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CARPETA
Tiempos geológicos, Irene Kopelman

«Al pensar en la palabra origen —por una especia de deformación profesional, pero también por estar rodeada de biólogos, geólogos y paleontólogos— lo que me vino a la cabeza fue el origen del mundo y en la evolución de especies».
Irene Kopelman (Córdoba, 1974). Estudió en la Escuela de Artes de la…

CARPETA

Al pensar en la palabra origen —por una especia de deformación profesional, pero también por estar rodeada de biólogos, geólogos y paleontólogos— lo que me vino a la cabeza fue el origen del mundo y en la evolución de especies. Pensé en bosques primitivos, en plantas que están en la tierra hace mucho tiempo y están aún con nosotros, como son los helechos. Pensé en las cianobacterias que vi en Famatina (La Rioja, Argentina) y que, según me explicaron, tuvieron un papel clave en la acumulación de oxígeno en la atmósfera que tuvo lugar hace 2.500 millones de años. Pensé en las historias que los investigadores me cuentan sobre la formación de los paisajes y la evolución de plantas que dibujo. Es de común conocimiento, más o menos, que los fósiles nos dan información sobre la historia evolutiva del planeta. La distancia entre este pintoresco segmento de información y el ver un grupo de investigadores bajo un sol que agrede y una vegetación espinosa en un paisaje desértico buscando fósiles marinos es enorme. Fósiles marinos en el desierto. El salto conceptual que nuestra mente tiene que realizar para entender semejante brecha temporal es inmenso.

La primera vez que tuve un acercamiento con este tipo de saltos conceptuales fue en la isla de Barro Colorado (Panamá), en la estación de investigación científica BCI—STRI (Smithsonian Tropical Research Institute) mientras hacía un viaje de investigación el año 2012. Ahí conocí a Helmut Elsenbeer (profesor en el Institute of Geosciences de la University of Potsdam), quien me explicó que él trataba de imaginarse la geología por debajo de la vegetación de selva que lo cubre todo. En el mismo viaje, en un paisaje completamente diferente, Federico Moreno —que en ese momento estaba haciendo una pasantía en STRI para después doctorarse en la University of Rochester, Nueva York— me llevó a ver un sitio en el que estaban haciendo excavaciones paleontológicas. Mientras hacían la ampliación del canal de Panamá, les daban la posibilidad de buscar material, antes de cubrir todo de cemento. Al tiempo que miraba a Federico escarbar en la tierra pacientemente con un pincelito, él me explicaba datos geológicos y, por primera vez, escuche la expresión «tiempo geológico».

En 2015, tuve la oportunidad de comenzar a entender qué sería cuando desarrollé un proyecto en el desierto de la Tatacoa (a través de una invitación de FLORA ars+natura). El proyecto partió de un viaje de campo con la geóloga Lina Pérez Ángel —que en ese entonces estaba terminando su curso en Geociencias en la Universidad de Los Andes (Bogotá, Colombia) para después doctorarse en la University of Colorado Boulder). Durante el día, caminábamos y buscábamos aspectos de la morfología del paisaje que me resultaran interesantes para dibujar. Y, a la noche, nos sentábamos y Lina me explicaba cuestiones para ella básicas de la Geología. Yo iba internalizando esos conceptos y entendiendo cómo ocurre que esas piedras que estaban al alcance de nuestras manos vinieran de sitios remotos a través de procesos complejísimos. Más o menos por aquel entonces, y también en STRI, empecé a conversar con un investigador que se dedica a algo que se llama paleobiología: Aaron O’Dea. Hablando con él, comencé a entender que los procesos que se pueden deducir de mirar fósiles no atañen solo a la evolución de las especies, sino también al vínculo entre nosotros (los humanos) y las especies.

Se pueden visualizar procesos tan particulares como la influencia de la colonización y la llegada de los barcos al ecosistema hace 500 años. Todo este sistema temporal se fue volviendo cada vez menos críptico para mí. Me pude concentrar en dibujar más de un paisaje, ver muchas tablas geológicas y colecciones de fósiles y piedras, e ir entendiendo más y más correlaciones.

Una de las experiencias más interesantes fue la de acompañar a un equipo de geólogos y paleontólogos (los investigadores Emilio Vaccari, Miguel Ezpeleta y Juan José Rustán, y los miembros del personal de apoyo a la investigación Ivana Tapia y Santiago Druetta [CICTERRA, Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, CONICET-UNC]) a un viaje de campo en Argentina, en 2016. El equipo iba a varios sitios de interés en la provincia de San Juan y accedieron a llevarme. Yo andaba en la búsqueda de «tema» para un proyecto y quería ver a un equipo de estas características trabajar en campo. Fue alucinante verlos intentar decodificar algo que yo creía entender y que tenía también consciencia de que se me escapaba. Me parecía una suerte enorme estar escuchando ese lenguaje y nociones de tiempo muy ajenas, muy lejanas, como que el lugar en el que estaba sentada era mar: veía el fondo del mar de hace no sé cuántos millones de años, fuerzas, pedazos de territorio corridos, plegados, forzados, tensiones… Era todo muy escultórico para mí. En el trayecto no encontraron los fósiles que buscaban, pero sí encontraron una formación que se volvió clave en el desarrollo de mi proyecto. Una formación ondulada que daba cuenta de una acumulación, una fuerza muy grande que había provocado esa forma que, técnicamente hablando, se denomina slump, es decir, un plegamiento de la capa por deformación de 320.000.000 de años.

El año pasado tuve la oportunidad de sumarme a un viaje de campo con la geóloga Dra. Marjorie A. Chan (profesora del Dpto. de Geología y Geofísica de la University of Utah) al Monumento nacional de Grand Staircase-Escalante en Utah. La Dra. Chan, experta en geología sedimentaria, me mostró unas formaciones llamadas concreciones. Unas piedras/bolas de distintos tamaños que parecen estudiarse porque también se encuentran en la geología de Marte. Otro salto conceptual para mi comprensión. Abismal. Mi último viaje de campo estuvo también vinculado a un paisaje cuya morfología y coloración me intrigaba y al que fui introducida por los geólogos Santiago Mazza (UNLAR, Universidad Nacional de La Rioja) y Emilio Vaccari (CICTERRA, Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, CONICET-UNC). En dos viajes de campo, uno con ambos y otro solo con Santiago, pude comprender cómo ese paisaje maravilloso había llegado a existir en esa forma que ahora tenía y que me interesaba dibujar. Con el paso de los años, las experiencias y la paciencia de la gente con la que he trabajado, la idea del tiempo geológico se ha vuelto familiar. Ya no me parece extraño que un paisaje se haya formado hace millones de años, ni que un fósil de los que me muestran cuente la historia de algún fenómeno que ha ocurrido hace otros tantos millones. No me parece que me estén hablando ya de ciencia ficción, sino de procesos que alcanzo a conceptualizar y que me ayudan a entender con un poco más de humildad la escala de la existencia que tenemos los humanos (en una escala más grande de la historia de la Tierra).

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