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Devolviendo arte africano. Desde París a Benín, desde Cambridge a Benín y más allá, Dan Hicks

A través de los casos de las devoluciones del Tesoro de Béhanzin a Benín y los objetos robados por las fuerzas británicas en los palacios de Benín en Nigeria, Dan Hicks narra algunos de los últimos desarrollos y los obstáculos del proceso de restitución en los museos nacionales británicos.
Los bronces de Benin, Museo Británico, Londres.
Durham, 1972. Profesor de arqueología contemporánea en la Oxford…

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Los acontecimientos están sucediéndose muy rápido en la restitución cultural africana. ¿Cómo resumir tan rápido un debate global? Tomemos una instantánea de solamente una semana de esta lucha: la última semana de octubre de 2021.

A través de los casos de las devoluciones del Tesoro de Béhanzin a Benín y los objetos robados por las fuerzas británicas en los palacios de Benín en Nigeria, Dan Hicks narra algunos de los últimos desarrollos y los obstáculos del proceso de restitución en los museos nacionales británicos.

Se trata de uno de los casos más icónicos de saqueo colonial: tres figuras de madera mitad humanas, mitad animales —león, tiburón y pájaro—, e iluminadas dramáticamente por focos de luz en las galerías inmersivas de la colección nacional antropológica de Francia. Cada figura representa a un rey de Dahomey, el reino de África occidental atacado por las fuerzas francesas durante los primeros años de la década de 1890 y convertido en protectorado colonial, y del que estas obras reales sagradas fueron tomadas.

Cuando abrió al público en 2006, el museo era un proyecto muy personal del presidente de la república francesa del momento, y desde 2016 ha llevado incluso su nombre. El Musée du Quai Branly-Jacques Chirac se sitúa en la orilla izquierda del Sena, entre la Torre Eiffel y el Puente del Alma. El característico «muro verde» del museo —un jardín vertical de doce metros de altura que alcanza los ciento cincuenta y ocho metros de ancho— circunda el espacio que ocupan alrededor de trescientos mil objetos procedentes de África, Asia, Oceanía y las Américas.

Las tres esculturas reales del conocido como Tesoro de Béhanzin. Veintiséis objetos robados por el general Alfred Dodds en noviembre de 1892, cuando sus tropas quemaron el Palacio de Abomey hasta los cimientos. Los otros veintitrés objetos reales incluyen tronos y restos de pies, altares, cetros, la túnica de un soldado, e incluso cuatro de las puertas del palacio, decoradas con una iconografía única.

Esta semana, los objetos han sido expuestos en París por última vez, en una «exposición de despedida». En las galerías del llamado «arte tribal» patrocinado por el expresidente Chirac, el presidente Emmanuel Macron ha introducido la idea de la restitución cultural africana: la devolución del tesoro de Béhanzin a la República de Benín.

Para los trabajadores de los museos de París resulta complicado sobrestimar el sentido de la historia cuando se está fabricando en la actualidad, así como reimaginar el rol global de los museos en el siglo XXI. «Tal y como hubo un antes y un después de la caída del muro de Berlín», como les dice el historiador del arte Bénédicte Savoy a los delegados de los gobiernos franceses y benineses, «habrá un antes y un después de esta devolución a Benín de las obras robadas por el ejército francés».

Y, por supuesto Francia no es el único país cuyos museos están en posesión de artefactos robados. Solo cuatro años después de que los franceses saquearan el Palacio de Abomey, en la actual república de Benín — trescientas millas al este, en lo que ahora es el estado de Edo, en Nigeria—, una fuerza naval británica inmensa saqueó los palacios reales de Benín. Más de cien mil obras de arte reales sagradas, robadas en ese ataque liderado por el almirante Harry Rawson, se encuentran hoy en día en más de ciento sesenta museos alrededor del mundo, incluyendo los más de novecientos objetos que hay en el Museo Británico de Londres.

Las peticiones para la restitución de la Corte Real de Benín de lo que fue tomado en 1897 se han sucedido a lo largo de las décadas. Las primeras devoluciones por parte de Reino Unido se produjeron al Oba (Rey) de Benín en 1938, en una transacción supervisada por el Museo Británico. Hace un cuarto de siglo, las campañas en torno al centenario del ataque de 1997 fueron ampliamente rechazadas por los museos nacionales del Reino Unido. Sin embargo, las cosas están cambiando conforme llegamos al ciento veinticinco aniversario, que será en febrero de 2022.

