefacto es reivindicar la presencia, los afectos, las diferencias, el tránsito. El ritual, la magia. Lo funcional. Mostrar el artefacto, el maquillaje, es invocar el ahora, el durante. Como en ese baile de Glauber Rocha, ritual y político, como ese eco en la cueva de Palomera, bárbaro, difuso.

Si todas las experiencias posibles están mediadas el reto es provocar otros estímulos, otras (re)configuraciones, otros usos, otros contextos. Aunque el medio propone realidad, mantenemos el poder de (re)construirla. El artefacto nos es dado, pero tenemos la capacidad de imaginar y componer lo real.

El número compila proyectos, ideas, tesis que están siendo, que ya fueron o que serán (tal vez), sin jerarquías. Presente, pasado, futuro. Instantes-ahora, políticos, que se leen en papel, dispositivos electrónicos portátiles, de sobremesa o pantallas planas, en simultáneo.

Y fantaseamos que esta revista es una película que se está haciendo cada vez que alguien la cuenta, cuando el Laav_ imagina su siguiente plano, cuando Patricia Pisters enciende su ordenador para dialogar con Andrés Duque, en el momento que ese niño dice que no necesita ver las fotos porque «ya» las ha visto al disparar, Narciso o la princesa de Uncle Boonmee se miran en el lago, tú creaste el reflejo, sin ti no podría haberlo hecho, imagen bifaz, imagen-tiempo.

Pero quizás está en el movimiento, en el pasaje, entre-lineado. Al mismo tiempo en tu pantalla y en la mía. Iguales pero diferentes. Sin referentes. Imagen-flujo.

Está siendo mientras discutimos sobre la traducción de perfectibilidad, el cine ensayo de Christa Blümlinger, la imagen-proceso que nos subraya Miguel Ángel Baixauli o el «cine segundo» de Christine Buci-Glucksmann.

Alguien dijo que somos hacedores de imágenes involuntarios, ¿o tal vez seremos haces de imágenes? Alguien que el cine está en los vídeos caseros o en las imágenes satelitales. No en el disparador, sino en la apropiación, la descontextualización, la reutilización, el programa de edición, la remezcla. Tal vez somos cristalizadores de situaciones, de imágenes o más bien personas-cristal. Haces. Lo que no se ve. Nos contaban que el ruido pertenece a los pobres, y a mi me parece que es válido tanto para la imagen como para el sonido. Entonces, párate, escucha tres minutos y sigue leyendo, ¿en qué película vibras?

Lo que no se ve lo muestran Daniela Ortiz y el colectivo Los ingrávidos. Lo que no se mira nos enseñan a verlo los pueblos indígenas, alejados de la imagen-marca, a los que nos introduce Video nas Aldeias.

Augusto es tikuna, vive en la selva amazónica, se refiere a lo que nosotros diríamos que «no se ve» como que «no se mira», sitúa la decisión de mostrarse a lo que «no se ve», porque mantiene su autonomía y su subjetividad, porque el acto de mirar es una decisión compartida, relacional.

Una revista que se aprehende con el cuerpo. Se prende. Inacabada. Incompleta. Una lectura en busca de un formato. De un tiempo que conjure otra experiencia. Una editorial que no lo es. Una película que no se mira. Una presencia. Pura materia, lenguaje, cine. Una edición que es un lugar construido en pasado para un futuro que es un presente común. Una pregunta sostenida in continuum: ¿qué es el cine por venir?

Leíamos una vez en un muro de una gran ciudad: «no te detengas donde no se pueda amar». Quizás ahí está la clave hacia donde debemos focalizar la atención y detenernos. Y por tanto construir lo real, pensamiento, encuentros, mundos, imágenes o cine, esos instantes-ahora.

Y es que quizás seguimos imitando, preguntándonos, buscando el gesto del cine que ya no está, cuando lo que tal vez deberíamos hacer es proyectar (en) el movimiento que está siendo y que se disipará en la próxima pantalla, y entonces por la grieta entra un haz rojo vino diamante, y entonces la revista se colorea, se enrojece, vino, diamante.

*Una edición hecha a cuatro manos con Miguel Ángel Baixauli.

Relacionados