Esta semana, a la par de los eventos que se desarrollaban en París, otras ceremonias fueron celebradas en el Jesus College (Cambridge), y en la Universidad de Cambridge, para devolver formalmente los bronces de Benín robados a Nigeria. Y se le presentó en Londres una carta formal al director del Museo Británico, Hartwig Fischer, pidiendo la devolución inmediata e incondicional del botín en las manos de los museos nacionales británicos. «Estos artefactos nos pertenecen», dice el Profesor Abba Isa Tijani, el director de la Comisión Nacional para los Museos y Monumentos de Nigeria, «y por tanto deben ser devueltos».

Los museos nacionales británicos se enfrentan a algunos obstáculos legales para las devoluciones. Pero el viejo argumento de que los artefactos robados deben ser por tanto prestados a los demandantes africanos en lugar de ser devueltos, permanente e incondicionalmente, está perdiendo fuerza. Muchos museos han informado de un claro cambio en las actitudes de sus audiencias. Como el consumo ético en la industria de la moda, los visitantes de los museos se están preguntando cada vez más no solamente de dónde viene la cultura que están consumiendo, sino bajo qué condiciones fue adquirida.

Se trata de una serie de preguntas cada vez más localizadas, porque más de la mitad del botín africano se encuentra en museos británicos que no son el British Museum, sino instituciones regionales. Con la toma de decisiones recayendo en distintos órganos de consejeros, los desarrollos en Aberdeen y Cambridge están poniendo presión en otras instituciones no nacionales del Reino Unido que conservan bronces de Benín, desde Birmingham y Brighton a Edimburgo, Leeds, Liverpool, Bristol, Oxford, Maidstone, Norwich, Belfast, Warrington, y más allá. Y a nivel global, más de ciento seis museos, como muestra el apéndice de mi libro The Brutish Museums. La pregunta sería cada vez más, ¿cómo de cerca estás tú en este momento de un bronce de Benín? Y de Berlín a París, de Los Ángeles a Abu Dhabi, de Nueva York a Leipzig, la respuesta está mucho más cerca de lo que imaginas.

Como Benín, Francia también ha hecho devoluciones a Madagascar y Senegal, y ha recibido peticiones de Mali, Chad y Costa de Marfil. Una nueva llamada para la devolución permanente e incondicional de los tesoros de Magdala del British Museum a Etiopía ha recibido el apoyo de Spethen Fry, Rupert Everett y una coalición de miembros de la Cámara de los Lores.

¿Adónde nos lleva este momento «muro de Berlín» para los museos europeos y africanos? Habrá más peticiones, por supuesto, y más devoluciones. Pero existe también un giro conceptual. La afirmación que a veces oímos de que la restitución es el trabajo de activistas antipatriotas atacando a los museos, buscando su desmantelación, para enviar todo de vuelta y cerrar las puertas de los museos para siempre, suena cada vez más tonta. Y esos críticos que argumentan que, si aceptamos una devolución del arte africano, debemos también hablar sobre los mármoles de Elgin, las estatuas de la Isla de Pascua o devolver las piezas de ajedrez de Lewis a las Islas Hébridas Exteriores, suenan cada vez más chirriantes teniendo en cuenta la aproximación cuidadosa, caso a caso, de los profesionales de los museos.

De hecho, los museos de la «cultura del mundo» (bien el Quai Branly o el British Museum) no han sido nunca tan esenciales. Pero su papel —permitirnos encontrar, entender y celebrar las distintas formas de pensar y vivir— es frustrado e hipócrita mientras nos neguemos a devolver artefactos reales robados.

En la práctica, toda devolución de tales objetos añade algo nuevo a nuestros museos, al ayudarles a cumplir su papel cívico y global. Pueden dejar de ser destinos polvorientos a los que los objetos son enviados a morir, y pueden desarrollarse como lugares de encuentro únicos para el arte, la cultura, la memoria, la humanidad y la vida. Como todas las organizaciones modernas, los museos deben cambiar con los tiempos. Incluso cuando eso significa devolver, cuando se nos pide, lo que no nos pertenece.

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